Al
día siguiente, por la mañana, Chanes y María Teresa se encontraban junto con
varios operarios en la recepción de las oficinas centrales del Parque
supervisando los últimos trabajos, dado que habían decidido definitivamente
abrir a pesar de las objeciones de la detective. Se jugaban demasiado como para
retrasar por más tiempo la apertura que tenían previsto llevarla a cabo en dos
o tres días. Se habían tomado las medidas pertinentes y en caso de que la
agente continuara con la investigación, un juez amigo se encargaría de dar por
archivado el caso.
—¡Alto,
por los clavos de Cristo redivivo! —exclamó Diego de la Vega haciendo acto de
presencia con dos miembros de Seguridad— ¡No podemos abrir! ¡Nos faltan
operarios! ¿Es qué acaso nadie se ha dado cuenta menos yo? ¡Pardiez!
—¿Cuántos
faltan? ¿Cinco, diez? —preguntó extrañado Chanes.
—¡La
mitad, voto a Dios!
—Pues
eso es una hartá de gente, ¿no? —pensó el presidente— Si zon unos 3.000
empleados , la mitad deben ser por lo menos 2.000. Hmm….
—Es
igual, estarán de huelga, podemos abrir sin ellos —dijo María Teresa—. No hacen
falta. El Parque está preparado para funcionar con 1.000 empleados.
—¿Pero,
y la seguridad? ¿Y los turistas? ¿Es qué nadie se ha dado cuenta de que esto es
un castillo de naipes que puede venirse abajo en cualquier momento? ¡Por
Cristo! ¡Voto a Dios!
—Que
va, quillo, la gente va a estar más pendiente de los dinozaurios que de los
problemas. Necesitamoz dinero, y lo necesitamos ya. ¡Qué abran el Parque ahora
mismo! —Chanes extendió la mano hacia arriba señalando con el dedo el horizonte
de grandeza que se abría de nuevo para España que…
—¡Queda
usted arrestado! Cualquier cosa que diga… bla, bla, bla, bla…
Elsa
Malasaña aprovechó que Chanes tenía el brazo extendido para esposarle por una
de las muñecas, poniendo la otra argolla en su propia muñeca para evitar la
fuga de Chanes, y ser ella quien lo condujera al coche policial. Se iba a dar
esa satisfacción por las amenazas y extorsiones sufridas.
—¿Pero
ezto qué es? ¿Uzte sabe quién soy?
—¡Un
corrupto! Se le detiene por traición a España y por vender territorio español a
Marruecos, por no contar lo de las primogénitas y otros chanchullos. Me ha
costado toda la noche conseguir la orden de arresto, ¡pero, aquí la tiene!
Chanes
cogió la orden de detención y miró varias veces; comenzó a sudar. Estaba todo
en orden.
—¡Impozible!
¡Qué esto es España! ¡Qué esto no funciona así!
Todos
los presentes se quedaron sin habla durante unos instantes, conscientes de que
estaban viviendo un momento sublime en la historia de la España moderna: por
fin un político corrupto que iba a pagar sus crímenes. Al momento, una vez
recompuesta, María Teresa comenzó a protestar.
—¡Esto
es indignante! ¿Es qué acaso no sabe quién es? ¡Es el presidente de la Junta
Andaluza! ¡Tiene inmunidad de esa con elecaise inmunitas!
—¡Eso
es de los yogures, estúpida! —gritó la detective.
—¡Qué
va! —añadió un operario— Los comunicadores del Parque no tienen de eso; tienen
Bifidus de esos.
—¡Qué
alguien avize al ejército! ¡A los legionarios! ¡Ze me llevan prezo! ¡Qué
injusticia! —gritaba entre gemidos y sollozos el presidente andaluz.
Los
gritos de protesta de unos pocos y los aplausos de la mayoría se entremezclaban
al grito de "Hijo de puta, ahora vas a saber lo que es "cobrar"
en las duchas de las cárceles" y cosas similares, dado que los empleados
llevaban demasiado tiempo sin recibir su salario. El escándalo continuó durante
varios minutos y Elsa Malasaña tuvo que pedir a los cinco policías que la
acompañaban que pusieran orden y la ayudaran a coger a Chanes, pues se había
agarrado a la pierna de María Teresa mientras sollozaba y gemía algo de
"no querer perder su virginidad anal".
En
ese preciso instante, una voz masculina, potente, vamos, como la de los
autores, se oyó por encima de las demás.
