CAPÍTULO VI. La gestación del club
Los primeros pasos.
La idea de
formar el club nos vino de la necesidad de tener espacio donde poder jugar, ya
que las casas no eran el lugar indicado. No disponíamos de mesas los
suficientemente grandes y además los padres nos miraban con malos ojos, ya que ocupábamos
comedores, patios, terrazas con miniaturas, maletines, cajas, dados y tapetes.
También queríamos tener un lugar fijo para poder montar unos armarios y
comenzar a trabajar con escenografía. Deseábamos jugar en campos de batalla tal
y como venían en las revistas. El problema era que no sabíamos como conseguir
un local.
La solución
nos llegó gracias al grupo de amigos con los que jugábamos al rol los domingos
por la tarde, en un pequeño centro cultural situado en un lateral del
Ayuntamiento de Getafe, ahora reconvertido en no sé que chorrada municipal, muy
pijo, pero poco funcional. En la época de la que os hablo allí se reunía lo más
selecto de la sociedad: roleros, wargameros, grupos musicales que iban a practicar,
diferentes asociaciones, todas relacionadas con actividades jóvenes y
culturales. Como el lugar era pequeño, para jugar al rol nos cedieron una minúscula
sala en el sótano, justo al lado de las salas donde los grupos musicales realizaban
sus prácticas. Era horrible, porque como podéis imaginar, jugar al rol en medio
de una estruendosa cacofonía no era la mejor manera de pasar una tarde. Las
partidas del “Señor de los Anillos “ o “Vampiro; la mascarada” se veían
amenizadas por gritos, chirridos, tambores y sonidos extraños y martirizantes,
ya que los grupos eran del estilo trans-metal, neo-metal, punky-metal,
chorrada-metal y unas cuantas cosas más acabadas todas en metal, que lo único
que quieren decir es que no sabían tocar, mucho menos cantar, porque cuando un
grupo de “músicos” se juntan y quieren tocar sin tener ni idea, dicen ser
transgresores y vanguardistas y hala, a aporrear y tocar sin más. Yo me
imaginaba que eran Marines del Caos o el mismo Caos, por eso deseaba largarme
de allí cuanto antes.
No duramos
mucho en esa sala, pero la cuestión es que Maikel, Dani, Soriano y mi menda nos
dimos cuenta que podíamos solicitar salas para nuestra afición, ¿pero, donde?
Porque el pequeño centro estaba hasta arriba de gente y allí no nos darían
sala. En un principio pensamos pedir sala en un centro en Fuenlabrada, y hacia
allí encaminé mis pasos, pero en Fuenlabrada, por entonces, sólo había un
centro de la Juventud, también hasta arriba de asociaciones, y no nos pudieron
ceder sala; al menos, no bajo unas condiciones aceptable. Que diferente hubiera
sido todo si nos hubieran dado una sala en Fuenlabrada, ¿verdad? Pero el
Emperador tenía otros planes para nosotros.
Gracias al
coordinador del centro cívico de Getafe, ese de los Marines del Caos, pudimos
conocer al concejal de juventud, que nos dio una cita en su despacho para que
le habláramos de nuestro problema y ver que solución se podía encontrar. El
coordinador del centro, cosa curiosa, era el mismo que ahora es coordinador del
centro cívico del Sector 3, allí donde El Ojo del Terror volvió a renacer de
sus cenizas (aunque no me acuerdo de su nombre, porque en fin, majo es, pero le
esterilizaba en nombre del Emperador para que no procreara y estropee la
simiente genética humana). La cita en cuestión nos fue concedida para dentro de
un mes, así que teníamos ese tiempo para planear que debíamos decir y como
abordar el tema para evitar problemas. ¿Porque digo esto? Ahora mismo lo
sabréis.
