CRÓNICAS
DE UN FRIKI VIII
LOS
CÓMICS (o tebeos); séptima parte.
Del
infierno al paraíso.
Seguimos
adelante con la historia de un friki intentando superar los problemas que le
surgen a la hora de intentar seguir adelante con su afición de leer y
coleccionar cómics. O sea, mi historia, pero que pienso es similar en algunas
cuestiones a las de tantas otras personas que hayan tenido mis mismas o
parecidas aficiones. Ya en la anterior entrada comenté lo difícil que era,
siendo un adolescente y encima en plenos años 80 del siglo XX en Madrid, el
poder reunir dinero y seguir puntualmente las colección de cómics. Los puntos
de venta eran los quioscos, pero estos normalmente no se preocupaban mucho del
estado de los ejemplares o de si se los traían o no. Yo tuve la suerte de
contar con un punto de venta donde el señor quiosquero al menos se preocupaba mínimamente
por su material, procurando que ningún número faltara o pidiendo las novedades
que salieran. Claro que esto era lo inusual. Lo normal era que se saltaran los
números (con lo que tus colecciones se quedaban cojas) mes sí, mes no, o que
los cómics estuvieran en un lamentable estado tras pasar por las despreocupadas
manos de repartidores y quiosqueros. Además, los coleccionistas aumentábamos en
número y, como era de prever, nuestras demandas también. Durante un tiempo fui
prácticamente el único cliente de cómics del quiosco al que acudía, pero eso
cambió y pronto tuve que espabilarme para ser siempre de los primeros en
comprar los ejemplares so pena de quedarme sin el número de mis colecciones
mensuales o quincenales. Y es que al quiosco llegaban dos ejemplares de
Spiderman o Los Vengadores y resulta que ya éramos cuatro o cinco los
coleccionistas que los deseábamos; que situación más chunga.
A la falta
angustiosa de dinero para mantener el vicio se le sumaba la falta de ejemplares
para contentar al personal. Pero también el lector de tebeos debía enfrentarse
a otro gran problema que le supuso, nos supuso, quebraderos constantes de
cabeza: el desprecio, la ignorancia y la falta de tolerancia de los demás.
¿Pero
a tu edad todavía leyendo tebeos?
Ese
era el comentario más frecuente que escuchaba en las personas cuando me veían
leyendo un cómic. Daba igual que les intentara explicar que un adolescente, o
ya un muchacho de dieciocho años, tenía el derecho a leer lo que le diera la
gana y que los cómics no eran para niños, y que incluso adultos los leían, pero
era lo mismo. Hablar con una pared y con esta clase de gente era la misma
cuestión. Automáticamente enlazaban el tebeo con la niñez y para ellos
únicamente los niños (entiéndase de cinco a diez años como mucho) podían leer
historietas. Una vez superada la edad que ellos “creían la correcta”, debías
dejar de lado los cómics y centrarte en otra cosa; los libros, por ejemplo. Lo
curioso de todo esto es que quienes me tachaban de niño por leer tebeos y me
aconsejaban leer libros (los clásicos de la literatura española a ser posible)
luego no leyeran ni un carajo; vamos, que eran unos analfabetos disfuncionales.
Allá donde fuera siempre me tope con estas personas: en la escuela, en el
instituto, en el trabajo, entre las amistades, entre los familiares… Siempre
con la misma canción e intentando amargarme la vida. Mas ni caso que les hacía,
porque para mí estar al tanto de las aventuras de Peter Parker, Conan, Reed
Richards, Mortadelo y Filemón o Superlópez era lo más alucinante que me podía
pasar aparte de ser nutriente para el cerebro. Y comentar que también leía
muchos libros, cosa que no pueden decir la mayoría de individuos que me
“aconsejaban” que dejara de leer cómics para leer libros.