—¡SILENCIO,
POR LOS DOCE APOSTOLES! —gritó Diego de la Vega. El silencio reinó y todos miraron al
gigantesco Director de seguridad— ¿Es qué acaso no oyen vuestras mercedes
gritos que parecen provenir fuera de estos muros?
—¿Gritos?
—dijo un policía— Es verdad, ¡parecen de terror!
—No,
eso es normal —explicó Chanes—. Es día 1 y los operarios están mirando sus
nóminas y ven cuánto cobran... que hemos subido el IRPF un 200%... ezo o zon
los manifeztantes pro-dinozaurios o cualquier otro grupo anti-gobierno que se
manifiestan.
—El
grandullón tiene razón, no son gritos normales. Martínez, mira a ver qué pasa,
además… ¡huele a muerto! —ordenó la detective a uno de sus hombres.
—Yo
no he sido, detective, lo juro, No he comido hoy judías…
—Ezto…
—dijo desde el suelo Chanes y sudando como un poseso—, puede que haya zido yo…
El
policía Martínez sacó su pistola y se aproximó a la puerta que daba al
exterior, pero antes de que pudiera echar un vistazo las puertas se abrieron de
par en par… ¡y entró una horda de muertos vivientes encabezados por el operario
Miguel Castillo! ¡Qué espanto era contemplar aquella turba compuesta por pestilentes
zombis de carnes ajadas y pálidas! Sus manos, convertidas en sanguinolentas
garras se abalanzaban hacia delante tratando de agarrar a cualquier ser vivo
para devorarlo. En sus ojos sin vida no se contemplaba ninguna inteligencia
(algo muy normal en España, y no hace falta ser zombi para ello… cosas de la
LOGSE), sino tan sólo una eterna y voraz hambre de consumir jugosos cerebros y
carne caliente. Con espanto, todos contemplaron que eran los funcionarios y
obreros desaparecidos durante la noche, ya que vestían con los monos, los
trajes y los uniformes con el logotipo del Parque.
Los
zombis se abalanzaron sobre el pobre Martínez que del horror que padecía no se
defendió. Martínez cayó al suelo y los zombis comenzaron a morderle y tirarle
por todas partes. Le abrieron el estómago para comenzar a sacarle las tripas y
comérselas, entre los chillidos de agonía del agente, mientras la sangre y el
horror se adueñaban de la sala. En cuestión de meros instantes ya no quedaban
restos de Martínez. Todos los zombis comenzaron a andar hacía el resto de los
presentes al grito de:
—¡COBRRARRRR…!
¡Ah, no! ¡Cerebrooooooooo!
Los
policías abrieron fuego con sus pistolas automáticas mientras dos operarios,
también presa del terror, fueron acorralados, arrollados y despezados por la
turba de muertos vivientes que comenzaron a devorarlos como si fueran pirañas
más que zombis. Los zombis heridos de bala, que caían por los impactos, se
incorporaban rápidamente, como si no sufrieran los efectos de las armas. Diego
de la Vega evaluó rápidamente la situación, como si hubiera vivido ocasiones
similares, y comprendió que no se podía hacer nada salvo huir. Inmediatamente,
reunió a los supervivientes con un grito.
—¡Huyamos
hacia la Armería! ¡Allí hay armamento pesado contra dinosaurios! ¡Por aquí!
¡Seguidme! —golpeó de una patada una puerta que se encontraba en un lateral de
una sala, y que a pesar de que estaba con candado, saltó por los aires ante el
terrible impacto— ¡Por aquí si quieren seguir con vida! —gritó Diego
desesperado.
Todos
entraron por la puerta a excepción de la detective, que no podía avanzar muy
rápido porque tenía que estar cargando con Chanes ya que seguía en el suelo
gimiendo y era incapaz de levantarse.
—¡Levanta,
gordo de mierda! ¡No ves que nos van a matar! —gritó desesperada sin dejar de
disparar.
—¡No
puedo! ¡Tengo un kilo de mierda encima y diez hartas de miedo! ¡Ozú!
