SUCEDIÓ
EN LA NOCHE DE LOS REYES MAGOS
Quedaban
apenas tres días para la noche más mágica del año en España: la noche de los
Tres Reyes Magos. César andaba preocupado, porque todavía no había encontrado
el regalo principal que su pequeña hija Sara, de seis años, le había pedido. O
más bien había pedido a Baltasar, Melchor y Gaspar, claro, los tres Reyes,
porque Sara creía en ellos, por supuesto. César cometió el error de dejar pasar
un par de semanas confiado en que encontraría la muñeca a tiempo, pero ahora
resulta que el juguete se encontraba agotado en jugueterías y centros
comerciales.
Era
la muñeca de moda, por la que todas las niñas ese año suspiraban: Cindy
Superstar. Una muñeca creada según los estándares actuales, delgada, muy
moderna, con carácter y repleta de detalles y complementos que, como no podía
ser menos, se vendían aparte. Bueno, suspiró resignado César, si era la ilusión
de Sara él no podría por menos que no defraudarla. Pero un gasto inesperado en
casa le había supuesto gastar lo que tenía ahorrado para los Reyes de Sara y tuvo
que esperar a recuperar el dinero de otro lado. Para colmo, se había
comprometido con su mujer en ser él quien se encargara este año de los regalos,
así que no le quedaba otra que cumplir con lo prometido. Sara le había besado
en la mejilla y advertido muy seriamente sobre las letales consecuencias de que
los Reyes Magos no le trajeran a Cindy Superstar.
Por
eso se encontraba ahora César montado en un autobús viajando por Madrid, de
centro comercial en centro comercial y de juguetería en juguetería en busca de
la dichosa muñeca. En todas partes le habían dicho lo mismo: agotada y no se
repondría hasta pasado al menos dos semanas después de Reyes. Aquello hundió en
la desesperación a César, pero pasados los primeros momentos de estupor no dejó
que la mala noticia le pudiera y partió a otros sitios. Mediante Internet por
el teléfono móvil, logró conectar con foros y páginas Web donde otros padres
ponían lugares donde se vendían los juguetes, los mejores descuentos, precios,
esas cosas… Así supo que la caja básica donde venía Cindy Superstar tenía dos
versiones. Una era la normal, la muñeca, un vestido de recambio y unos pocos
complementos; y la versión edición limitada (y más cara) con tres vestidos,
complementos especiales, un cómic sobre la muñeca, un CD con la música favorita
de Cindy Superstar y otras cosas. Bueno, a César le daba igual la edición
limitada que la normal que la cutre. Él quería un maldito ejemplar de la muñeca
y santas pascuas.
Pero
por más que había buscado no encontraba el juguete. Una alerta en el móvil le
indicó que en una tienda existían algunos ejemplares, por eso viajó hasta la
otra punta de Madrid al instante. Cuando llegó tuvo que batirse bravamente con
otras madres y padres, avanzando férreamente por los pasillos atestados de compradores
de la juguetería hasta llegar a las estanterías donde Cindy Superstar se
encontraba. Para su horror ya no quedaba ni una sola muñeca; otra vez tarde.
¿Qué hacer, donde ir, a quien acudir? El tiempo se agotaba, aunque todavía
quedaban tres días para la búsqueda.
No
fueron suficientes. Con una celeridad pasmosa los días pasaron y César se
encontró con que era el día previo a los Reyes Magos y la esquiva Cindy
Superstar no se encontraba con el resto de los regalos de Sara. Todavía había
tiempo, se decía a sí mismo César. La noche previa a los Reyes las tiendas
permanecen abiertas hasta las 24:00 horas. Enfundado en un grueso abrigo, con
bufanda y guantes, con el móvil en la mano y alerta a todo, se lanzó de nuevo a
las calles de Madrid, viajando de tienda en tienda dispuesto a encontrar la
muñeca. Cuando ya todo parecía indicar que Sara se quedaría sin su juguete
deseado, una nueva alerta en el teléfono avisó a César que una gran superficie
en un centro comercial había encontrado varios ejemplares de la muñeca y los
había puesto a la venta. ¡Qué suerte! César apenas se encontraba a unas pocas
paradas de autobús de aquel centro comercial. Es más, si echaba una carrera
llegaría antes incluso que el autobús, porque si esperaba la llegada del
transporte público más que seguro que perdería mucho tiempo.
Sin
pensarlo más, César corrió durante más de veinte minutos hasta llegar al centro
comercial. Sin parar para recuperar el aliento se internó en las galerías
comerciales para llegar al supermercado y su sección de juguetes. Esquivó
personas, carritos de la compra y alguna que otra empleada que le gritó a saber
qué. ¡Maldición! La estantería de la muñeca otra vez vacía. ¡No! Quedaba una
caja. Lanzando un grito de triunfo César agarró la caja con fuerza. ¡Ya era
suya!