Un año, más o
menos, antes, ocurrió un suceso único hasta el momento en España pero que
conmovió a la sociedad española (borreguil, porque con millones de parados y
crisis en marcha —sí, por aquella época también, no aprendemos—, sólo se
fijaron en eso y que el Sevilla y el Celta bajaban a segunda división por falta de crédito financiero) y la puso a
mal con los pobres roleros. Me refiero al espantoso (música de “Psicosis”) Crimen del rol. Unos chalados
inventaron un juego de rol en vivo sobre razas y lo pusieron en práctica
saliendo a la calle a matar al primer desdichado que pillaron y, claro, aquello
conmocionó a todo el mundo. El rol saltó a la palestra y de repente todos lo descubrieron,
tachándolo de aberrante, que pervertía la mente de los niños, que incitaba a la
violencia y yo que sé que chorradas más, pero el caso es que desde ese momento
todos aquellos que practicábamos dichos juegos fuimos malditos y perseguidos.
La ignorancia
general metió en el mismo saco a los roleros, pero también a los aficionados a
los juegos de cartas, wargammes, lectores de cómics, manga y todo aquello
relacionado con el mundillo, así que pronto tuvimos fama de asesinos y locos.
De repente nos fue más difícil poder encontrar gente con la que jugar, personas
que nos prestaran atención. Era necesario convencer al concejal de que en
realidad éramos inocentes e inofensivos corderillos. Dispusimos un plan:
vestirnos normal, traer minis pintadas y escenografía y hablar de las bondades
del juego al concejal explicando que era una afición beneficiosa para los
chavales. Disponíamos de varios días para preparar la entrevista; lo que no podíamos
imaginar es que las cosas no saldrían como previmos.
Por aquel
entonces eran las fiestas de Getafe y era costumbre, sigue siéndolo, que se
celebren conciertos de música. Solían tocar los grupos en los descampados que
se encontraban cercanos a la Universidad y a la discoteca Tropic Costa, hoy
desaparecida, por el barrio de Las Margaritas, que era muy chungo por culpa de
la delincuencia y la droga. Una noche tocó un grupo de estos anarquistas anti
todo menos anti dinero, claro está, y se armó la gorda porque vino más gente de
la normal y el recinto no daba para tanto, así que la Policía tuvo que
desalojar parte del personal —el concierto era gratis— para evitar asfixias y
turbas. Esto se lo tomaron los punkies y los anti sistemas estos como una
ofensa personal, pobrecitos, y no se les ocurrió mejor manera de protestar que
quemando coches, destrozando cristales de negocios y varias barbaridades más, convirtiendo
esa noche Las Margaritas en zona de guerra, porque la Policía se trajo a los antidisturbios
dispuestos a todo.
Pasaba yo por allí
de venir de casa de mi amigo Antonio, que vivía en Las Margaritas con su madre,
y decidí tomar un atajo por el lado de la Universidad donde se ubicaría la
futura parada del MetroSur, que en buena hora se me ocurrió. En un principio comencé
a ver grupos dispersos de punkies, gentucilla varia, que no me alarmaron, en
peores bregados he estado, pero a poco aquello se iba convirtiendo en manadas
que, litronas en mano, se volvían más violentas e incontrolables. ¿Dónde me
había metido, por Russ? Pronto me vi rodeado de centenares de individuos de la
más variada condición y de ambos sexos, realizando actos incívicos y sumamente
reprochables. En estas que pensaba si sacar el bólter o el lanzallamas pesado
para purificar a la peña, cuando la turba comenzó a correr todos hacia el mismo
sitio, tal si fueran ovejas huyendo del lobo.
Que menos,
porque lo que se acercaba era la Policía con todas las fuerzas disponibles:
antidisturbios, a caballo, en furgoneta, a pie, en tanques Leman Russ y aeronaves Valkirias,
jolines, como para no echar a correr, porque estos, cuando se lían a meter
porrazos, no reparan en Marines ni nada. Así que hala, a correr yo también,
porque no era cosa liarse a bólter limpio con las fuerzas de la Ley, compañeros
al fin y al cabo aunque ni ellos mismos lo sepan. Pude escaparme gracias a mi
buena forma física, y porque en vez de seguir al ganado que huía desbocado,
todos directos a la trampa que los antidisturbios habían preparado en la
esquina de la calle Madrid, justo donde empieza ahora la peatonal, me eché
hacia un lado, salté los coches aparcados y me perdí por los bajos y soportales
del bar de los bocatas (y quien sea de Getafe sabe a que me refiero).