Malasaña
seguía como podía a los demás arrastrando, mediante tirones a las esposas, a la
lapa del político asqueroso que se arrastraba como lo que era, un gusano. Diego
guiaba a grandes zancadas a su grupo a través de los laberínticos pasillos del
complejo administrativo, mientras que Malasaña se quedaba más atrás. Cuando la policía
giró un recodo de un pasillo, una puerta
de servicio de un lateral cedió y una docena de zombis le cortaron el
paso. ¡Maldición! Sacó la pistola y disparó sin mucho efecto. Empezó a
retroceder y los zombis corrieron de manera lenta y torpe a por ella, pero con
todo, por culpa del peso muerto que arrastraba, le recortaron terreno. Se metió
por una puerta a mano derecha, y cuando entró en el cuarto ya era muy tarde
para hacer otra cosa excepto maldecir. ¡No había salida! En una pared que daba
a los jardines del exterior, se veía una pequeña ventana abierta. Con el gordo
de Chanes a cuestas resultaba imposible la huida. Antes de que pudiera
reaccionar o hacer algo, los zombis entraron en la habitación guiados por
Miguel Castillo. Al ver a las dos indefensas presas… ¡los zombis vacilaron y no
atacaron! Todos se quedaron embobados sin saber qué hacer, sin saber a quién
comerse primero. Miraron a su líder zombi buscando una respuesta y esté les
"gruñó" lo siguiente.
—¿Hombre
cagao o mujer wena…? ¡Comer mujer wena!
A
la sabia decisión de su líder, los zombis se lanzaron sobre la mujer que
comenzó a defenderse de forma desesperada e inútilmente. Disparó contra la
horda asquerosa de zombis, haciendo saltar sangre negra y apestosa, trozos de
carne putrefacta, pero los muertos vivientes no se detuvieron y agarraron a la
mujer por todas partes. La sangre comenzó a salpicar a Chanes, que no dejaba de
llorar, porque sabía que cuando los zombis acabaran con la policía sería su
turno de morir. Juntó sus dos manos y rezó.
—¡Dios
mío! ¡Tú que eztaz ahí siempre! Ya sé que nunca te hago caso y reniego de ti,
pero no me olvides ¡Si sargo de esta me retiraré de la política y devolveré
todo lo que he cogió prestaó!
Se
dio cuenta que, al juntar las dos manos para rezar, de la otra argolla colgaba
el brazo de la agente de policía y exclamó.
—¡Zoy
libre! ¡No creas, Dios, lo que sale de la boca de un político!
Tras
decir eso, como los zombis estaban entretenidos comiéndose a la jamona de
Malasaña, Chanes pudo escapar, porque, afortunadamente para él, el único zombi
no ocupado era Miguel Castillo, pero como era "encargado de matanzas
zombis" no curraba… ni de zombi. La ventana daba al exterior y tras saltar
por ella al otro lado, atravesó a todo correr los jardines hasta llegar al
parking donde se encontraba su coche presidencial y sus veinte guardaespaldas
que estaban a tiro limpio con los zombis.
—¡Señor
presidente! ¡Le estábamos buscando!
—¡Zacarme
de aquí! ¡Ahora mismo!
—¿Y
los demás, presidente?
—¡Tos
muertos! ¡No importan!
* * *
El
grupo de supervivientes, siguiendo a Diego de la Vega, llegaron por fin a su
destino: la Armería de la seguridad del Parque. Abrieron las puertas a golpes y
se acercaron a los armarios donde estaban guardadas las armas de alto calibre.
—¡Válgame
dios! ¡Salvados! —suspiró Diego de la Vega al introducir la llave en el candado
del armario.
Cuando
abrió la puerta del armario se lo encontró totalmente vació a excepción de una
postal de Miami. Con gesto de asombro, Diego cogió la postal y la leyó.
—¡Eh,
chicos! ¡Me lo estoy pasando de puta madre con mi deportivo! Ricardo —ponía en
el papel.
—¡Por
Judas! ¿Quién coño es este Ricardo? —gritó fuera de sí Diego.
—El
antiguo director de seguridad, familia de un cuñado de Chanes… ya sabemos en
que invirtió el dinero para el armamento —explicó con amargura un guardia de
seguridad.
—Estamos
jodidamente jodidos.
«Los toros son la fiesta más culta que hay en el
mundo.»
El Gran Federico García Lorca. Un tío grande.
Capítulo xi: fiesta taurina zombi
Por
orden de Elsa Malasaña, la Policía había acordonado todo el Parque, no dejando
entrar ni salir a nadie. Los activistas pro-dinosaurios se mezclaban con los
"indignados" contra los políticos, junto con otros manifestantes (funcionarios,
bomberos, sanitarios…) que llevaban meses sin cobrar y a todo eso había que
sumar medios de comunicación, fuerzas de seguridad y actores, cantantes y
directores de cine adeptos a Carpintero y que decidieron concentrarse ante el
Parque para mostrar su apoyo al Gobierno (y porque previamente sus cuentas
corrientes en el banco se vieron incrementadas por un agradecido Presidente).
La situación era un caos, porque muchos ya querían entrar, otros no dejaban
entrar, todos gritaban y la Policía apenas podía poner orden.
