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lunes, 9 de diciembre de 2013

EL FANTASMA DE LAS NAVIDADES versión 2.11.5



EL FANTASMA DE LAS NAVIDADES versión 2.11.5


            Madre e hija discutían amargamente en el comedor mientras el padre intentaba pasar del asunto atendiendo con más intensidad a la televisión. Al fin y al cabo, su opinión estaba más que confirmada, aunque, desde luego, no aceptada por Gabriela, su hija de catorce años que no dejaba de insistir en que su causa era justa.
—Pero, mamá, yo lo quiero…
—Tú lo quieres, tu lo quieres… ¿Y qué hay de lo qué queremos nosotros? —replicó Lucía llevándose las manos a la cabeza— ¿Pero no te das cuenta que no tenemos dinero para todo lo que nos pides?
—Sólo os pido una tablet… —añadió Gabriela apretando con rabia los labios.
—Y un nuevo teléfono móvil de cuatrocientos euros con conexión a Internet, y ropa, y dinero para el Fin de Año… —continuó hablando Raúl, el padre, mirando a su hija.
—Pero, papá, es lo que tienen mis amigas. ¡Soy la única que no tiene nada de eso!
—Hija, pero es que no podemos darte todos los caprichos…
—No son caprichos, son mis regalos de Navidad, es lo justo.
            Lucía volvió a llevarse las manos a la cabeza, pero no dijo nada, porque comprendió que su hija se mostraba tozuda, lo propio a su edad, y no entraba en razones. Aunque llevaban toda la tarde discutiendo, a Gabriela no le acababa de entrar en la cabeza que sus padres no tenían tanto dinero y que tendría que limitarse a ropa y algo de dinero por regalos de Reyes Magos. Su padre le había intentado convencer de que los regalos en Navidad no eran un derecho, ni una obligación, sino un privilegio, y que debería sentirse agradecida de poder celebrar las fiestas.
            Cuando a Gabriela se la comunicó que no tendría lo que pedía, ésta entró en terrible cólera e imprecó a sus padres por lo que consideraba un injusto proceder. Sería el hazmerreir de sus amigas, todas con teléfonos móviles de última generación, y tablets y otras cosas tan insustanciales y banales como importantes para Gabriela. Sus padres no la podían  hacer esto, porque quedaría en ridículo entre la pandilla, como la tontita de padres pobres.
—¡Es qué es lo que somos, hija! —estalló de impaciencia Lucía— Bastante nos sacrificamos con tus estudios y con darte de comer.
—Y ni siquiera sacas buenas notas —añadió el padre.
—¡Siempre con la misma historia! —gritó Gabriela— ¡Para una vez que os pido algo! ¡Os odio! ¡Son las peores Navidades de mi vida!
—¿Qué nos pides una vez? —Lucía puso los brazos en jarras en la cintura y meneó la cabeza con disgusto— Tendrás ropa y un poco de dinero, y no se hable más.
—¡Esos regalos son pura basura! ¡No los quiero!
—Jovencita, ya estoy harta de ti. A tu cuarto y ya hablaremos mañana.
            Lucía señaló con el dedo el pasillo y Gabriela se marchó a gran velocidad encerrándose en su cuarto. Estaba furiosa, dolorida por la forma en la que la trataban sus padres. Al fin y al cabo, era su obligación hacerle regalos por Navidades. Sacó el teléfono móvil de su bolsillo, una “reliquia” que tenía un año, y conectó el WhatsAPP, dirigiéndose inmediatamente a su grupo. Allí estaba su mejor amiga, Janina. La mandó un mensaje pidiendo en voz baja que estuviera conectada.
++Hola++ —escribió Gabriela en la pantalla táctil del teléfono con rapidez.
++Hola++ —no tardó en responder Janina— ++K pasa?++
++Aqi en casa harta d mis padres++
++K pasa?++
++No me van a regalar la tablet ni tlf.++
++Ke putada++
++Sí, les odio. Tía, no digas nada++
++No, pero dijiste a Lucas que tendrías tablet!!!!++
++Sí, esto es una mier… Mis viejos me amargan la vida y Lucas no se va a fijar en mi por su culpa. Son unas Navidades horribles, mis padres no valen para nada. No conozco a nadie k pase una peor Navidad k yo. Y encima me vienen con discursos++
++Siempre los mismos rollos++
++La vida es un asco. No tengo nada y voy a ser la idiota del grupo con la asquerosidad de móvil k tengo ahora. Desafío a quien sea k me muestre a quien lo esté pasando peor k yo en estas Navidades++
++Hola++
            Gabriela se quedó sorprendida mirando su móvil. ¿Pero quien se había metido en mitad de su conversación con Janina? El usuario respondía al nombre de Fantasma. No conocía a nadie con ese nick. ¿Sería algún amigo gastándole una broma?
++Hola++ —insistió el tal Fantasma.
++Tía, le has dado mi WhatsAPP a un gili k se llama Fantasma????++
++No++ —respondió Janina con el icono que mostraba sorpresa.
++Quien eres? Y k haces con mi WhatsAPP???? Eres un salido???++ —nada más escribir eso y enviarlo Gabriela se arrepintió. Tal vez era Lucas haciéndose pasar por ese Fantasma.
++No, no soy un salido. Soy un fantasma++
++Sí, claro, d k vas????++
++Has lanzado un desafío y he recogido el guante++
++K??? Eres imbécil??? Tío, sal d aquí. T borro++
++No, no puedes borrarme. Prepárate++
++Para k? K cojones quieres, gilipollas???++ —Gabriela puso el icono de muy enfadado. Iba a apagar el móvil, pero tuvo tiempo de leer el último mensaje.
++Nos vamos de viaje++
            Gabriela sintió como la habitación se ponía a dar vueltas a una velocidad increíble, haciéndola sentirse extraña, aunque, cosa rara, no se mareó, sino que sintió una terrible pesadez en sus miembros y un sueño que la obligó a cerrar los ojos y caer de espaldas a la cama.

