CRÓNICAS
DE UN FRIKI VII
LOS
CÓMICS (o tebeos); sexta parte.
Los
avatares de un coleccionista de cómics
En
la anterior entrada de estas, mis crónicas, hablé sobre Cómics Fórum y como
descubrí los tebeos en un quiosco perdido en Fuenlabrada. Comenzaba mi etapa de
coleccionista salvaje y con ella unos años maravillosos en cuanto a los cómics,
donde mi condición de friki se vio finalmente aupada a todo lo alto. Fue una
etapa muy bonita de mi vida que solamente quienes la hayan vivido pueden
comprender perfectamente. Es cierto que las vivencias marcan a uno y forjan tanto
su carácter como su personalidad, y al igual que existen personas que nutren y
mejoran su espíritu e inteligencia con, digamos, la música, otras lo hacemos a
través de la lectura o de ciertas aficiones que nos hacen destacar de los
demás. Porque leer cómics por entonces no era solamente disfrutar de unas
aventuras de héroes vestidos de colorines, sino una afición que te conducía
invariablemente a otras: el cine, la literatura, el rol, las miniaturas, los
juegos de mesa… Y eso de que los lectores de cómics eran seres solitarios,
introvertidos o tontos del bote es de esos mitos que ya hace tiempo,
afortunadamente, se desmintieron. Porque los lectores de tebeos suelen buscar a
gente que tengan sus mismas aficiones. Suelen ser personas de mente abierta e
inteligencia por encima de la media, curiosos, transgresores y con ciertos
ideales. No menos claro es que no todos son así, por supuesto, pero sí la
inmensa mayoría como han demostrado estudios realizados a lo largo de décadas
en diferentes países
A lo que iba que
me pierdo. Lo que quiero decir es que leer y coleccionar cómics me hizo mucho
bien. Me culturizó y me hizo disfrutar de la Vida, con recuerdos muy
agradables, experiencias y sensaciones increíbles. Que no quita que hubo malos
momentos, amargos, pero visto ahora todo forma parte de un conjunto que en su
suma me ayudó a formarme como persona y que no cambiaría por nada.
La
insistencia es la clave
Como
expliqué en la anterior entrada, los cómics Fórum únicamente se vendían en
quioscos, ya que no existían las librerías especializadas, los grandes
almacenes no vendían ese producto y no había Internet, ni teléfono móvil ni
nada de todo eso que ahora damos por sentado que existió siempre. Y en toda
Fuenlabrada pasarían al menos dos años hasta que otros quioscos se atrevieron a
vender los tebeos. En el quiosco que descubrí se podían encontrar todas las
colecciones que Fórum publicaba en ese momento, que no eran muchas, pero en muy
pocas cantidades; a lo sumo dos ejemplares de cada colección. Así que el primer
problema a solucionar estaba claro: era imperativo que no me quedara sin mi
ejemplar. La solución pasaba por acercarme al quiosco un mínimo de dos veces
por semana, echar un vistazo a sus vidrieras y procurar llevar siempre encima
dinero. Os aseguro que esto puede parecer muy fácil, pero el tal quiosco estaba
muy alejado de mi casa, casi veinte minutos andando, y eso me obligaba a
meterme unas caminatas que para qué. Y encima se ubicaba en un lateral de
Fuenlabrada, con lo que si deseaba ir al centro o al otro lado de la ciudad
(que era donde estaba lo divertido, el cine y las discotecas), el paseo era de
órdago. Pero no importaba, porque cada vez que compraba el tebeo la
satisfacción de poseerlo suplía con creces todos los inconvenientes que pudiera
padecer.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihBnI3sjy-be7qzBNlu4AoAR47YWstbqhyUn-k7otq5VTDLFlfxDlbaVb55msvSKNK8X0pPmuj0795lKn-51fDXeaCs2pjHqyhsdsb5ZIodmxCPEVMHET9IuF1HCIJlJW14ouyG1GJIA0/s1600/DSC_6624.jpg)
El
tormento y el éxtasis
Otro
de los grandes problemas al que nos enfrentábamos los coleccionistas era el
estado del cómic que comprábamos. Hay que entender la situación antes que nada.
Siendo un chaval, me costaba un mundo de sacrificios el ahorrar dinero para el
vicio, así que una vez que adquiría un ejemplar me gustaba que este estuviera
en óptimas condiciones. Nada de esquinas dobladas, portadas sucias o tebeos
doblados por la torpeza de los vendedores. Así que cada vez que compraba el
cómic lo primero que hacía, delante del quiosquero mientras me devolvía las
vueltas, era comprobar el impoluto estado del ejemplar. Una vez que todo estaba
en orden, aquel cómic era para mí para siempre. Si no, le decía que me lo
cambiara. Hay que hacer constar que más de una vez (y más de tres y de cuatro y
de cinco…) me he topado con algún que otro vendedor que se negaba a darme otro
cómic, pero en ese sentido nunca me he dejado atropellar ni aunque tuviera doce
años. Si pagaba por un producto, quería dicho producto en perfectas
condiciones. O eso, o no lo compraba. Este farol siempre me salió bien.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjNaLLSHisg4D32qAgNkrPFtJtPfjWbtVUGGkgY51Rdbs0LlfGdvb00Aij8xn6VsaN2QrfX4uw5XZ5EXXlMgsDFRqJLerCLwr8P75s8t7__AMv9SY0Bpi-8KywcXjfEZQO3LU6cSeNhtdE/s1600/Publicidad4.jpg)
Y
por si fuera poco bregar con todos estos problemas, todavía nos teníamos que
enfrentar a la ignorancia de los vendedores. Cuando Cómics Fórum comenzó a
sacar más colecciones y ampliar la demanda, era un sin vivir intentar convencer
al quiosquero para que trajera la colección de Daredevil o El Hombre de Hierro.