Para colmo, por la entrada principal del
Parque hicieron acto de aparición dos limusinas negras a toda velocidad,
soltando humo por las ruedas y con las ventanas manchadas de lo que parecía ser
sangre. La Policía dio el alto, pero los dos vehículos no se detuvieron, sino
que se llevaron por delante las barreras de seguridad y a un par de cantantes
que portaban pancartas tipo "Amamos al de la ceja". El coche que iba
en cabeza derrapó y se estampó contra un árbol, y el que venía por detrás hizo
lo propio contra el maletero del primero. Varios policías acudieron corriendo
para auxiliar primero y detener después a los ocupantes de las limusinas.
—¡Ozú!
¡Qué viaje! —exclamó Chanes abriendo la puerta trasera del coche y saliendo con
una brecha en la cabeza por donde manaba sangre.
Los manifestantes gritaron al ver al
presidente de Andalucía. Muchos dijeron "¡Cabrón, mala hierba nunca
muere!", y unos pocos "¡Te queremos, presi, danos trabajo!".
Chanes, cabreado, los mandó a tomar por culo, y entonces se dio cuenta de dos
cosas: una, que el brazo de Elsa Malasaña todavía colgaba de su muñeca
encadenada por una esposa; y dos, que la Policía acudía a por él con
intenciones nada claras. "¡Madre, en la que me he metido!", pensó.
—¡Alto!
¡No se puede salir del Parque! —gritó un agente.
—Agente,
soy yo, el presidente Chanes—dijo el susodicho mientras puso detrás de la
espalda su brazo esperando esconder a su vez el brazo de la desdichada policía
mientras que los guardaespaldas de Chanes comenzaron a salir de las limusinas
claramente conmocionados ante el choque.
—Me
da igual quien sea, tenemos órdenes y las vamos a cumplir.
—Bueno,
bueno, no zeamos quisquillosos, ya que estoy fuera, poco se puede hacer.
Además, la zituación es grave, muy grave.
—¿A
qué se refiere, señor? —preguntó otro policía. Alrededor de Chanes los agentes
comenzaron a concentrarse. Chanes se pegó más al coche intentando que no se
viera la mano que, por cierto, le estaba tocando el culo. ¿Estaría viva, o
zombi?
—Es
un zecreto, pero debo hablar lo antes posible con el Presidente.
Uno
de los oficiales entregó a Chanes un teléfono móvil y este marcó el
teléfono con el número personal del
Presidente, cosa que le costó bastante, dado que solamente tenía una mano. Los
policías le miraban extrañados y con curiosidad. Esto hizo que se pusiera más
nervioso de lo que ya estaba y tuvo que marcar varias veces hasta que
finalmente logró conectar con el Presidente.
—Aquí
el presidente Carpintero, ¿Obama, eres tú? —respondió una voz al otro lado del hilo
telefónico.
—¡Ozú,
chiquillo! Qué manía la tuya con lo del Obama, ziempre igual. Zoy yo, Chanes.
—¿Qué
quieres? ¿Va todo según lo planeado? ¿Es que acaso la Santa Sede se ha enterado
de la venta del Santo Grial de Valencia a George Lucas? Es que nos daba mucha
pasta…
—¡No,
peor, pisha!
—¡Por
la 3ª República! ¿Se han enterado que hemos vendido la "Denominación de
Origen de Vinos de la Rioja" a Hugo Chávez?
—¡Qué
no, coño! ¡No podemos abrir el Parque!
—¡VALGAME
DIOS!—juramento que desde crío Carpintero se había negado a utilizar… por
convicciones "políticas"— ¿Pero, por qué? ¿Qué ocurre?
—El
espanto, señor Presidente, la hecatombe… Un segundo… —Chanes aprovechó y puso
una mano en su boca para que nadie le escuchara lo que le tenía que decir a
Carpintero—. Verá, Presidente, er Parque no se puede… no sé cómo explicarlo… se
ha llenaó de zombis y…
—¡Pero
qué dices!
Chanes
le explicó todo lo ocurrido. Desde la aparición de los zombis hasta la muerte
de Elsa Malasaña, y la desaparición de la mitad de los trabajadores del Parque.
Lo malo era que la Policía había acordonado el Parque y encima estaban todos
los medios de comunicación y un montón de manifestantes.
—¡Pero
tengo una idea, Presidente! ¡Podemos dejar cerraó y esperar a que ze mueran los
zombis de hambre!
—¡Pero,
idiota, los zombis son muertos vivientes, ya están muertos!
