EL
FANTASMA DE LAS NAVIDADES versión 2.11.5
Madre
e hija discutían amargamente en el comedor mientras el padre intentaba pasar
del asunto atendiendo con más intensidad a la televisión. Al fin y al cabo, su
opinión estaba más que confirmada, aunque, desde luego, no aceptada por
Gabriela, su hija de catorce años que no dejaba de insistir en que su causa era
justa.
—Pero, mamá, yo lo quiero…
—Tú lo quieres, tu lo quieres… ¿Y qué
hay de lo qué queremos nosotros? —replicó Lucía llevándose las manos a la
cabeza— ¿Pero no te das cuenta que no tenemos dinero para todo lo que nos
pides?
—Sólo os pido una tablet… —añadió
Gabriela apretando con rabia los labios.
—Y un nuevo teléfono móvil de
cuatrocientos euros con conexión a Internet, y ropa, y dinero para el Fin de
Año… —continuó hablando Raúl, el padre, mirando a su hija.
—Pero, papá, es lo que tienen mis
amigas. ¡Soy la única que no tiene nada de eso!
—Hija, pero es que no podemos darte
todos los caprichos…
—No son caprichos, son mis regalos de
Navidad, es lo justo.
Lucía
volvió a llevarse las manos a la cabeza, pero no dijo nada, porque comprendió
que su hija se mostraba tozuda, lo propio a su edad, y no entraba en razones.
Aunque llevaban toda la tarde discutiendo, a Gabriela no le acababa de entrar
en la cabeza que sus padres no tenían tanto dinero y que tendría que limitarse
a ropa y algo de dinero por regalos de Reyes Magos. Su padre le había intentado
convencer de que los regalos en Navidad no eran un derecho, ni una obligación,
sino un privilegio, y que debería sentirse agradecida de poder celebrar las
fiestas.
Cuando
a Gabriela se la comunicó que no tendría lo que pedía, ésta entró en terrible
cólera e imprecó a sus padres por lo que consideraba un injusto proceder. Sería
el hazmerreir de sus amigas, todas con teléfonos móviles de última generación,
y tablets y otras cosas tan insustanciales y banales como importantes para
Gabriela. Sus padres no la podían hacer
esto, porque quedaría en ridículo entre la pandilla, como la tontita de padres
pobres.
—¡Es qué es lo que somos, hija! —estalló
de impaciencia Lucía— Bastante nos sacrificamos con tus estudios y con darte de
comer.
—Y ni siquiera sacas buenas notas
—añadió el padre.
—¡Siempre con la misma historia! —gritó
Gabriela— ¡Para una vez que os pido algo! ¡Os odio! ¡Son las peores Navidades
de mi vida!
—¿Qué nos pides una vez? —Lucía puso los
brazos en jarras en la cintura y meneó la cabeza con disgusto— Tendrás ropa y
un poco de dinero, y no se hable más.
—¡Esos regalos son pura basura! ¡No los
quiero!
—Jovencita, ya estoy harta de ti. A tu
cuarto y ya hablaremos mañana.
Lucía
señaló con el dedo el pasillo y Gabriela se marchó a gran velocidad
encerrándose en su cuarto. Estaba furiosa, dolorida por la forma en la que la
trataban sus padres. Al fin y al cabo, era su obligación hacerle regalos por
Navidades. Sacó el teléfono móvil de su bolsillo, una “reliquia” que tenía un
año, y conectó el WhatsAPP, dirigiéndose inmediatamente a su grupo. Allí estaba
su mejor amiga, Janina. La mandó un mensaje pidiendo en voz baja que estuviera
conectada.
++Hola++ —escribió Gabriela en la
pantalla táctil del teléfono con rapidez.
++Hola++ —no tardó en
responder Janina— ++K pasa?++
++Aqi en casa harta d mis padres++
++K
pasa?++
++No me van a regalar la tablet ni
tlf.++
++Ke
putada++
++Sí, les odio. Tía, no digas nada++
++No,
pero dijiste a Lucas que tendrías tablet!!!!++
++Sí, esto es una mier… Mis viejos me
amargan la vida y Lucas no se va a fijar en mi por su culpa. Son unas Navidades
horribles, mis padres no valen para nada. No conozco a nadie k pase una peor
Navidad k yo. Y encima me vienen con discursos++
++Siempre
los mismos rollos++
++La vida es un asco. No tengo nada y
voy a ser la idiota del grupo con la asquerosidad de móvil k tengo ahora.