Lo
más sangrante del asunto era cuando me topaba con mi círculo de amistades,
donde también me encontraba con estos prejuicios de forma constante. Y cuando
conocía chicas nuevas y estas se enteraban que leía cómics la cosa se
complicaba. Más de una, cuando intentaba convencerla para que fuera mi novia,
me echaba la bronca y me decía aquello de “o los tebeos o yo; elige”. Y seguía
soltero, que le vamos a hacer. Durante muchos años tuve que soportar estas
tonteras, y aunque uno era de hierro (y sigo siéndolo) también tenía su
corazoncito y sufría con estos ataques injustificados.
Afortunadamente,
las opiniones que más me importaban, la de mis padres, eran positivas y siempre
me alentaron a seguir leyendo cómics y coleccionarlos. De cuando en cuando mi
madre alzaba una ceja ante los gastos monetarios, pero dado que era eso o darle
duramente a las drogas, pues finalmente me dejaba hacer. Así que seguí, sigo,
coleccionando y leyendo con avidez mis tebeos.
Con
la llegada de mi edad laboral (más pronto de lo que siempre me hubiera gustado,
debido sobre todo a los graves apuros económicos de mi familia) prácticamente
el problema monetario para los cómics se había solucionado. Seguía sin poder
comprarme todos los que quisiera, y puesto que debía dar casi todo el sueldo a
mi madre para ayudar en casa, tampoco tenía todo el dinero que deseara, pero
sabiendo administrar bien y poseyendo paciencia a puñados pues todos los meses
conseguía tener mi dosis de lectura. Pero todavía quedaba un grave problema por
resolver: asegurar los ejemplares y no perder ni un número de las colecciones.
El
hallazgo del siglo
Como decía más arriba, el número
de aficionados aumentaba pero no el de ejemplares de las colecciones de cómics,
con lo que el problema estaba planteado. Al ser de Fuenlabrada, una gris y
monótona ciudad-dormitorio del sur de la capital, ese problema era menos grave,
porque no éramos tantos los coleccionistas. Pero a su vez, eran menos los
quioscos donde se vendían los tebeos. A la que te despistaras te quedabas sin
tu número y con la colección coja; problemón de los gordos. Más de una vez me
ha pasado y tuve que solucionar el embrollo marchando a Madrid en busca de
quioscos, dándome buenos paseos por sus calles hasta encontrar el cómic
ansiado. Era necesaria una solución y esta llegó de manos de algunos pequeños
empresarios audaces que importaron la idea de países como Estados Unidos o
Inglaterra.
Otra
de las aficiones por aquel entonces, cuando tenía entre dieciséis y veinte
años, era comprar discos de vinilo, LP o Maxi-Singles de mis grupos favoritos,
que normalmente eran de música pop, disco y sobre todo house (que fue por esa
época cuando comenzó a entrar en España) (y para que os ubiquéis temporalmente,
fue cuando salió el “Bad” de Michael Jackson). Durante un buen tiempo, cogí la
costumbre de acercarme al centro de Madrid una vez por mes, haciendo un
recorrido que lo disfrutaba sobremanera. Era un paseo por la Gran Vía, comprar
uno o varios Maxi-Singles, pasear por Sol, bajar por Atocha hasta la estación
de RENFE y por el camino comprarme un par de donuts de chocolate (los de toda
la vida) y un refresco de naranja y zamparlo todo sentado en la estación
leyendo un libro o un cómic. Los Maxi-Singles y los LP los compraba en una
tienda de discos que era referencia en toda la comunidad de Madrid, que se
encontraba en lo que se conocía coloquialmente como los bajos de Gran Vía.