—¿Ah,
zí?
—¡Sí!
Pero no pasa nada, llamaré al poderoso cuerpo de la Guardia Civil que…
—No
irán, Presidente. Están en huelga. Llevan muchos meses sin cobrar. De hecho,
hay muchos por aquí cerca del Parque, manifestándose.
—¡Pues
al ejército!
—Magnífica
idea, Presidente, cuelgo, que tengo que mantener to ezto en secreto, que nadie
tiene que saberlo —y puso fin a la conversación.
Al
momento, Chanes se dio cuenta que había cometido dos graves errores por la cara
con la que le estaban mirando los policías y periodistas: primero, la mano que
se había puesto en la boca para que nadie le escuchara no era suya, era de
Malasaña; y la segunda, que al girarse para que nadie le oyera hablar se puso
delante de todos los periodistas que allí estaban presentes y que escucharon
toda la conversación.
—¡Vaya,
chicos! Hoy estáis de zuerte. ¡Sobornos para todos! Y… ezto… ¿alguien tiene una
sierra?
* * *
Diego de la Vega estaba con los
supervivientes en la sala de seguridad, contemplando con rabia el armario vacío
de las armas. Los demás empezaron a dar muestras de nerviosismo, ya que los
zombis parecían haberse hecho dueños del edificio de las oficinas y era sólo
cuestión de tiempo que dieran con ellos y se los comieran.
—¡Tenemos
que salir de aquí! —gritaba histérica María Teresa. No deseaba morir, era tan
joven y guapa, y tenía toda la vida por delante. Sólo de pensar que alguno de
esos asquerosos zombis, que seguro eran de derechas, le pusiera un dedo encima,
ya la hacía sollozar de espanto— ¡Hay que salir cuanto antes! ¡No podemos estar
aquí encerrados como ratas!
Los gritos de la Directora del Parque
comenzaron a inquietar al resto de supervivientes, contagiándose el miedo unos
a otros. Diego de la Vega, harto ya de la histeria de la mujer, se acercó a
ella, la tomó por los brazos y la zarandeó para hacerla callar. Finalmente, no
tuvo más remedio que darle un bofetón, acto por el que en otro momento normal
le hubiera supuesto quince años de cárcel por agresión, diez más por machismo,
siete por uso indebido de fuerza, ocho por atentar contra la integridad física
y mental de una mujer, cuatro por acoso sexual, tres más por chulo y cinco por
traumatizar de por vida a una pobre funcionaria del Estado; pero que, en ese
momento, sirvió para que María Teresa recobrara la lucidez y se tranquilizara.
La mujer miró al gigante de ojos verdes y afirmó con la cabeza, ese no era
momento para perder los nervios.
—Bien
—dijo Diego de la Vega mirando a los presentes—. Denme unos segundos para
pensar cómo salir de aquí con vida, pero señora Directora, tápese, que con los
zarandeos le he abierto sin querer la blusa.
—¿Qué
dice, qué…? —María Teresa miró y comprobó que los botones superiores de la
camisa se desabrocharon. Sus imponentes pechos, aumentados varias tallas por la
cirugía, estaban presos en el sujetador que parecía que iba a reventar de un
momento a otro. Los hombres de la sala, a pesar del miedo, no pudieron evitar
mirar con ojos ávidos aquel espectáculo— ¡Basta ya, pervertidos! —gritó furiosa
María Teresa mientras se abrochaba con rapidez— Les pienso denunciar a todos.
Considérense despedidos…
—¡Ya
lo tengo! —exclamó Diego de la Vega interrumpiendo a la mujer— Iremos al hotel
"Imperator Supreme" de seis estrellas que los americanos han
construido en el complejo hotelero del Parque.
—Eso
está en el centro del Parque —replicó asustado un guardia de seguridad—.
Tendremos que atravesar zonas al aire libre que seguro estarán infestadas de
zombis.
—Sí,
pero ese hotel es seguro, no es como los españoles. Está construido con las
últimas medidas de seguridad, podremos resistir allí. Su seguridad es privada,
no dependen de los fondos de nuestro Gobierno y sé que tienen armas de gran
calibre. Además, en caso de irnos mal dadas podemos subir al tejado y esperar a
que nos rescaten con helicópteros. ¡Por Cristo bendito! Incluso poseen
megafonía con la que podemos avisar a las personas que aún se encuentren en el
Parque.
—¿Pero
vendrán a rescatarnos, verdad? —preguntó María Teresa con desesperación.
