CRÓNICAS DE UN
FRIKI XVII
Los juegos de
rol; segunda parte.
La caída a tan
perverso vicio (no ganamos para aficiones).
Ya comenté en la
anterior entrada de Crónicas de un Friki lo que son los juegos de rol y como se
juega, así que daré por sentado que ya sabes de qué va el tema, o que has
jugado o sigues haciéndolo, y en esta entrada voy a hablar de cómo me introduje
en este apasionante mundo que me hizo gozar de tardes con amigos, anécdotas
divertidas y vivir increíbles momentos que permanecen inalterables en mi memoria.
Mi primer contacto con el mundo del rol vino a través de la tienda Ripley
Cómics, o sea, mi primer negocio que monté en la ciudad periférica de Madrid,
Getafe. Aunque ya los conocía de haberlos visto en las estanterías de otras
librerías especializadas, nunca sentí la curiosidad de saber acerca de ellos. Y
eso que, por ejemplo, El Señor de los Anillos o los relatos de Lovecraft me los
había leído muchos años antes. A pesar de ver juegos que se basaban en esos
mundos, no tuve el más mínimo interés en saber qué era eso del rol.
Pero con la apertura de
Ripley Cómics, me vi obligado a comprar mucho material con el que poder atraer
a los compradores. Miguel, actual dueño de Crisis Cómics, situada en pleno
centro de Madrid, me aconsejó tener juegos de rol, al menos los básicos, porque
la cercanía de la universidad de Getafe, la Carlos III, implicaba que pudieran
existir grupos de jugadores que comprarían los juegos en mi tienda. Recordad
que ya expliqué que fueron los universitarios, por aquellos años, los que
expandieron el rol por la sociedad, sobre todo entre los jóvenes. Puesto que no
tenía ni idea de que juegos podían ser los indicados, Miguel me hizo una lista
con los más vendidos. Como no, entre esos estaban El Señor de los Anillos, La
llamada de Cthulhu, Rolemaster, Dungeons & Dragons, Paranoia, Star Wars,
etc. También adquirí algunas expansiones y complementos para los juegos, tales
como pantallas de director, tablas, etc. Y dados, decenas y decenas de dados de
cuatro, seis, ocho, diez, doce y veinte caras; de todos los colores. Tengo que
reconocer que invertí bastante dinero en el rol llegando a tener una buena
colección en la tienda, y siendo por unos años la tienda en todo el sur de la
Comunidad de Madrid que más juegos de rol poseía para su venta.
Y tal y como predijo
Miguel, los universitarios no tardaron en acudir y comprar, lo que me dio
publicidad y me hizo contactar con jugadores, los roleros. Aunque en realidad
seguía sin saber muy bien lo que era un juego de rol y mucho menos sus reglas o
historias particulares. Me limitaba a decir cuál era el más vendido y cual el
que mejores críticas recibía según los compradores. Pero esto no tardaría en
cambiar.
Mis inicios como
rolero; mi primera aventura
Quien me comenzó
hablando en profundidad del rol fue José Carlos Lujan, al que en otros tiempos
se le conoció como el Máster, así, en mayúscula. Y es tan importante esta
persona en este mundo que merece todo un apartado para él y explicar quién era.
Pero lo haré un poco más adelante, porque ahora se trata de explicar cómo me
enganché al rol. Decía que la primera persona que me comenzó a hablar del rol
fue José el Máster. Salía por las tardes de la Universidad y de cuando en
cuando se pasaba por la tienda para ver los juegos y estar atento a las
novedades. Y me hablaba, vaya si lo hacía, de los juegos, la diferencia entre
unos y otros, las reglas que eran buenas y las que no, sus vivencias como máster
(porque él era siempre máster, nunca jugador, era lo que le apasionaba) y sus
divertidas anécdotas, que las tenía por docenas. Yo le escuchaba y asentía
dando a entender que entendía, pero oye, ni repajolera idea, aunque ya
comenzaba a sentir cierta curiosidad. Si el rol era la mitad de divertido de lo
que decía el Máster, puede que fuera buena idea jugar a alguno, para probar.
Pero no fue con el Máster con quien jugué la primera partida, sino con otro
personaje del que he hablado en varias ocasiones tanto en estas Crónicas de un
Friki como en Crónicas Lupinas. Me estoy refiriendo a Miguel, o Maikel,
seguidor de Khorne, fiel creyente de Cthulhu y demás entidades primigenias.
No voy a hablar aquí de
Maikel para no hacer eterno esto, puedes ir a Crónicas Lupinas y saber más
sobre él, pero baste decir que fue quien me inició a los wargammes, en concreto
a Warhammer 40.000. Claro que él pretendía que me pasara al Caos, pero le salió
rana el asunto y me hice devoto del Dios Emperador, haciendo Lobos Espaciales,
ejército que a día de hoy sigo coleccionando para mayor gloria del Imperio de
la Humanidad. Maikel ya había jugado al rol anteriormente, más que nada a
Dungeons & Dragons y estaba buscando un grupo con el que jugar. Conocía a
un colega que tenía El Señor de los Anillos, recién comprado, y que nos podía
arbitrar una partida. Oye, era mi oportunidad. Dicho y hecho.