Desafío a quien sea k me muestre a quien lo esté pasando peor k yo en estas
Navidades++
++Hola++
Gabriela
se quedó sorprendida mirando su móvil. ¿Pero quien se había metido en mitad de
su conversación con Janina? El usuario respondía al nombre de Fantasma. No
conocía a nadie con ese nick. ¿Sería algún amigo gastándole una broma?
++Hola++ —insistió el
tal Fantasma.
++Tía, le has dado mi WhatsAPP a un gili
k se llama Fantasma????++
++No++ —respondió
Janina con el icono que mostraba sorpresa.
++Quien eres? Y k haces con mi
WhatsAPP???? Eres un salido???++ —nada más escribir eso y enviarlo Gabriela se arrepintió.
Tal vez era Lucas haciéndose pasar por ese Fantasma.
++No,
no soy un salido. Soy un fantasma++
++Sí, claro, d k vas????++
++Has
lanzado un desafío y he recogido el guante++
++K??? Eres imbécil??? Tío, sal d aquí.
T borro++
++No,
no puedes borrarme. Prepárate++
++Para k? K cojones quieres,
gilipollas???++ —Gabriela puso el icono de muy enfadado. Iba a apagar el móvil,
pero tuvo tiempo de leer el último mensaje.
++Nos
vamos de viaje++
Gabriela
sintió como la habitación se ponía a dar vueltas a una velocidad increíble,
haciéndola sentirse extraña, aunque, cosa rara, no se mareó, sino que sintió
una terrible pesadez en sus miembros y un sueño que la obligó a cerrar los ojos
y caer de espaldas a la cama.
* * *
Desde
el primer momento que despertó, Gabriela se dio cuenta que ya no estaba en su
casa. Ni tan siquiera le hizo falta abrir los ojos. Fue una sensación poderosa
la que le dijo que su situación había cambiado y puede que no para mejor. Se
incorporó de la cama y abrió por fin los ojos. No reconoció el lugar. Era una
pequeña y medio destartalada habitación con una sola ventana por donde entraba
una gran luminosidad. La pintura se encontraba desconchada por algunas partes
de las paredes, pero debía ser normal a juzgar por el calor y la humedad que se
apreciaba.
Gabriela
se levantó y observó la cama, grande y con sabanas limpias pero muy gastadas y
con remiendos. Un pequeño armario de madera oscura, una silla de cañas y un arcón
tan deslustrado y gastado como el resto del mobiliario era todo lo que había
allí. De la puerta, que se encontraba abierta, le vino el olor de algo que se
estaba guisando, algo que Gabriela tampoco pudo reconocer, pero que estaba
claro era comida. Y entonces vino el pánico. ¿Dónde estaba, qué era este lugar?
Se puso en pie y casi se cayó al suelo porque le costó mantener el equilibro.
¡Era más pequeña! ¿Cómo era eso posible? ¡Y sus pies estaban descalzos! ¡Y la
piel era muy morena! Y las manos, los brazos… Gabriela quiso gritar, pero antes
de que pudiera hacerlo una voz potente y autoritaria dijo.
—Silencio. No grites. No pasa nada.
Gabriela
miró a todas partes, pero no había nadie. ¿Se habría imaginado la voz?
—¿Hola? —dijo no muy convencida. Se tapó
de inmediato la boca con las dos manos. Su tono de voz era muy agudo, el propio
de una niña de siete u ocho años, o quizás menos.
—Hola, no chilles, soy Fantasma.
—¿Fantasma? ¿Qué es esto? Quiero irme a
casa. ¿Y porque no te veo?
—Eh, calma, no tantas preguntas. No me
ves porque soy un fantasma, ya te lo dije, el fantasma de las Navidades, ja. No
te puedes ir a casa.
—¡Voy a llamar a la Policía! ¡Quiero
irme a casa! —gritó Gabriela alzando sus puñitos.
—¡Qué no, leches! —respondió Fantasma.
Su voz retumbaba por la pequeña habitación y parecía salir de todas partes— ¿No
querías conocer a alguien que pasara unas peores Navidades que tú? Pues hala,
dicho y hecho. Y ya me puedes dar las gracias, que te podría haber mandado a
sitios peores, pero como primera lección te vale. Bueno, me voy, que tengo
mucho trabajo.
—¿Cómo qué te vas? ¿Esto qué es? ¿Pero
dónde estoy? —a Gabriela el corazón parecía que se le iba a salir del pecho de
la fuerza con la que latía. ¿Pero qué le estaba diciendo el loco ese que
afirmaba ser un fantasma?