—Eso
espero, porque si no… —Diego de la Vega dejó las palabras en el aire, su mirada
se endureció y por un momento pareció que su mente no se encontraba allí, sino
en otros lugares, en otros tiempos y en otras situaciones tan dramáticas como
la de ese momento. María Teresa se preguntó qué clase de hombre era aquel, que
misterio le envolvía, como había conseguido esos pectorales tan velludos que la
hacían derretirse… ¡Ahora no era el momento de pensar en esas cosas!— ¡Voto a
Dios! —rugió como un león Diego de la Vega— No es momento de perder el tiempo.
Vámonos ya antes de que sea tarde. Oigo como los zombis se acercan a nuestra
posición. ¡Vamos!
El enorme director de seguridad se
acercó a una de las rejillas de los conductos de ventilación, la cual se
encontraba en lo alto en una pared. Tiró de la misma y la puso a un lado,
colocando una silla para poder subir. Haciendo una seña con la mano, indicó que
le siguieran. Gateando, el grupo se internó por los recovecos del sistema de
ventilación, sudando como cochinos, puesto que el aire se encontraba muy
caliente… el verano sevillano en su esplendor. Tras muchos minutos avanzando en
esa incómoda posición, Diego de la Vega llegó a una intersección. Sin dudar,
tomó por la derecha y continuó adelante con decisión. Los demás le seguían como
buenamente podían. María Teresa sudaba mucho, pero no estaba dispuesta a
demostrar debilidad a los que venían detrás que no dejaban de mirarle el culo
prieto y en pompis.
Tras lo que parecía una eternidad, por
fin llegaron a su destino. Diego de la Vega pegó una patada a una rejilla y la
tiró varios metros por delante, cayendo al jardín que rodeaba el edificio
administrativo. Salió el primero, miró para comprobar que no había zombis e
hizo salir al resto. Cuando hubo salido el último, varios zombis aparecieron
por una esquina, arrastrando sus cuerpos putrefactos y hambrientos de carne
viva. Vieron al grupo y con los brazos por delante y diciendo "Cerebro,
cerebro rico", se abalanzaron sobre ellos.
—¡Corred
como animas perseguidas por el diablo! ¡Seguidme! —ordenó con potente voz Diego
de la Vega.
Echó a correr por los jardines. El resto
le siguió con mucho miedo y con los corazones desbocados. El Director de
seguridad daba unas zancadas enormes dejando enseguida atrás a sus compañeros,
por lo que tuvo que detenerse. Pudo así comprobar que más zombis aparecieron
por los jardines, viniendo del parking por la otra esquina del edificio…
¡parecían cientos! Por fortuna, eran lentos y torpes, dado que eran carroña
andante, pero su peligro radicaba en el número y en que no pudieran ser
destruidos.
—¡Vamos,
vamos, no paréis! —apremió a María Teresa y los otros. Continuaron corriendo,
evitando que los zombis les rodearan. El complejo hotelero del Parque se
encontraba a tan sólo quinientos metros, podían tomar la carretera y llegar
enseguida si no ocurría nada malo.
María Teresa y los otros corrían
desesperados, con los ojos abiertos por el pánico al comprobar cómo los zombis
salían en gran número por todas partes. Un par de operarios, poseídos por el
más espantoso de los miedos, tropezaron y se fueron al suelo. Cuando se
levantaron estaban rodeados por los zombis que enseguida se les echaron encima.
Los hombres gritaron aterrados e intentaron escapar, pero los zombis les mordieron,
desgarraron y arañaron. Les arrancaron los brazos y abrieron los estómagos. Al
grito de "¡Salchichas para todos!", sacaron los intestinos y se
empujaron unos a otros ansiosos de devorar rica y palpitante carne humana.
Diego de la Vega contempló el abominable
espectáculo de ver como los zombis se comían a los desdichados, pero no podía
hacer nada por ellos. Al menos, sus muertes les habían concedidos unos minutos
valiosos que les sirvieron para llegar al complejo hotelero y finalmente al
"Imperator Supreme". Entraron por la puerta principal, cerrando con
llave (puesto que Diego de la Vega poseía copias de la llave maestra del
Parque) y echaron la verja. De todas formas, aquello no contendría por mucho
tiempo a los zombis que ya se congregaban por decenas aporreando las puertas de
cristal.
—¡Por
aquí! —dijo Diego de la Vega señalando una puerta de servicio al final de un
pasillo. En la puerta se veía un cartel de "Prohibido el paso, Seguridad
del hotel", en inglés, francés, chino, árabe, castellano, catalán,
gallego, vasco y guanche, de ahí que ocupara media puerta.