* * *

            Desde el primer momento que despertó, Gabriela se dio cuenta que ya no estaba en su casa. Ni tan siquiera le hizo falta abrir los ojos. Fue una sensación poderosa la que le dijo que su situación había cambiado y puede que no para mejor. Se incorporó de la cama y abrió por fin los ojos. No reconoció el lugar. Era una pequeña y medio destartalada habitación con una sola ventana por donde entraba una gran luminosidad. La pintura se encontraba desconchada por algunas partes de las paredes, pero debía ser normal a juzgar por el calor y la humedad que se apreciaba. 


            Gabriela se levantó y observó la cama, grande y con sabanas limpias pero muy gastadas y con remiendos. Un pequeño armario de madera oscura, una silla de cañas y un arcón tan deslustrado y gastado como el resto del mobiliario era todo lo que había allí. De la puerta, que se encontraba abierta, le vino el olor de algo que se estaba guisando, algo que Gabriela tampoco pudo reconocer, pero que estaba claro era comida. Y entonces vino el pánico. ¿Dónde estaba, qué era este lugar? Se puso en pie y casi se cayó al suelo porque le costó mantener el equilibro. ¡Era más pequeña! ¿Cómo era eso posible? ¡Y sus pies estaban descalzos! ¡Y la piel era muy morena! Y las manos, los brazos… Gabriela quiso gritar, pero antes de que pudiera hacerlo una voz potente y autoritaria dijo.
—Silencio. No grites. No pasa nada.
            Gabriela miró a todas partes, pero no había nadie. ¿Se habría imaginado la voz?
—¿Hola? —dijo no muy convencida. Se tapó de inmediato la boca con las dos manos. Su tono de voz era muy agudo, el propio de una niña de siete u ocho años, o quizás menos.
—Hola, no chilles, soy Fantasma.
—¿Fantasma? ¿Qué es esto? Quiero irme a casa. ¿Y porque no te veo?
—Eh, calma, no tantas preguntas. No me ves porque soy un fantasma, ya te lo dije, el fantasma de las Navidades, ja. No te puedes ir a casa.
—¡Voy a llamar a la Policía! ¡Quiero irme a casa! —gritó Gabriela alzando sus puñitos.
—¡Qué no, leches! —respondió Fantasma. Su voz retumbaba por la pequeña habitación y parecía salir de todas partes— ¿No querías conocer a alguien que pasara unas peores Navidades que tú? Pues hala, dicho y hecho. Y ya me puedes dar las gracias, que te podría haber mandado a sitios peores, pero como primera lección te vale. Bueno, me voy, que tengo mucho trabajo.
—¿Cómo qué te vas? ¿Esto qué es? ¿Pero dónde estoy? —a Gabriela el corazón parecía que se le iba a salir del pecho de la fuerza con la que latía. ¿Pero qué le estaba diciendo el loco ese que afirmaba ser un fantasma?
—Bienvenida a San Juan Cotzal, en Guatemala. Eres Martina, una adorable niñita de siete años. Pertenece a una familia humilde, tiene otros cuatro hermanos, dos de ellos mayores. Sus padres son pobres, pero trabajadores y honrados. En suma, valientes de verdad. Aquí te quedas y aquí vas a vivir la vida de Martina.
—¿Qué? —gritó loca de miedo Gabriela— ¡Es imposible! ¡Esto es una pesadilla!
—No lo es, y te recomiendo que te adaptes, porque vas a estar así mucho tiempo. Me voy, adiós.
—¡No, espera, no te vayas! ¿Hola? —pero ya nadie respondió a Gabriela/Martina.
            Gabriela/Martina estuvo mucho rato paralizada por el miedo, con los ojos cerrados y rogando que todo fuera un sueño. Seguro que cuando abriera los ojos todo estaría bien y en casa con sus padres. Pero no, porque al abrirlos descubrió que seguía en aquella humilde habitación. Se levantó, ya no parecía tener problemas de equilibrio, como si su mente se estuviera adaptando a su nueva situación espacio temporal. Con paso titubeante se dirigió al armario, no muy consciente sobre lo que hacer o actuar. Abrió una de las puertas y vio que en el interior había un espejo de cuerpo entero con una de las esquinas rajadas. Se pudo contemplar, una niña de pelo largo, espeso y muy liso, de color negro intenso, de rasgos infantiles y unos enormes ojos oscuros y almendrados. Su piel era oscura, de tonos cobrizos, y vestía con pantalones y jersey de lana de color verde. Gabriela/Martina se desmayó.

