Allerberger, Josef "Sepp", nació cerca de Steiermark, Austria, el 24 de diciembre de 1924. Hay que hacer constar que en sus memorias, Allerberger indica que nació en septiembre, pero su partida de nacimiento está fechada en diciembre, quizás por retraso de los padres en inscribir al recién nacido en la localidad. Hijo de un carpintero local, su niñez y adolescencia fue normal, sin nada especial que reseñar más allá de su particular carácter.
A los dieciocho años ya estaba familiarizado con la profesión de su padre, y posiblemente hubiera trabajado el resto de su vida en el taller si el estallido de la 2ª Guerra Mundial no hubiera dado al traste con la situación de Austria y Alemania. De todas formas, Allerberger no se enroló en el ejército hasta diciembre de 1942, para comenzar ya a reforzar los ejércitos nazis que operaban en múltiples frentes de batalla.
El 18 de julio de 1943, tras el periodo de instrucción, fue enviado al Frente del Este con el 2º Batallón de la 144ª División de Montaña. En un principio comenzó actuando como operador de ametralladora, lo que parecía indicar que Allerberger pasaría la guerra como un simple soldado más de Infantería, hasta que un incidente cambió radicalmente su destino y le convirtió en uno de los tiradores más letales y peligrosos de toda la guerra, con 257 bajas acreditadas en su hoja de servicios.
Sólo estuvieron a su altura en cuanto a efectividad su amigo y compañero de unidad, Matthaüs Hetzenauer en las filas alemanas, y en las rusas hubo varios tiradores que sí le superaron, pero sin embargo Vasily Zaitsev, el tirador ruso más famoso de toda la contienda quedó por debajo de Allerberger en 32 objetivos. Durante las terribles batallas que se dieron por dominar la ciudad rusa de Stávropol, que comenzaron el 3 de agosto de 1942 y concluyeron el 21 de enero de 1943 (Allerberger entraría a mediados de la campaña), que causaron enormes daños entre la población civil y luchas encarnizadas entre alemanes y soviéticos, Allerberger entró en contacto con la cruda realidad y los horrores de la guerra, como él mismo nos relata en sus memorias:
«Tras cinco días de intensos combates perdí los últimos vestigios de mi inocencia juvenil. Los horrores de la guerra dejaron huellas en mi rostro, envejecí diez años. Nuestra unidad se vio reducida de veinte a tan sólo siete compañeros. Del grupo inicial al que pertenecía quedábamos el comandante y yo. Perdí la noción del tiempo, al igual que el miedo. Ya no mostraba compasión hacia el enemigo. Me convertí en un producto de la situación que me tocó vivir, siempre impulsado por el primitivo instinto de supervivencia, eternamente hambriento y sediento.»
En un momento determinado del combate resultó herido de manera leve en una mano, pero lo suficiente para que tuviera que ser evacuado a un hospital de campaña para recuperarse. Allerberger se propuso no tener que volver a ser a operador de ametralladora, ya que le parecía un destino realmente duro. Siendo carpintero, logró entrar al servicio del oficial armero como ayudante para reparar las armas.
Mientras se curaba de las heridas, en el taller de reparaciones, curioseó entre el material tomado a las tropas rusas, bien de sus muertos o cogido del campo de batalla abandonado por los soviéticos en sus retiradas. Le llamó la atención un fusil de tirador, un rifle Nagant 91/30 con mira telescópica de PU 3.5x y de cerrojo, un arma con una gran historia pues ya se utilizaba con anterioridad a la Primera Guerra Mundial y que era mundialmente conocido por su fiabilidad y robustez de diseño. La Unión Soviética producía el Nagant por millones y equipaba con él a sus soldados, pero pronto cobraría fama por ser el arma preferida de los tiradores de élite. A modo de anécdota, el mayor tirador de la 2ª Guerra Mundial, Simo Häyhä (505 bajas), que militaba en las filas finlandesas, utilizaba un rifle Nagant sin mira telescópica y cuando sus oficiales le dieron la posibilidad de que tuviera otros fusiles mucho más potentes y modernos, Häyhä, rotundo, se negó a desprenderse de su Nagant. El mismo Allerberger nos cuenta que pasó por su cabeza al tomar el arma:
«Por supuesto, era una señal del destino que entre las armas de ese tipo, me encontrara con un fusil de francotirador ruso. Nada más verlo, me apresuré a preguntarle al sargento de armas si era posible practicar con él.»