Aquello no fue
más que una anécdota, pero al día siguiente pude saber que la cosa fue a peor y
me podía haber metido en un buen lío de no haber andado fino. Los gamberros
hicieron de las suyas y la Policía se tuvo que emplear a fondo, no andando
ellos tampoco muy comedidos, y durante semanas Getafe estuvo en boca de toda
España por aquello; ya se comenzaba por entonces a gestar el fenómeno
“botellón” con sus fatales consecuencias. Pero ya veis como es la España
actual. Por entonces, a los roleros y wargameros se nos perseguía a muerte por
lo del (música de “Psicosis”) Crimen del
Rol, y en cambio el botellón y sus disturbios, con varios muertos
incluidos, apenas causa cierta conmoción más allá de unas primeras planas por
unos pocos días. Desde diferentes administraciones, tanto de la Comunidad, como
de los Ayuntamientos e incluso desde el Gobierno del Estado, se tomaron severas
medidas contra el rol, y muchos “expertos”, “doctores” y “padres preocupados”
se encargaron con saña y diligencia en destruir el mundo del rol, su
sub-cultura y todo lo relacionado, creando desde entonces, la maldición que ha
perdurado hasta nuestros días: la fama de que los roleros, otakus, comiqueros,
wargameros y demás ralea somos fikkies, inadaptados o gente rara a la que hay
que vigilar.
Pero pasó el
tiempo y olvidé los disturbios que azotaron las fiestas de Getafe, porque se
acercaba el día de la entrevista con el concejal de juventud. Allá que fuimos
Dani y mi persona al Ayuntamiento, una soleada mañana, bien vestidos, con
nuestros maletines con los Lobos y los Orkos pintaditos, sin polvo, y un poco
de escenografía; era el momento de triunfar, de hacer comprender al concejal
que éramos gente simpática, amable, comprometidos con la sociedad (esta
palabreja siempre queda bien ante los progres, los pijos y los borregos) y que merecíamos
un local donde practicar nuestra afición, o sea: planear la conquista de la
Tierra en nombre del Emperador.
Una amable,
pero más falsa que una peseta blanca (por entonces la peseta era rubia),
secretaria nos acompañó al despacho del concejal. No había nadie, pero nos
pidió que esperáramos unos minutos. Dani y yo sonreímos, todo iba a las
maravillas, saldría bien, hasta que posé mi mirada en un montón de periódicos
locales, ya un poco atrasados, donde en primera plana, a todo color y con una
pedazo de foto, el titular rezaba así: “Vándalos destrozan Las Margaritas
durante un concierto de música. La Policía se tuvo que emplear a fondo. Coches
incendiados, escaparates rotos, actos de violencia empañan las fiestas
locales”.
La foto, a
todo color como dije, ocupaba la mitad del periódico. Dani y yo maldecimos alto
y furioso, porque en la foto salía mi persona, ¡o sea, yo!, cuando estaba
corriendo con los gamberros aquellos, instantes antes de escapar por los
soportales. Ahí estaba, retratado para la posteridad, corriendo como un poseído
en primera fila, nada menos, bien visible y reconocible, justo debajo de la
palabra “VÁNDALOS”. Que Crom nos asistiera, porque ahora a ver como explicábamos
“aquello”. Y el concejal a punto de llegar. ¡La catástrofe! Continuará…
Puedes seguir las Crónicas Lupinas en el Foro de la asociación Ojo del Terror. Crónicas Lupinas están escritas por Juan Carlos Sánchez Clemares.