“Mire usted, que le pienso comprar las
dos colecciones todos los meses”. “No sé, no sé, que esto de los tebeos no creo
que me dé mucho dinero”. La solución pasaba por seguir buscando quioscos
donde vendieran esas colecciones, por eso con el paso del tiempo mi radio de
compra se amplió a varios lugares. Un cómic aquí, dos allí… Lo que fuera con
tal de mantener el vicio. Como anécdota divertida también puedo narrar cuando a
Fórum le dio por sacar varias colecciones en inglés, como The New Warrior,
Silver Surfer, X-Men, etc. Era gracioso pedirle al pobre vendedor que me diera
tal colección ya que no entendía lo que le quería decir en mi inglés castizo. “Deme usted el Niu Guarrior, por favor” “¿Lo
qué?” “Ese, deme ese, el de la portada en rojo” señalaba con el dedo. Tanto
coleccionistas como vendedores nos tuvimos que modernizar mucho.
Poderoso
caballero es don dinero
El
segundo gran problema al que me tenía que enfrentar para poder comprar
puntualmente mis colecciones era el dinero; o más bien la escasez del mismo.
Con mi exigua paga y sin trabajar (era todavía muy joven), debía hacer frente a
varias colecciones, siendo dos de ellas encima quincenales. Aunque ahora no lo
pueda parecer, tener que gastar todos los meses de seiscientas a ochocientas
pesetas (unos cinco euros, ojo, que estamos hablando de los ochenta del siglo
XX) era todo un drama para un chaval que comenzaba a entrar a la adolescencia
(y con otras áreas de la vida por explorar). Era imperativo poder encontrar
fuentes de financiación y descartado el pedir aumento a mi madre (bastantes
agobios monetarios padecía la pobre), no me quedaba otra que tirar de un
estricto autocontrol en cuanto a los gastos y una férrea actitud sobre las
preferencias. Ante mi se abría una duda existencial: ¿me gastaba el dinero en
comprar cómics, o lo gastaba en alcohol, tabaco, discotecas y de fiestas de fin
de semana? No fue una decisión fácil, ya sabemos cómo nos las gastamos los
adolescentes: si no bebes eres poco hombre, si no fumas se te deja de lado, si
vas a la discoteca es que eres raro… En fin, ganaron los cómics. En realidad
tampoco lo pensé mucho.
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Las
argucias para seguir ahorrando dinero y mantenerme en el vicio fueron dignas de
Ulises algunas, por su astucia, y de Hércules otras, por su sacrificio físico.
Por poner un par de ejemplos y no extenderme más en el asunto, cuando iba a la
discoteca con los amigos y sacábamos las entradas, recuerdo que con la entrada
te daban además una consumición o dos, depende de la discoteca y del precio de
la entrada. Eran consumiciones en las que podías pedir alcohol, claro, y por
entonces la moda era el whisky y el Licor 43. Pues bien, lo que hacía era
vender, una vez ya dentro de la discoteca, a mis amigos mi entrada con las
consumiciones a la mitad de lo que te cobraban en la barra de la discoteca. Ni
que decir que mis amigos, borrachillos ellos, accedían encantados a mis
tejemanejes. De esta forma recuperaba dinero con el que comprar tebeos. Otra
forma era ir andando a todos los sitios. En una época en la que no existían
todavía los abones mensuales ni los billetes múltiples o de varios viajes para
el transporte público, siempre que viajabas en Metro, Bus o Tren debías sacar
un billete. Era bastante barato, pero un trayecto de ida y vuelta eran casi dos
cómics. Nada, nada, con tiempo y salero caminata para ahorrarse el billete y
más dinerito para las colecciones. De aquí vino mi afición al senderismo y
pateo diario.
Como
se puede leer, dura era la vida del aficionado a los cómics, más dura todavía
la del coleccionista. Y todavía quedaban otras adversidades que superar o
sufrir, como la ignorancia de los demás o el desprecio que se padecía por leer
cómics, sobre todo por parte de las chicas, las enemigas más terribles que
friki masculino alguno pueda tener. Pero de esto hablaré en mi próxima entrada.
De esto, y del descubrimiento de la primera librería especializada en España,
en Madrid. Nos “vemos”. Continuará…
Si te gustan las Crónicas de un Friki, aquí
tienes los enlaces para ir al primer y penúltimo episodio.
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