Allerberger aprovechó para practicar con el rifle, tirando a varias dianas en un campo de tiro y haciendo blanco prácticamente siempre, realizando increíbles dianas que llamaron de inmediato la atención de los oficiales. Le hicieron repetir una serie de ejercicios de disparo y cuando se comprobó que no era fruto de la casualidad, se dieron cuenta que en el soldado existía un talento bruto que debía ser pulido cuanto antes. No obstante, debido a las exigencias de la guerra que demandaba constantemente más soldados, Allerberger fue enviado de nuevo al frente, pero esta vez llevó con él el fusil Nagant, con el que causó 27 muertos entre las filas rusas, varios de ellos oficiales.
Estos éxitos volvieron a llamar la atención de sus superiores y enviaron al soldado a la escuela de tiradores de Seetaleralpe, campamento militar con una extensión de 30 kilómetros de largo y unos 12 de ancho situado cerca de Seetaler, en Los Alpes, donde comenzó de inmediato su formación y entrenamiento para convertirse en un letal tirador. Su entrenamiento lo llevó a cabo con un fusil alemán Mauser K98 equipado con un visor de 6 aumentos. Para entonces, gracias a sus valerosas acciones, Allerberger fue premiado con la Cruz de Hierro de 2ª y 1ª clase, además de la Medalla de Asalto de Infantería (Infanterie Sturmabzeichen).
Estos éxitos volvieron a llamar la atención de sus superiores y enviaron al soldado a la escuela de tiradores de Seetaleralpe, campamento militar con una extensión de 30 kilómetros de largo y unos 12 de ancho situado cerca de Seetaler, en Los Alpes, donde comenzó de inmediato su formación y entrenamiento para convertirse en un letal tirador. Su entrenamiento lo llevó a cabo con un fusil alemán Mauser K98 equipado con un visor de 6 aumentos. Para entonces, gracias a sus valerosas acciones, Allerberger fue premiado con la Cruz de Hierro de 2ª y 1ª clase, además de la Medalla de Asalto de Infantería (Infanterie Sturmabzeichen).
Aunque de esto ya se hablara en el anterior volumen de CABALLEROS, no está de más aclarar que un tirador de la 2ª Guerra Mundial no es lo mismo que un francotirador tal y como lo conocemos hoy en día. Los francotiradores actuales, además de causar bajas entre la tropa enemiga, también se emplean en ocasiones para llevar el terror a la población civil, sin importar a quien se dispare, como por ejemplo pasó en la guerra de la extinta Yugoslavia entre los años 1991 y 2001. Un tirador de la 2ª Guerra Mundial no disparaba a objetivos civiles (excepto en contados casos y siempre contraviniendo las órdenes) sino que su preferencia eran los oficiales enemigos y en menor medida los soldados rasos. También se empleaban para frenar determinadas ofensivas del enemigo, ya que un sólo tirador era capaz de efectuar varias bajas en apenas dos minutos y causar el pánico y desorientación en las unidades enemigas.
Nueve meses más tarde, tras finalizar el periodo de instrucción, Allerberger es enviado al frente ya como tirador de campo. Utilizó diferentes modelos de fusil durante la contienda. Se sabe que empleó en varias ocasiones armas soviéticas, aunque luego terminaría usando un rifle modificado Mauser 98 con mira telescópica de recarga manual, muy lento, pero mucho más fiable para disparar con precisión que el modelo automático. Otras veces utilizaría un rifle semi-automático Gewehr 43 o Karabiner 43, también bastante fiable y de robusto diseño. Con estas armas era sencillamente letal en distancias que rondaran de 100 a 400 metros. No obstante, el mismo Allerberger nos explica en sus memorias que siempre que le era posible sus víctimas eran oficiales superiores, aquellos tan odiados tanto por alemanes como por los propios rusos. No gustaba de disparar a los soldados rasos, a quienes veía como "compañeros" de armas, pero desde luego no le temblaba el pulso a la hora de hacerlo si con ello le iba la vida y la de sus camaradas alemanes. Fue amigo personal de Matthaüs Hetzenauer, el tirador ya mencionado, y entre ambos existía cierta rivalidad amistosa a propósito de una competición llevada entre los dos a cuenta de quien podría abatir a más rivales. A veces llegaron a trabajar juntos, llevando el terror y la muerte a los escuadrones rusos que prácticamente soñaban pesadillas cuando escuchaban la tan fatídica palabra de "¡Tirador!".