Nada
más entrar en la habitación, Diego tomó una silla de metal y asaltó
directamente los armarios de seguridad haciendo saltar los candados de varios
golpes con la silla. Una vez abiertos, se encontró con una decena de pistolas,
munición, hachas, un par de escopetas de repetición y un par de extintores.
Repartió todo el material entre los supervivientes.
—¿Estas
de coña, no? —replicó enfadada María Teresa a Diego— ¿Le das al inmigrante este
de un país de América una pistola y a mí un extintor? ¿Es que tengo que apagar
el fuego de los zombis porque les pongo cachondos como a todos estos salidos?
—y miró de soslayo al resto de los supervivientes.
—Necesitamos
cargar con él, está fabricado en España y eso me ha dado una idea. Y no hay más
que discutir. ¡Vosotros dos! Id a megafonía, que se encuentra al otro lado de
la habitación, y avisad para que nos oigan los supervivientes que aún queden en
el Parque y se reúnan aquí con nosotros. Con suerte alguien nos oirá. Y de paso
llamad al exterior para que vengan a rescatarnos —los dos hombres respondieron
con un "señor, sí señor" casi al unísono.
En
ese momento se escuchó el sonido de cristales rotos y metal doblándose… ¡los
zombis estaban entrando en el hotel! Sin perder el tiempo en futesas ni
zarandajas (sea lo que sea eso), De la Vega marchó corriendo para enfrentarse
cuerpo a cuerpo a la carroña andante como un auténtico héroe. Cuando iba
corriendo, hacha en mano, se dio cuenta que eran muchos zombis para un solo
hombre… incluso para él. Detuvo su avance, soltó el hacha y tomando la pistola
que pendía de su cinturón, disparó a los muertos vivientes que continuaban
aproximándose a su grupo. ¡Pero era inútil! Los guardias que quedaban se
unieron a Diego disparando, pero a pesar del intenso fuego, los zombis caían y
se volvían a levantar como si fueran inmortales… pero, bien pensado, si ya
estaban muertos… ¡no se les podía matar!
—¡Tira
el extintor contra los zombis! —ordenó Diego a María Teresa.
—¡No
puedo, si lo hago se me abrirá el escote!
—¡Lánzalo,
mujer del diablo, o te tiro a esa escoria!
María
Teresa no estaba dispuesta a enseñar los pechos, no sin pagar, y pidió a
alguien que estaba a su lado que lo tirara en su lugar, que para eso era la
Directora del Parque… ¡qué lástima no tener una becaria cuando hacía falta! Un
operario lanzó el extintor que cayó a los pies de los zombis y Diego de la Vega
disparó al objeto causando una gran explosión, derribando decenas de zombis y
haciendo saltar trozos de carne por todas partes.
—¡Ya
sabía yo que un extintor fabricado en España no podía hacer otra cosa que
explotar! —exclamó con ferocidad Diego de la Vega.
Apenas
quedaban zombis en la entrada, momento que fue aprovechado por gente que había
en el exterior, escondidos entre la maleza, a la espera de una oportunidad para
sortear a los muertos vivientes y entrar en el edificio para refugiarse. Un
grupo de supervivientes, liderados por Roberto Alcázar, entraron a todo correr
para unirse a Diego de la Vega y los suyos. Roberto tenía una profunda herida
en el hombro y otra en el costado que le sangraba abundantemente. Diego
preguntó si no había más supervivientes, pero el sobrinísimo se limitó a negar
con la cabeza tristemente.
Apenas
un momento después, más y más zombis comenzaron a hacer acto de presencia en el
lugar. La situación se tornaba desesperada porque solamente quedaba un extintor
y cada vez menos balas, además de quien no les iba a decir a ellos que una
explosión más podría hacer que el techo del hall se les cayera encima. Con
mente experta, Diego de la Vega supo que la posición era indefendible, se debía
subir a las plantas de más arriba para hacerse fuertes en la azotea. Conocía el
edificio, para llegar al tejado sólo existían cuatro entradas, que se podían
cerrar desde fuera. Pero antes de que dijera a los demás sus planes, los
zombis, en mayor número, arremetieron con fuerza contra los humanos, que
desesperados comenzaron a gritar llenos de espanto al comprobar que las armas
de fuego no eran efectivas contra los muertos vivientes.
Varios
zombis agarraron a un operario latino y un guardia de seguridad y los tiraron
al suelo, donde comenzaron a morderlos y despedazarlos. Los dos desdichados
aullaron locos de dolor y terror al ser devorados vivos. Un zombi pegó un gran
mordisco al trabajador latino y escupió a un lado con asco.