Para buscar otros
jugadores lo que hice fue indagar entre los clientes que ya se iban
convirtiendo en mis amigos y preguntarles si estarían interesados en jugar al
rol. Obtuve buenos resultados y pronto fuimos cinco jugadores: Maikel, Oli,
Dani y su hermano Samuel y yo. El máster sería un chaval del que
lamentablemente no me acuerdo su nombre porque únicamente nos dirigió en esa
partida y ya no le vimos más.
¡A matar orcos!
Todo aquel que haya
jugado a El Señor de los Anillos podrá saber de lo que voy a comentar aquí. Lo
primero que hizo el máster fue explicarnos el juego y cuáles eran las metas.
Después fue el turno de crear las fichas de los personajes. Para esto nos
tuvimos que hacer con unos dados y algunos jugadores nos compramos incluso
miniaturas acordes con nuestros personajes. En mi caso, me hice un guerrero y
por raza me tocó un númeróneano negro; una especie de humano algo más que
humano. Dado que todos éramos novatos, el máster nos hizo jugar la aventura
básica que viene en el libro de rol. Ya con nuestros dados, papel, lápiz y la
ficha de personaje totalmente terminada, dimos inicio a la gran aventura.
Comenzamos llegando a
una posada y nos veíamos obligados a comer puesto que llevábamos varios días de
viaje. Lo malo es que no teníamos mucho dinero. Sin saber muy bien qué hacer y cómo
comportarse, fuimos solventando las situaciones que el máster nos planteaba más
bien mal que bien. Por cierto, mis compañeros eran un mago, un explorador elfo,
un bardo y otro guerrero. La cuestión es que nos metimos en líos y endeudados
hasta las cejas. El posadero, hombre importante en la región, más bien capo de
la mafia diría yo, nos propuso una misión: su hija había sido secuestrada por
unos trolls que se suponían estaban en un castillo abandonado o en unas cuevas.
Si liberábamos a la hija, nos perdonaba las deudas y los líos que habíamos
ocasionado. Nada, nada, allá que vamos a por la susodicha hija.
Por el camino fuimos
asaltados por una banda de orcos salteadores y esa fue nuestra primera
experiencia “real” de combate. Y no veas que subidón. Tras acabar con dos orcos
con mi poderosa espada y mi buena capacidad para la lucha (o sea, mi
númeróneano negro), sentí como la adrenalina me recorría el cuerpo. ¡Orcos a mí!
¡A un poderoso guerrero! ¡Ja, Crom os maldiga a todos, perros, que vais a
conocer mi acero! No, Crom no, me explicaba el máster. Crom es de otro universo
y otro personaje. Bueno, el caso que me sentí poderoso, representaba a un
personaje que parecía imparable y feroz. Las dudas se disiparon y la confianza
aumentó. Y encima se ganaban puntos de experiencia que luego invertías en
mejorar al personaje. Si ya era una máquina de picar carne, ¿en qué me convertiría
tras jugar cuatro partidas? Así pensaba con ingenuidad, porque en realidad nos
habíamos enfrentado a unos cutres orcos de medio pelo que el máster había
colocado ahí para darle algo de emoción a la partida. Pero funcionó, porque si
ya me lo estaba pasando muy divertido interpretando (que en realidad es la
parte más divertida del rol), con la batalla me enganché totalmente al juego
aunque todavía no lo sabía. La cuestión es que registramos el castillo, no
encontramos a la hija del posadero, pero sí algunos tesoros sin mucho valor y
una pista que nos indicaba que debíamos ir a las cuevas. Una vez allí nos
enfrentamos a los ogros, a los que vencimos tras muchos esfuerzos (estos ya no
eran orcos de medio pelo) y logramos rescatar a la muchacha. El posadero,
agradecido, nos perdonó las deudas e incluso nos dio una recompensa en metálico.
Siguen las
aventuras
No tardamos mucho tiempo
en volver a organizar otra partida, pero como he dicho, el máster de la primera
partida no volvió a aparecer más, así que tuvimos que buscar otro nuevo máster.
Al grupo de jugadores se nos fueron uniendo otras personas y nosotros mismos
nos fuimos turnando en ser máster. Yo lo sería pero mucho más adelante. Lo que
en ese momento más me gustaba era ser rolero. Nuestros personajes fueron
aumentando en experiencia, habilidades y poder, y aquello terminó por hacernos
creer que éramos invencibles. En una de las partidas, donde Samuel fue máster,
nos vimos metidos en una pelea con orcos de bastante nivel y muy duros de
pelar. Fue aquí donde la suerte fue adversa para la mayoría de nuestros
personajes y lo que nos hizo darnos cuenta que en el rol, al igual que ocurre
en la vida real, no puedes ir a lo loco y creyéndote el ombligo de la Creación
porque lo terminas pagando caro. Toda acción y toda decisión tienen sus
consecuencias, a veces para bien, otras todo lo contrario. La cuestión es que
uno de los del grupo encontró una flauta mágica que cuando se tocaba hacía
dormir a todo aquel que la escuchara. Emboscados por feroces y numerosos orcos,
el que portaba la flauta no tuvo más ocurrencia que tocarla sin avisar al resto
de compañeros. ¿Resultado? La mitad del grupo cayó dormido para regocijo de los
orcos que los remataron. La otra mitad, en la que se encontraba mi personaje, a
luchar en inferioridad numérica y siendo masacrados.