Para poner un ejemplo de la terrible efectividad de estos dos temibles tiradores, en cierta ocasión Allerberger y Hetzenauer estaban destinados en un pequeño pueblo en un bosque del Frente del Este con las órdenes de frenar el avance de una numerosa columna de infantería rusa que pasaría por allí en breve. Los dos alemanes causaron múltiples bajas con tiros certeros a lo que los rusos respondieron con dos cargas de infantería contra las posiciones de los tiradores que fueron rechazadas cuando los rojos flaquearon en su ímpetu. Finalmente, los rusos se retiraron incapaces de pasar por el pueblo al creer que numerosos alemanes estaban emboscados allí y que serían exterminados si se empeñaban en conquistar la posición.
El propio Allerberger nos vuelve a explicar en sus memorias el porque de tantos éxitos. Se debía a una serie de principios fundamentales para la supervivencia del tirador que le inculcaron durante su entrenamiento y que él procuró llevar siempre a rajatabla: elección de la posición ideal para el disparo, la capacidad para salir de dicha posición con la mayor rapidez y seguridad posible, la posibilidad de tener otra posición en caso de que la primera no pudiera ser utilizada, varias vías de escape y el abatir a un blanco de un solo disparo, a lo sumo dos; si se falla, nunca empecinarse y darlo por perdido. Por supuesto, el camuflaje era esencial, junto con un buen equipo que pudiera soportar todo tipo de daño en todo tipo de terreno y clima. Eso, unido al coraje, la precaución, a una mente fría y el saber elegir el blanco adecuado hicieron de Allerberger uno de los mejores tiradores del conflicto pero, sobre todo, le permitieron sobrevivir y contarlo.
Uno de los métodos favoritos de Allerberger para camuflarse era un paraguas, que aunque suene raro leerlo era bastante sencillo de utilizar y muy práctico. Pegaba en el paraguas todo tipo de ramas, hojas, hierba o lo que fuera menester, luego lo abría y se parapetaba detrás de él tumbado o subido a un árbol. De esta manera tan simple, era capaz de camuflarse con el entorno y ser invisible ante los ojos del enemigo incluso a corta distancia. Los paraguas de Allerberger fueron famosos en toda Alemania y en varias entrevistas que concedió para la propaganda nazi de entonces explicó que además eran muy fáciles de llevar a cuestas.
Otras de las cuestiones que Allerberger solía tener a la hora de combatir era dejar atrás los remordimientos de conciencia ante su macabro trabajo. La preparación psicología era fundamental para poder asesinar a una persona con un fusil de tirador de manera fría y metódica. En esta cuestión, Allerberger, en su libro, fue muy crítico con los modernos francotiradores, a los que se les enseña más que nada a camuflarse, manejar el equipo y poco más, pero no se les prepara a ser personas fuertes, con un marcado honor que les impida enseñarse con la población civil. No obstante, el mismo Allerberger, pese a sus reparos a disparar a soldados rasos, no tuvo más remedio que emplear en ocasiones tácticas brutales para poder seguir con vida o rechazar las no menos brutales oleadas del enemigo, un enemigo aún más implacable y sangriento que el mismo soldado nazi, lo que ya era mucho decir.
Según la experiencia de Allerberger, en combate real sólo el 90% de los disparos eran factibles entre distancias de 500 a 150 metros. Para más de 800 metros era casi un milagro poder acertar en el blanco, aunque él lo consiguiera en más de una ocasión, pero era debido a una serie de aciertos encadenados: buena visibilidad, la víctima permanecía quieta, sin viento, etc. Los tiradores de ambos bandos solían disparar de forma masiva al cuerpo, no a la cabeza, pues así la probabilidad de acertar de un disparo era mucho más elevada, dando la oportunidad de poder moverse a otra posición y escapar con vida. No hay que olvidar que una vez localizado un tirador era muy difícil que este pudiera escapar con vida del apurado trámite. Disparando al bulto se eliminaban factores como la visibilidad y la distancia por ejemplo, aunque desde luego era algo que no gustaba demasiado a Allerberger dado que no era seguro que la víctima muriera rápidamente, sino que era más normal que antes agonizara. Una vez más, la dura y cruel realidad de la guerra golpeaba a Allerberger endureciendo su corazón y alma. Allerberger nos cita decenas de ejemplos en los que el fuego de los tiradores les permitía detener el ataque de fuerzas enemigas muy superiores. Para poder realizar tales acciones, era necesario emplear tácticas brutales pero efectivas.