—¡Oiga! —exclamó una mujer regordeta y
con la cara excesivamente cargada de maquillaje— Esa muñeca es mía. Yo la vi
primero.
—Con todos mis respetos, señora, pero la
he cogido antes —respondió César agarrando más fuerte la caja.
—¡Qué maleducado! Es usted un gamberro.
Esa muñeca me pertenece. La vi antes…
—Aquí no se trata de quien la vea antes,
sino quien la agarra antes.
—¡Qué me la de le digo!
—¡Señora! ¡Suelte la muñeca!
La
mujer enganchó la caja con fuerza a la vez que se puso a gritar como una loca,
pero César no estaba dispuesto a soltar su codiciado botín. Así que tras la
sorpresa inicial dio un fuerte tirón y logró que la señora soltara la caja. A
los gritos acudieron dos guardias de seguridad que demandaron saber qué pasaba.
César se explicó, pero la señora seguía berreando y exigiendo la muñeca.
—Señora, cálmese —intentaba razonar uno
de los guardias—. Este señor llegó antes y tiene derecho a la muñeca…
Pero
aquella mujer ni razonaba, ni se callaba. César se escabulló entre la confusión
y el gentío dejando a los dos pobres guardias de seguridad capear el temporal.
Para eso los pagaban.
Más
tarde, y muy satisfecho consigo mismo, César viajaba en el Metro hacia casa, ya
era muy tarde, casi la hora de cenar, pero todos los esfuerzos habían merecido
la pena. Cindy Superstar estaba en su poder y Sara tendría su juguete soñado.
Era la versión normal, pero a estas alturas era todo lo que se podría
conseguir. A Sara le daría lo mismo. El vagón de Metro contaba con pocos
viajeros, ya casi todos los madrileños estaban en sus casas cenando, o comiendo
el Roscón o preparando los juguetes. Además, hacía mucho frio y la noche
invitaba a estar entre los tuyos. Justo enfrente de César estaban sentadas una
madre de unos treinta años y su hijita de una edad parecida a Sara. Eran
latinas, de pelo negro y ojos oscuros y muy expresivos. A juzgar por la ropa
debían de ser condición humilde. La mujer llevaba una bolsa con lápices de
colores y unos cuadernos para dibujar.
—Mami, pero yo quiero una muñeca para
Reyes… —decía la niña con su voz infantil y los ojitos medio llorosos.
—Ya, cariño, pero mami te ha explicado
que no tenemos dinero para otra cosa. Tendrás que conformarte con unos lápices
para dibujar —explicaba la madre con mucha paciencia y sincero pesar en su voz,
pero mirando con mucho amor y ternura a su hija.
—Pero mamá, si son los Reyes Magos
quienes traen los regalos, ¿qué tiene que ver el dinero con esto? —argumentaba
la chiquita con su aplastante lógica infantil.
—Hija, no es todo como piensas.
—Mamá, en mi clase mis amigas tienen
muñecas y juguetes bonitos, y me preguntarán que me han traído los Reyes y no
tendré ninguna muñeca que enseñarlas. Se ríen de mi porque tengo remendones en
la ropa, son malas…
—No las hagas caso, corazón.
—No importa, mamá, sé que los Reyes me
traerán una muñeca. He sido buena todo el año y sé que ellos son buenos,
¿verdad, mamá?
—Sí, hija —respondió la madre con la voz
quebrada por el dolor.
César
no pretendía espiar la conversación, pero no pudo evitar escucharla y
comprendió muchas cosas. Comprendió que aquella buena mujer pasaba por un mal
momento económico y que no podía comprarle juguetes a su hija. Y supo también
que aquella niña de cara ingenua se llevaría al día siguiente una tremenda
desilusión al descubrir que los Reyes, finalmente, no le habían traído esa
muñeca tan deseada. Y con ello en el corazón de la niña se rompería algo y
perdería esa ilusión que hace tan maravillosa y mágica la infancia, sobre todo
en Navidad. César supo entonces que estaba en sus manos impedir que la chiquita
pasara por un mal trance que podría marcarla para el resto de su vida. Eran
cosas materiales, cierto, pero a estas edades un detalle así podía apuñalar la
ilusión de una niña y hacer que la perdiera para siempre, creciendo en edad
mental incluso antes de lo esperado y deseado. No, los niños han de ser niños
todo el tiempo que puedan. Llevado por un poderoso impulso interno, César se
levantó y se acercó a la mujer.
—Perdone, hum… —al principio no supo que
decir, pero de inmediato a la mente le vino una idea y rápidamente se las
ingenió para componer una pequeña mentira—. Señora, las he escuchado hablar,
perdone mi osadía, y creo que tengo una solución.