Aquí se dio otra
circunstancia de esas que los roleros conocemos muy bien. Aunque en
inferioridad, mi númeróneano negro se defendía bravamente, no en vano era un
poderoso guerrero, y armado con el escudo y la espada intentaba encontrar una
salida al lío. Pero he aquí que un orco dispara con su arco, y cosas de los dados,
la flecha atravesó el escudo e impactó de pleno en mi personaje que, cosas de
los dados, no logró superar sus buenas tiradas de defensa y murió en el acto.
¡No podía ser! ¡Pero si mi personaje era una máquina de matar! ¡Había peleado
contra brujos, orcos, trolls y toda suerte de enemigos! Había vivido aventuras
y conocido reyes, ¿y moría por una simple flecha? ¿Por qué había fallado mis
tiradas de dados y el máster había tenido la fortuna de sacar crítico tras
crítico en sus tiradas? ¡Aarrrghhh…!
Pero así fue, y desde
esa fatídica partida evolucionamos como roleros. Aprendimos una valiosa
lección, y es que tan importante como el saber pelear es saber demostrar tener
inteligencia, sensatez y prudencia, y que dejarse llevar por la soberbia o la
arrogancia es fatal. Debo confesar que me enfadé mucho y no supe llevar la
pérdida de mi jugador, aunque enseguida me di cuenta de que no era más que un
juego y que en realidad la culpa había sido nuestra. Aunque a lo largo de mi
experiencia he conocido máster que únicamente buscan acabar con los jugadores,
no era este el caso. Sobre las diferentes clases de máster ya hablaré en otra
entrada.
Dioses
primigenios
Terminada la partida,
decidimos cambiar de juego y probar con otro universo. Maikel aprovechó la
oportunidad para arbitrarnos una partida a La Llamada de Cthulhu, donde ya
había sido jugador y máster con otro grupo. Aceptamos de inmediato porque el
juego nos llamaba la atención y sobre todo porque cambiaríamos de enfoque. La
Llamada de Cthulhu es un juego basado en los relatos de H. P. Lovecraft, con lo
que no me extenderé demasiado en ello, simplemente añadir que los personajes
son muy vulnerables pues no son más que personas normales sin ningún tipo de
habilidad o poder fantástico. Si te disparaban morías, y si presenciabas un
hecho sobrenatural podías perder la cordura o algo peor. Bajo esas premisas, un
juego donde prima mucho más la investigación y la inteligencia que la acción y
la valentía, creamos nuestros personajes y allá que nos embarcamos en una nueva
aventura.
Éramos un grupo de
detectives privados al que le encargan la búsqueda de una persona desaparecida.
Fuimos al hotel donde la persona que buscábamos se hospedó y nada más pasar la
puerta de la entrada el máster me hizo lanzar una tirada de dados. La fallé y
no pude impedir que un desconocido me disparara con una cerbatana. Un dardo con
un potente alucinógeno se me clavó en el cuello y tiré otra tirada de dados
para ver cuánto me podía afectar. Volví a fallar y por mucho, así que comencé a
experimentar alucinaciones terribles. Loco total saqué mi revolver y disparé
contra las monstruosidades que me amenazaban. Ahí sí, no te digo, ahí acerté en
todas mis tiradas de dados y maté a mis compañeros. Fin de la partida. Fue la
partida más corta de toda mi historia de rolero. No empezábamos bien, no.
Tuvimos que empezar de
nuevo la partida y Maikel tuvo a bien eliminar el incidente del hotel para
evitar que nos volviera a pasar de nuevo. Y tengo que decir que nos lo pasamos
genial con La Llamada de Cthulhu, aunque es uno de los juegos de rol más
difíciles que existen.
Y hasta aquí hemos
llegado en esta entrada. En la próxima hablaré de cómo logramos crear un grupo
estable de jugadores y como conseguimos mantener una rutina semanal de partidas
durante al menos un par de años, siendo una de las mejores etapas de mi vida y
de la que guardo un bonito recuerdo. Y, por supuesto, hablaré de José Carlos
Lujan, el Máster, el más grande entre los grandes, que Crom y la Weyland-Yutani
le protejan.
Continuará…
Si te gustan las Crónicas de un Friki, aquí tienes
los enlaces para ir a la primera entrega y la penúltima. Únicamente pincha en
los nombres.
También puedes leer:
Son mi iniciación en el mundo del Warhammer 40.000 y
digamos una continuación de Crónicas de un Friki a partir del cierre de la
tienda.
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