Los
bajos era en realidad un pequeño centro comercial que se encontraba en un
edificio conocido (y que sigue existiendo) como Los Sótanos, un enorme bloque
de diez plantas con hoteles, oficinas y tiendas. Poseía un nivel bajo, por
debajo del nivel de la calle, al que se accedía por escaleras. Era un espacio
diáfano con tiendas, locales de ocio, algún que otro restaurante y también
salones de juegos. Fue muy famoso por la época y en los años 80 una de las
referencias de “la movida” madrileña, ya que por allí los jóvenes solían
acercarse mucho para escuchar música, jugar a las máquinas recreativas o tomar
algo en los bares. El lugar fue tan famoso, que incluso salió en varias
películas. Bueno, pues la tienda de discos era Discoplay y durante muchos años
la tienda lugar de peregrinaje para todos los amantes de la música. Siempre me
acordaré de entrar por las escaleras y contemplar una nube de humo en el techo
por culpa del tabaco (antes éramos gente muy dura; se fumaba a todo pasto en
todas partes y a tomar por saco la salud; del norte, tu), oler a humanidad y
sentir que aquello era un sitio especial. Pues bien, erase una vez que yendo
hacia Discoplay en busca del Pup up the volumen, de MARRS (pedazo temazo de
house que fue el número uno durante meses y una de las canciones más
versionadas de la música), al acercarme a la tienda de discos y girar el cuello
a la derecha, así como si nada, mis ojos contemplaron algo que me cambiaría
para siempre.
Sonaron
fanfarrias, las trompetas tocaron y arpas celestiales se escucharon mientras
querubines descendían de los cielos junto a luces divinas, cayendo sobre mi
persona el maná divino y los ángeles extendían una túnica blanca donde rezaba:
“Enganchado para siempre”. Porque allí, ante mi persona, en una humilde esquina
de aquellos sótanos de Gran Vía se encontraba ni más ni menos que la primera
tienda especializada de cómics de Madrid que, como no podía ser de otra manera,
se llamaba Madrid Cómics. Sí, amigos míos frikis, aquella era la respuesta para
los coleccionistas. Era una tienda diminuta, como digo, en un local que era
literalmente una esquina (mi cuarto de baño era más grande) con tebeos por
todas partes, en cajones, cajas, estanterías, apilados hasta el techo porque
aquel espacio no daba más de sí. No solamente te vendían los números del mes,
sino que… ¡también los números atrasados! ¡Todos! ¡De todas las colecciones!
(más música celestial y más querubines). Aquello era un sueño. Y también tenían
posters, chapas, pegatinas, los primeros pasos en España de aquello que luego
sonaría como marketing del bueno. Y los dependientes entendían de tebeos, eran
capaces de seguirte la conversación y encima eran personas mayores, que sabían
más que tu.
Claro
que no todo era tan bueno, porque ya desde el primer momento el mercado negro y
la especulación en torno a los cómics nació junto con las primeras librerías
especializadas. En Madrid Cómics descubrí que tenían todos los tomos de la
colección Súper Conan, pero cada tomo te lo vendían por una barbaridad, en
torno entre las tres y cinco mil pesetas, que para la época era muchísimo. Para
que os hagáis una idea de lo que os digo, es como si hoy os compráis un X-Men
por 1,90 euros, se agota ese número y cuando lo vais a comprar a una tienda os
piden por él 10 euros; así, por la cara. Y es que Conan era el personaje que
arrasaba en ventas y de ahí que sus tebeos fueran los más demandados, cosa que
muchos vendedores aprovecharon para lucrarse. No todos fueron así, por
supuesto, los hubo de todos los colores. Unos que subían un poco los precios
porque al fin y al cabo era un negocio, y otros que se comportaban como auténticos
usureros especuladores que abusaron de los aficionados. Muchos chalets y yates
de lujo se han comprado estos fenicios a costa de los coleccionistas.
Pero
en general, las tiendas especializadas de cómics aportaron al mundo de los
lectores y coleccionistas un lugar donde poder reunirse no solamente para
comprar, sino para charlar de sus aficiones, conocer gente, realizar
actividades lúdicas, conocer material y estar al día de las noticias acerca de
sus gustos y personajes favoritos. En la próxima entrada de las Crónicas os
hablaré de los primeros años de las tiendas especializadas en Madrid, el cambio
sustancial que supuso, la expansión de Cómics Fórum y la proliferación de las
tiendas sobre todo en el centro de Madrid. Esto iba evolucionando y nadie sabía
hasta donde podríamos llegar (hasta que la burbuja se rompió). Continuará…
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