—¡Puagh!
¡Demasiado chilí! Picante, picante... puag…
La
orgía de sangre y vísceras era impresionante a medida que los zombis
arrinconaban a las personas y las atacaban con las manos manchadas de trozos de
porquería y sangre. Diego de la Vega luchaba como un poseso, destrozando zombis
con el hacha y gritando para que el resto de supervivientes subieran por las
escaleras. Roberto, sin dejar de sangrar, empujó a varios para que no se demoraran
y subieran por las escaleras. María Teresa quiso ir también, pero notó como
algo le tiraba del pelo hacia atrás. Era un repugnante zombi que ansiaba pegar
un bocado a tía tan maciza. María Teresa gritó pidiendo socorro, mientras el
zombi la dio la vuelta y, relamiéndose, miró sus grandes pechos. Diego de la
Vega descubrió los apuros de la mujer y corrió para ayudarla, pero era
demasiado tarde.
El
zombi dio un bocado en un pecho de la mujer con fuerza y, séase por el efecto
de antes del extintor o de la silicona prieta, el caso es que el pecho estalló
con inusitada fuerza llevándose por delante la cabeza del zombi. El muerto
viviente cayó al suelo para no levantarse nunca más.
—¡Dios
mío! —exclamó con horror María Teresa al ver su pecho destrozado— ¡Mis tetas de
40.000 euros! —y le dio un ataque al corazón, muriendo fulminada de la rabia al
perder su don más preciado.
A
Diego de la Vega no le dio a tiempo a apenarse porque los zombis se le echaban
encima. De mente rápida, comprendió al ver el cuerpo del zombi que había
perdido la cabeza que no se reanimaba de nuevo… ¡ese era el punto débil de los
muertos vivientes!
—¡Maldita
sea mi estampa! ¡No me acordaba! ¡Es que ya hacía muchos lustros!
Ya
solo, porque los demás subían por las escaleras, continuó disparando a la
cabeza de los muertos vivientes hasta que se quedó sin balas. Cuando esto
ocurrió cogió el hacha que tenía a sus pies y para dar tiempo a sus compañeros
a escapar se lió a repartir "amor" con el hacha entre los zombis.
Moviendo el arma de un lado a otro destrozó a cuanto zombi se le puso al
alcance, haciendo especial hincapié en machacar, cortar y amputar las
asquerosas cabezas.
—Se
tú zombi para esto —dijo una criatura cuando Diego de la Vega le partió el
cráneo en dos.
—Alístate
en los zombis, veras mundo, decían —dijo otro cuando el hacha ensangrentada le
amputó la cabeza y parte del hombro.
Alcázar,
que estaba huyendo, se volvió para contemplar la escabechina. ¡Diego parecía un
héroe clásico de Homero matando troyanos! El sobrinísimo no se podía explicar
como aquel hombre que supuestamente iba a ser barrendero (y con currículo tan
extraño) fuera un hábil luchador sacado de una película de acción ¿Quién era?
¿De dónde venía? ¿Había estado en una prisión turca? Ante tal alarde de
heroísmo y valor (frase extraída de un documental del NO-DO) Roberto sintió
arder la sangre (española) y escuchando el himno de España dentro de su mente
cogió un hacha y al grito de "¡Santiago y cierra España!", se lanzó a
matar zombis junto al héroe de extraño origen. Codo a codo, ambos permanecieron
una cantidad incontable de minutos conteniendo la horda zombi, y tapizando todo
el suelo del hotel de cadáveres decapitados y destrozados, dando tiempo a sus
compañeros a llegar a la azotea, consiguiendo salvarse temporalmente. La sangre
corría poco a poco por las heridas de Alcázar, por lo que comenzó a debilitarse
en extremó. Finalmente, hincó la rodilla y dijo gritando a su compañero.
—¡Huye,
es mi fin, yo les detendré!... Bueno… contendré, ya sabes… que ya estoy jodido
y voy a morir, pero que mi muerte sea para algo. ¡Vete!
—¡Vale!
—Diego salió corriendo.
—¡Hijo
de pu…! —Diego no pudo oír la última frase de su valeroso compañero.
Esto
es un extracto de la novela ZOMBIRASSIC PARK, escrita por Juan Carlos Sánchez Clemares y editada por Stuka Ediciones. Puedes adquirir
la obra a través de la página Web de la editorial o en librerías y grandes
superficies; también en formato electrónico en Amazon.com.
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