—Señor, ¿qué dice? —dijo la mujer
tomando a su hija de la mano.
—Vera… hum… soy voluntario en una
asociación que se dedica a recoger juguetes para las familias más necesitadas.
Precisamente voy a la asociación para llevar esta muñeca y donarla. Bueno, pues
creo que usted necesita esta muñeca, ¿verdad?
—Señor, no puedo permitir tal cosa.
Otros niños necesitarán juguetes y…
—Señora, no me rechace un regalo. Se lo
doy de buena fe, téngalo y no lo piense más.
—Señor, yo… —la mujer se quedó asombrada
al contemplar la bolsa con la caja de Cindy Superstar envuelta en papel de
regalo—. No sé qué decir…
—No diga nada, acéptelo y Feliz Navidad,
aunque en este caso toca mejor decir felices Reyes Magos.
—¿Es usted un Rey Mago? —preguntó la
niña con una luminosa sonrisa.
—No —contestó César guiñando un ojo—.
Sólo soy uno de sus ayudantes.
* * *
Tras
haber entregado la muñeca a la niña, César sintió una profunda sensación de
bienestar en su interior, orgullo por haber hecho lo correcto y una gran paz, a
lo que se sumaba una intensa alegría. César pensó mucho en su acción, porque no
era alguien dispuesto a estar pendiente de los problemas de los demás, bastante
tenía con los suyos. Pero se alegraba. Pensaba que no tendría que quedar todo
ahí, algo que ocurre únicamente en Navidad, sino que podía hacer algo similar el
resto del año. A lo mejor podía acercarse a una asociación, una ONG o una
parroquia y apuntarse como voluntario para colaborar en asuntos sociales. Tal
vez podría dedicarse a guardar juguetes todo el año y luego donarlos en
Navidad. Sí, eso haría, se prometió a sí mismo con mucha solemnidad.
Pero
cuando llegó a casa y se enfrentó a la ira de su mujer, a César todos los
pensamientos filántropos se le fueron al traste. Su mujer se enfadó mucho con
él, ya que se había comprometido a encontrar a Cindy Superstar y había fallado.
¿Cómo se lo tomaría Sara? Porque la niña no dejaba de hablar de la muñeca y de
la ilusión que le daba el tenerla; porque los Reyes Magos se la traerían,
seguro. César debía hablar con su hija, pero no pudo reunir el valor necesario
para hacerlo.
Esa
noche fue muy dura para él, enfrentándose por un lado a las miradas acusadoras
de su mujer y por el otro a la ilusión de su hija. César se sentía muy mal, con
la sensación del fracaso presionando sus espaldas. ¿Qué le diría a Sara a la
mañana siguiente cuando descubriera que Cindy Superstar no se encontraba con el
resto de regalos? ¿Pero por qué demonios regalaría la muñeca? En menudo lío se
había metido…
Le
costó mucho conciliar el sueño, y su mujer ni tan siquiera le deseó buenas noches.
Muy de temprano le despertaron los gritos, risas y ruidos de Sara que, como
casi todos los niños en aquel día, se había despertado muy de mañana para ir a
todo correr al salón en busca de los regalos que los Reyes le habían traído.
—Ahora a ver que le dices a tu hija —fue
el saludo mañanero de su mujer.
César
marchó despacio al salón, bostezando y pensando a toda prisa en una excusa que
contar a Sara.
—¡Mira, papá! ¡Me la han traído! ¡Los
Reyes Magos me han traído a Cindy! —exclamaba loca de alegría Sara alzando la
muñeca a lo alto y sin dejar de correr de un lado a otro del salón— ¡Y es la
edición mega especial limitada platino!
—¿Eh? Pe… pero… pero… —balbuceó César
sin dar crédito a lo que veía.
—Ah, cariño, que tonta he sido, como me
has engañado —su mujer se abrazó a su cuello y le dio tiernos besos—. Ya sabía
que no nos fallarías. Eres el mejor. Qué gran sorpresa.
—¿Eh? Pe… pero… pero… —¿de dónde
infiernos había salido esa muñeca?, pensó César.
Sara
daba vueltas por el salón haciendo volar a la muñeca y enseñándosela a su
madre. César se acercó y cogió la caja de la muñeca. Efectivamente, era una
edición muy especial, únicamente tres mil unidades en toda Europa, con muchos
más complementos y detalles especiales. Pero todo esto no respondía a la inquietante
pregunta.
Fue
entonces cuando César reparó en un sobre al pie del árbol de Navidad. Se
agachó, lo tomó y pudo leer “Para César”. Extrañado, lo abrió y leyó la nota
que había en su interior.
“Las
buenas acciones tienen su recompensa.
G,
M & B
P.d.:
no se te olvide cumplir tu promesa.”
César
casi se desmayó. Pero que caray, es la noche más mágica del año.
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