«Yo no prestaba atención a las primeras tres o cuatro líneas de enemigos que se abalanzaban a la carga contra nuestras posiciones, pobremente defendidas, sino a los soldados que avanzaban detrás de dichas líneas. Les disparaba al estómago, caían al suelo dando espantosos gritos. Sus compañeros que marchaban en retaguardia sentían pánico al ver a sus camaradas caídos en el suelo desangrándose, mientras las primeras líneas, al escuchar los alaridos a sus espaldas, perdían el ímpetu de la carga y solían detenerse. Entonces disparaba a la primera línea de soldados enemigos a la cabeza o al corazón. En ese momento el miedo se apoderaba de los rusos y sólo deseaban huir lo más rápido posible, abandonando a veces incluso a los heridos. Así he detenido cargas soviéticas, aunque los gritos de los heridos eran espantosos y me acompañarán para siempre. Es el horror de la guerra y mi alma en ese momento era de piedra, amoldada a las circunstancias terribles que me tocaron vivir. Además, sabía de sobra lo que nos esperaba a los soldados alemanes que caíamos prisioneros de los rusos. Eso me hacía tener menos piedad de ellos.»
En verano de 1944 su comandante de regimiento le recompensó con unas merecidas vacaciones en Alemania, para que dejara atrás por unas semanas los horrores del frente. Ese tiempo Allerberger lo empleó para seguir formándose como tirador en diferentes cuerpos especiales. Debido a sus éxitos no pudo escapar de la fama, ya que Joseph Goebbels, a través del Ministerio de Propaganda nazi, publicó varias de sus fotografías en diferentes medios de comunicación. Allerberger se vio obligado a realizar conferencias, charlas, entrevistas por la radio y a atender las numerosas jóvenes alemanas que le escribían cartas de admiración. No obstante, ese período terminó, las exigencias de la guerra hacían imposible que el tirador se ausentara por más tiempo de la batalla.
De nuevo, Allerberger marchó al Frente del Este para luchar contra los rusos, aumentando su cuenta particular de objetivos. Pero la guerra ya estaba perdida y sólo era cuestión de tiempo que Alemania capitulara. Al igual que otros tiradores, Allerberger intentó no caer prisionero de los rojos. Sabía que por su condición de tirador no tendría juicio ni sería tratado con humanidad, todo lo contrario, fusilado de inmediato o conducido a un gulag para ser torturado y encarcelado de por vida. Con otros soldados y oficiales alemanes, Allerberger se internó en los profundos bosques de Prialpiyskih, donde estuvieron vagando durante dos semanas hasta que se enteraron del fin de la guerra. Luego, con mucha precaución, cada cual logró llegar a su ciudad o pueblo natal. Allerberger consiguió llegar a su región y escapar de la cárcel o de un destino peor. Tomó el negocio de su padre y fue carpintero hasta el fin de sus días.
Meses más tarde recibiría una grata sorpresa: el 20 de abril de 1945 le fue concedida por sus méritos en combate la Cruz de Caballero de la Cruz de Hierro por el mariscal de campo Ferdinand Schörner, comandante del grupo de Ejércitos Centro. El problema es que días más tarde terminó la 2ª Guerra Mundial y el mariscal Schörner se vio incapacitado para tramitar (mediante formulario legal) la concesión de la Cruz de Caballero, algo que no era de extrañar pues no sólo le ocurrió a Allerberger. Durante los últimos días de la Alemania nazi se concedieron diferentes medallas, en ocasiones en el mismo campo de batalla soportando el fuego enemigo. Algunos soldados pudieron ser dueños de su condecoración, otros tuvieron que esperar un tiempo hasta que la tuvieron en su poder y unos menos nunca las llegaron a recibir.
Biografía recogida en la obra CABALLEROS DE LA CRUZ DE HIERRO EN GUERRA. Este libro ha sido escrito por Juan Carlos Sánchez Clemares y editado por MEDEA EDICIONES. Se puede adquirir la obra en librerías especializadas o en grandes superficies; también a la venta en la página Web de la editorial.
Interesante por el momento no tengo que decir, estoy mudo de la emoción.no puedo decir nada me gusta el estilo si se puede llamar, pido permiso para copiar..
ResponderEliminarMuchas gracias, tiene usted permiso para copiar y divulgarlo, para eso lo coloco en el blog. Gracias de nuevo por su ayuda. A cuidarse y ser feliz.
ResponderEliminar