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jueves, 27 de septiembre de 2012

CRÓNICAS LUPINAS VIII



CAPÍTULO VIII. La gestación del club, 3ª parte.
Burocracia, burocracia.

Tras lograr encontrar un nombre adecuado para el club, el siguiente paso era lograr que el club de amiguetes se convirtiera en una asociación con plenos derechos. Meditamos adecuadamente las palabras que Juanma nos dijera al respecto y Dani, Maikel, Sori y yo decidimos crear la asociación “El Ojo del Terror”. Una cosa, entre otras muchas más, claro, que nos terminó por decidir, fue que al lado de nuestra sala, que se ubicaba por entonces en la cuarta planta, se encontraba la terraza, que es amplia y rodea el Centro Cívico, donde dieron allí una fiesta los del Ayuntamiento por no sé que motivo; vamos, ya sabéis, concejales, coordinadores, políticos y sanguijuelas, a darse un banquete a costa del dinero público, como siempre. La cuestión es que como se daba la fiesta justo al lado de nuestra sala, joes, es que les veíamos ponerse ciegos de comida y bebida por las ventanas, Juanma decidió invitarnos. La excusa que puso ante el resto de comensales fue que nosotros éramos una asociación de voluntariado social. Hala, gracias a eso, los cuatro nos pusimos hasta el quico de comer tortilla de patatas, patatas fritas, bocadillos, tarta y bebida, juas, juas, juas. Nos dijimos: “que chollo el ser asociación, ¿no?”. Pues dicho y hecho.
Ahora lo que viene no es un relato épico de batallas desesperadas contra amenazas alienígenas o traidores sedientos de sangre, no, ni tampoco historias relacionadas con el mundillo de Games Workshop, tampoco. Lo que viene ahora es como los cuatro miembros fundadores del club nos las tuvimos que tener tiesas con la burocracia española (ríete de la Oficina del Administrarum Imperialis) para poder constituir una asociación como el Emperador manda. Sé que es un poco rollo, pero se trata de ser fieles a las crónicas; no todo va a ser disparos de bólter, explosiones varias y desmembramientos numerosos. También hay que tener en cuenta que estos macabros sucesos ocurrieron allá por los lejanos años 90 del siglo XX, vamos, una barbaridad, y por entonces eso de Internet, gestiones por la Red y demás cosillas que ahora nos parecen tan normales y rutinarias no existían o recién comenzaban a caminar. Es decir, que si querías algo tenías que personarte y solicitar lo que buscabas, aguantando eternas colas de decenas de personas, horarios incompatibles con tu trabajo, funcionarios antipáticos y la burocracia española que todo lo empantana. Pero tanto Crom como el Emperador estaban con nosotros y aunque se sufrió de lo lindo, conseguimos nuestro propósito.
 Juanma nos aleccionó bien para que pudiéramos crear una asociación y nos pasó información, solicitudes e impresos para que fuéramos rellenando. Lo primero que nos dijo fue que teníamos que ir una mañana a cierta dirección en Madrid, un edificio administrativo de la Comunidad, para solicitar el primer requisito. Allá que fuimos todos una mañana, perdiendo tiempo, dinero y trabajo. Tras unas horas de espera, nos atendieron y nos dijeron que volviéramos otro día, que nos faltaban los estatutos. ¿Los estatuqué? Nos preguntamos.
Claro, los estatutos, nos dijo Juanma. Se le pasó por alto ese pequeño detalle. Una semana pasamos redactando unos estatutos adecuados para el club, y cometimos un pequeño error que en ese momento no nos pareció importante, pero que años más tarde se convertiría en la fuente de disturbios y en la causa principal de que durante un tiempo “El Ojo del Terror” desapareciera. La cuestión es que convertimos al club en una asociación juvenil de voluntariado. Con los estatutos ya definitivamente redactados, que no son otra que una serie de normas, volvimos a Madrid perdiendo otra mañana, tiempo y dinero. El funcionario nos comentó que faltaban sellos del Ayuntamiento y del Centro Cívico y que teníamos que volver otro día con los estatutos sellados. A la semana siguiente volvimos, con la paciencia como el codo de mi cazadora, gastado, con los estatutos sellados, perdiendo tiempo, dinero y trabajo. Esta vez sí, se nos aceptaron los estatutos, pero nos dijeron que tardarían varias semanas en tramitarlos. Se nos enviarían por correo, en caso de que fueran aceptados, y una vez que los tuviéramos, teníamos que ir a la sede de la Comunidad de Madrid para que los sellaran. Huelga decir, que todas estas operaciones tienen un coste en dinero por tasas y sellos, claro está.
Estuvimos esperando unas semanas la llegada de los estatutos, y transcurrieron cosas interesantes en ese periodo de tiempo, pero eso ya lo narraré en el próximo capítulo; ahora nos centraremos en la parte burocrática. Una vez que los estatutos estuvieron de nuevo en nuestro poder, sellados y aceptados, fuimos una mañana a la sede de la Comunidad, que se encontraba justo debajo del famoso reloj de Sol, perdiendo tiempo, dinero, trabajo y paciencia. Una vez allí, tras esperar un par de horitas en una cola, se nos informó que para tramitar la asociación debíamos ir a cierta sección, pedir día y hora y esperar. Hala, a buscar esa dichosa sección y a pedir cita; por supuesto, nos dieron cita para unas semanas más tarde.
Semanas más tarde, acudimos a la cita con los estatutos, sellados y firmados, perdiendo tiempo, dinero, trabajo, paciencia y rechinando los dientes con furia homicida mal contenida, y una funcionaria nos dijo que para que la asociación tuviera curso legal, debíamos comprar unos libros que sirvieran como base jurídica: uno para tesorería, otro para socios y otro para incidencias. Con esos libros, ya nos podríamos asociar en la Comunidad. ¿Libros de qué? Nos preguntamos. Hala, a pedir cita para otro día, a la semana siguiente.
Claro, los libros, nos dijo Juanma, son unos libros especiales, que tienen todas las empresas, los famosos libros de cuentas pueden ser un buen ejemplo, y debíamos comprar tres. Pero, bueno, sólo son libros, ¿son muy caros? Pues sí, porque no valen cualquier cuaderno, deben ser esos y sólo esos. Hala, a poner pasta gansa, porque cada librico de las narices nos costó un buen dinero. Volvimos a la semana siguiente a la Comunidad, con justa cólera ardiendo en nuestros pechos y un lanzallamas pesado en la mano, dispuestos a purificar semejante nido de ratas en nombre del Emperador. Pero por la gracia divina, se nos sellaron los libros, los estatutos y todo pareció estar correcto; eso sí, tuvimos que pagar nuevos costes por tasas.
Semanas más tarde, nos vino la notificación de la Comunidad de Madrid: ya estábamos constituidos como asociación legal e inscritos en el registro oficial. “El Ojo del Terror” iniciaba su andadura de una vez por todas. Continuará…

También puedes seguir las Crónicas Lupinas en el Foro de la asociación Ojo del Terror. Crónicas Lupinas están escritas por Juan Carlos Sánchez Clemares y debidamente registradas a su nombre (así que ojito o Crom te puede patear el trasero).



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