—Bienvenida a San Juan Cotzal, en
Guatemala. Eres Martina, una adorable niñita de siete años. Pertenece a una
familia humilde, tiene otros cuatro hermanos, dos de ellos mayores. Sus padres
son pobres, pero trabajadores y honrados. En suma, valientes de verdad. Aquí te
quedas y aquí vas a vivir la vida de Martina.
—¿Qué? —gritó loca de miedo Gabriela—
¡Es imposible! ¡Esto es una pesadilla!
—No lo es, y te recomiendo que te
adaptes, porque vas a estar así mucho tiempo. Me voy, adiós.
—¡No, espera, no te vayas! ¿Hola? —pero
ya nadie respondió a Gabriela/Martina.
Gabriela/Martina
estuvo mucho rato paralizada por el miedo, con los ojos cerrados y rogando que
todo fuera un sueño. Seguro que cuando abriera los ojos todo estaría bien y en
casa con sus padres. Pero no, porque al abrirlos descubrió que seguía en
aquella humilde habitación. Se levantó, ya no parecía tener problemas de
equilibrio, como si su mente se estuviera adaptando a su nueva situación
espacio temporal. Con paso titubeante se dirigió al armario, no muy consciente
sobre lo que hacer o actuar. Abrió una de las puertas y vio que en el interior
había un espejo de cuerpo entero con una de las esquinas rajadas. Se pudo
contemplar, una niña de pelo largo, espeso y muy liso, de color negro intenso,
de rasgos infantiles y unos enormes ojos oscuros y almendrados. Su piel era
oscura, de tonos cobrizos, y vestía con pantalones y jersey de lana de color
verde. Gabriela/Martina se desmayó.
* * *
Y
así fue como Gabriela se convirtió en Martina y vivió su vida, que era muy
diferente a la regalada que tenía con sus padres allá en España. Para empezar,
todas las mañanas, muy temprano, debía levantarse para ayudar a su madre a
preparar el desayuno, que, en el mejor de los casos, se componía de leche
caliente y algunas galletas. Y es que la familia de Martina era muy humilde. La
madre trabajaba en casa y también ayudaba al padre, que poseía unos pequeños
huertos donde trabajaba, con otras personas y familiares, de sol a sol, como se
solía decir. Y aún así, apenas entraba dinero en la casa más allá de para pagar
los gastos corrientes y necesarios. Por eso no existían lujos ni cosas
superfluas en aquella casita ni, por supuesto, televisión ni Internet. ¿Para
qué? Allí no lo necesitaban.
Claro,
Gabriela se quejó los primeros días, pues al fin y al cabo no era Martina y
quería irse a su casa, a la de verdad, pero nadie la creía. Todos se rieron de
ella, pensando que eran cosas de una niña con mucha imaginación y ganas de
gastar bromas. Así que a Gabriela no le quedó otra que aguantar la rabia e
impotencia y vivir la dura situación en la que se encontraba. Después de ayudar
a la madre a cocinar al colegio, a pie, nada de viajar en coches con aire
acondicionado o calefacción, no, a pie, daba igual que hiciera Sol, lloviera o
frío. Y en el colegio nada de ordenadores, ni lujos, ni restaurantes, ni salas
especiales donde dar clases. Un pequeño edificio de piedra y ladrillo encalado,
con un tejado de tejas rojas, un maestro y un par de cuadernos con sus lápices
y a recitar la lección. Y todos tan agradecidos, porque sabían que era un lujo
el poder dar clase y ser educados, derecho esencial en los niños.
Y
por la tarde, de vuelta en casa, a cuidar de los pequeños, que eran como
lagartijas, nunca quietos y llevando la paciencia de Gabriela al límite. Y ya
tan chiquita realizando labores del hogar, o ayudando al padre a limpiar
judías, maíz o cualquier otra verdura o legumbre que trajera del huerto, pues
normalmente esa solía ser la comida. Por las noches Gabriela lloraba desconsolada
en la cama, porque su vida era horrible y porque no la soportaba. Echaba mucho
de menos a sus padres y sus amigos, y también la vida, ahora se daba cuenta, de
lujo que llevaba en España y que no aprendió a apreciar en su justa medida; ni
a disfrutar. Pero tampoco podía llorar muy alto, porque compartía el lecho con
su otra hermana pequeña, no había más espacio en la casita.