* * *

            Y así fue como Gabriela se convirtió en Martina y vivió su vida, que era muy diferente a la regalada que tenía con sus padres allá en España. Para empezar, todas las mañanas, muy temprano, debía levantarse para ayudar a su madre a preparar el desayuno, que, en el mejor de los casos, se componía de leche caliente y algunas galletas. Y es que la familia de Martina era muy humilde. La madre trabajaba en casa y también ayudaba al padre, que poseía unos pequeños huertos donde trabajaba, con otras personas y familiares, de sol a sol, como se solía decir. Y aún así, apenas entraba dinero en la casa más allá de para pagar los gastos corrientes y necesarios. Por eso no existían lujos ni cosas superfluas en aquella casita ni, por supuesto, televisión ni Internet. ¿Para qué? Allí no lo necesitaban.
            Claro, Gabriela se quejó los primeros días, pues al fin y al cabo no era Martina y quería irse a su casa, a la de verdad, pero nadie la creía. Todos se rieron de ella, pensando que eran cosas de una niña con mucha imaginación y ganas de gastar bromas. Así que a Gabriela no le quedó otra que aguantar la rabia e impotencia y vivir la dura situación en la que se encontraba. Después de ayudar a la madre a cocinar al colegio, a pie, nada de viajar en coches con aire acondicionado o calefacción, no, a pie, daba igual que hiciera Sol, lloviera o frío. Y en el colegio nada de ordenadores, ni lujos, ni restaurantes, ni salas especiales donde dar clases. Un pequeño edificio de piedra y ladrillo encalado, con un tejado de tejas rojas, un maestro y un par de cuadernos con sus lápices y a recitar la lección. Y todos tan agradecidos, porque sabían que era un lujo el poder dar clase y ser educados, derecho esencial en los niños.
            Y por la tarde, de vuelta en casa, a cuidar de los pequeños, que eran como lagartijas, nunca quietos y llevando la paciencia de Gabriela al límite. Y ya tan chiquita realizando labores del hogar, o ayudando al padre a limpiar judías, maíz o cualquier otra verdura o legumbre que trajera del huerto, pues normalmente esa solía ser la comida. Por las noches Gabriela lloraba desconsolada en la cama, porque su vida era horrible y porque no la soportaba. Echaba mucho de menos a sus padres y sus amigos, y también la vida, ahora se daba cuenta, de lujo que llevaba en España y que no aprendió a apreciar en su justa medida; ni a disfrutar. Pero tampoco podía llorar muy alto, porque compartía el lecho con su otra hermana pequeña, no había más espacio en la casita.