Cuando salía a jugar a la calle con
las amigas nada de irse a hamburgueserías, o al cine, o a compartir chismes con
las amigas a través del WhatsAPP, ah, no señor. A jugar al campo, o al
descampado, a un parque de tierra dura con columpios de metal que se antojaban
máquinas de tortura, donde los críos se despellejaban las rodillas pero se lo
pasaban súper divertido. Y juegos de saltar, esconderse, de imaginar y de
utilizar palos, piedras y muñecas sencillas de trapo para simular cenas en
casas de marqueses y adinerados, de princesas y unicornios, porque allí las
niñas eran princesas y soñaban con terminar el colegio, seguir estudiando y
convertirse en personas de gran valía para ayudar a sus vecinos, amigos y
familiares. Y Gabriela pensaba que como era posible que Martina lograra vivir
una vida con tantas carencias.
Hasta
que se dio cuenta que la única que tenía carencias en la vida era ella,
Gabriela. Porque Martina podría ser pobre, le podrían faltar muchas cosas, pero
vivía la vida con intensidad, sin rencor, sin culpar a nadie, con vigor, valor
y honestidad. Porque Martina era luchadora, alegre y luminosa, y poseía una
familia a la que quería mucho y que a su vez la querían también.
Y
cuando llegó el día de Navidad a Gabriela le regalaron un par de zapatos nuevos
y una muñeca de trapo, con un vestido típico de la región. Y la familia comió
dulces y hasta carne, y cantaron y rezaron al Señor, dando gracias por aquellas
bendiciones y poseer techo, comida y los unos a los otros. Y Gabriela aquella
noche volvió a llorar, porque comprendió cuales eran los verdaderos valores y
las medidas en las que tasar a una persona. Se maldijo por estúpida,
superficial y vanidosa. No sabía si había aprendido la lección, pero se juró
que pasara lo que pasara, a partir de ese día valoraría lo que tuviera con el
valor real, justo y lógico. Mucho le costó poderse dormir aquella noche.
* * *
Cuando
despertó, Gabriela notó algo raro, y es que seguía estando oscuro. ¿No era de
día? Alargó la mano buscando el cuerpo de la hermana pequeña de Martina, pero
no halló más que vacío. Se incorporó y entonces, con el corazón latiendo con
fuerza, tuvo un presentimiento. Casi sin poder contener la alegría se echó a un
lado de la cama, se acercó a la mesilla de noche y encendió la luz de la
lámpara, revelando que, como sospechaba, se encontraba de nuevo en su
habitación, en España.
¡Sí!
Exclamó dando palmas. ¡Era su casa! Se levantó de la cama y se miró el cuerpo.
Era otra vez el suyo, el de Gabriela. ¡Todo había sido un sueño! Un sueño
extraordinariamente largo y vívido, pero sueño al fin y al cabo, porque el
reloj calendario de la pared indicaba que no había pasado ni una hora. No pudo
contenerse y las lágrimas salieron de sus ojos, porque sueño o no, lo cierto es
que aprendió la lección. No sabía si Martina existía realmente o no, si todo
fue fruto de su imaginación, si aquello fue algo inducido por Dios o es que no
había explicación, pero las experiencias vividas cuando creyó ser Martina
calaron fuertemente en su alma, corazón y mente. ¿Fue un sueño?
El
sonido de su teléfono móvil la sacó de sus pensamientos. Había entrado un
mensaje a través de WhatsAPP. Gabriela cogió el aparato, que estaba sobre la
cama, y miró en la pantalla.
++No
ha sido un sueño. Ve a abrazar a tus padres, corre++ —y firmaba
Fantasma.
En
esta ocasión Gabriela no tuvo miedo, sino que esbozó una gran sonrisa, salió a
toda prisa de la habitación y marchó al comedor, encontrando a sus padres allí
sentados viendo una película por televisión. Sin mediar palabra se abalanzó
sobre ellos y les colmó a besos y abrazos, diciéndoles cuantos les quería y que
daba igual que le regalaban por Navidad, porque el mejor regalo que podía tener
era contar con su cariño.
Lucía
miró a su marido y este se encogió de hombros, pero los dos agradecieron los
gestos de su hija. Gabriela, por su parte, pensó que sí, que había aprendido la
lección, y que si Martina existía, ojalá tuviera una vida plena y dichosa,
porque la Vida es un don del que debemos sentirnos agradecidos.
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Este relato ha sido escrito por Juan Carlos Sánchez Clemares, a quien pertenecen todos los derechos de autor y de publicación. Si deseas colgar este relato en alguna página, o tomar una parte de él, antes pide permiso al autor.