            Cuando salía a jugar a la calle con las amigas nada de irse a hamburgueserías, o al cine, o a compartir chismes con las amigas a través del WhatsAPP, ah, no señor. A jugar al campo, o al descampado, a un parque de tierra dura con columpios de metal que se antojaban máquinas de tortura, donde los críos se despellejaban las rodillas pero se lo pasaban súper divertido. Y juegos de saltar, esconderse, de imaginar y de utilizar palos, piedras y muñecas sencillas de trapo para simular cenas en casas de marqueses y adinerados, de princesas y unicornios, porque allí las niñas eran princesas y soñaban con terminar el colegio, seguir estudiando y convertirse en personas de gran valía para ayudar a sus vecinos, amigos y familiares. Y Gabriela pensaba que como era posible que Martina lograra vivir una vida con tantas carencias.
            Hasta que se dio cuenta que la única que tenía carencias en la vida era ella, Gabriela. Porque Martina podría ser pobre, le podrían faltar muchas cosas, pero vivía la vida con intensidad, sin rencor, sin culpar a nadie, con vigor, valor y honestidad. Porque Martina era luchadora, alegre y luminosa, y poseía una familia a la que quería mucho y que a su vez la querían también.
            Y cuando llegó el día de Navidad a Gabriela le regalaron un par de zapatos nuevos y una muñeca de trapo, con un vestido típico de la región. Y la familia comió dulces y hasta carne, y cantaron y rezaron al Señor, dando gracias por aquellas bendiciones y poseer techo, comida y los unos a los otros. Y Gabriela aquella noche volvió a llorar, porque comprendió cuales eran los verdaderos valores y las medidas en las que tasar a una persona. Se maldijo por estúpida, superficial y vanidosa. No sabía si había aprendido la lección, pero se juró que pasara lo que pasara, a partir de ese día valoraría lo que tuviera con el valor real, justo y lógico. Mucho le costó poderse dormir aquella noche.

* * *

            Cuando despertó, Gabriela notó algo raro, y es que seguía estando oscuro. ¿No era de día? Alargó la mano buscando el cuerpo de la hermana pequeña de Martina, pero no halló más que vacío. Se incorporó y entonces, con el corazón latiendo con fuerza, tuvo un presentimiento. Casi sin poder contener la alegría se echó a un lado de la cama, se acercó a la mesilla de noche y encendió la luz de la lámpara, revelando que, como sospechaba, se encontraba de nuevo en su habitación, en España.
            ¡Sí! Exclamó dando palmas. ¡Era su casa! Se levantó de la cama y se miró el cuerpo. Era otra vez el suyo, el de Gabriela. ¡Todo había sido un sueño! Un sueño extraordinariamente largo y vívido, pero sueño al fin y al cabo, porque el reloj calendario de la pared indicaba que no había pasado ni una hora. No pudo contenerse y las lágrimas salieron de sus ojos, porque sueño o no, lo cierto es que aprendió la lección. No sabía si Martina existía realmente o no, si todo fue fruto de su imaginación, si aquello fue algo inducido por Dios o es que no había explicación, pero las experiencias vividas cuando creyó ser Martina calaron fuertemente en su alma, corazón y mente. ¿Fue un sueño?
            El sonido de su teléfono móvil la sacó de sus pensamientos. Había entrado un mensaje a través de WhatsAPP. Gabriela cogió el aparato, que estaba sobre la cama, y miró en la pantalla.
++No ha sido un sueño. Ve a abrazar a tus padres, corre++ —y firmaba Fantasma.
            En esta ocasión Gabriela no tuvo miedo, sino que esbozó una gran sonrisa, salió a toda prisa de la habitación y marchó al comedor, encontrando a sus padres allí sentados viendo una película por televisión. Sin mediar palabra se abalanzó sobre ellos y les colmó a besos y abrazos, diciéndoles cuantos les quería y que daba igual que le regalaban por Navidad, porque el mejor regalo que podía tener era contar con su cariño.
            Lucía miró a su marido y este se encogió de hombros, pero los dos agradecieron los gestos de su hija. Gabriela, por su parte, pensó que sí, que había aprendido la lección, y que si Martina existía, ojalá tuviera una vida plena y dichosa, porque la Vida es un don del que debemos sentirnos agradecidos.



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       Este relato ha sido escrito por Juan Carlos Sánchez Clemares, a quien pertenecen todos los derechos de autor y de publicación. Si deseas colgar este relato en alguna página, o tomar una parte de él, antes pide permiso al autor.