CAPÍTULO VIII. La gestación del club, 3ª parte.
Burocracia,
burocracia.
Tras lograr
encontrar un nombre adecuado para el club, el siguiente paso era lograr que el
club de amiguetes se convirtiera en una asociación con plenos derechos.
Meditamos adecuadamente las palabras que Juanma nos dijera al respecto y Dani,
Maikel, Sori y yo decidimos crear la asociación “El Ojo del Terror”. Una cosa,
entre otras muchas más, claro, que nos terminó por decidir, fue que al lado de
nuestra sala, que se ubicaba por entonces en la cuarta planta, se encontraba la
terraza, que es amplia y rodea el Centro Cívico, donde dieron allí una fiesta
los del Ayuntamiento por no sé que motivo; vamos, ya sabéis, concejales,
coordinadores, políticos y sanguijuelas, a darse un banquete a costa del dinero
público, como siempre. La cuestión es que como se daba la fiesta justo al lado
de nuestra sala, joes, es que les veíamos ponerse ciegos de comida y bebida por
las ventanas, Juanma decidió invitarnos. La excusa que puso ante el resto de comensales
fue que nosotros éramos una asociación de voluntariado social. Hala, gracias a
eso, los cuatro nos pusimos hasta el quico de comer tortilla de patatas,
patatas fritas, bocadillos, tarta y bebida, juas, juas, juas. Nos dijimos: “que
chollo el ser asociación, ¿no?”. Pues dicho y hecho.
Ahora lo que
viene no es un relato épico de batallas desesperadas contra amenazas alienígenas
o traidores sedientos de sangre, no, ni tampoco historias relacionadas con el
mundillo de Games Workshop, tampoco. Lo que viene ahora es como los cuatro
miembros fundadores del club nos las tuvimos que tener tiesas con la burocracia
española (ríete de la Oficina del Administrarum
Imperialis) para poder constituir una
asociación como el Emperador manda. Sé que es un poco rollo, pero se trata de
ser fieles a las crónicas; no todo va a ser disparos de bólter, explosiones
varias y desmembramientos numerosos. También hay que tener en cuenta que estos
macabros sucesos ocurrieron allá por los lejanos años 90 del siglo XX, vamos,
una barbaridad, y por entonces eso de Internet, gestiones por la Red y demás
cosillas que ahora nos parecen tan normales y rutinarias no existían o recién
comenzaban a caminar. Es decir, que si querías algo tenías que personarte y
solicitar lo que buscabas, aguantando eternas colas de decenas de personas,
horarios incompatibles con tu trabajo, funcionarios antipáticos y la burocracia
española que todo lo empantana. Pero tanto Crom como el Emperador estaban con
nosotros y aunque se sufrió de lo lindo, conseguimos nuestro propósito.
Juanma nos aleccionó bien para que pudiéramos
crear una asociación y nos pasó información, solicitudes e impresos para que
fuéramos rellenando. Lo primero que nos dijo fue que teníamos que ir una mañana
a cierta dirección en Madrid, un edificio administrativo de la Comunidad, para
solicitar el primer requisito. Allá que fuimos todos una mañana, perdiendo
tiempo, dinero y trabajo. Tras unas horas de espera, nos atendieron y nos
dijeron que volviéramos otro día, que nos faltaban los estatutos. ¿Los
estatuqué? Nos preguntamos.
Claro, los
estatutos, nos dijo Juanma. Se le pasó por alto ese pequeño detalle. Una semana
pasamos redactando unos estatutos adecuados para el club, y cometimos un
pequeño error que en ese momento no nos pareció importante, pero que años más
tarde se convertiría en la fuente de disturbios y en la causa principal de que
durante un tiempo “El Ojo del Terror” desapareciera. La cuestión es que
convertimos al club en una asociación juvenil de voluntariado. Con los
estatutos ya definitivamente redactados, que no son otra que una serie de
normas, volvimos a Madrid perdiendo otra mañana, tiempo y dinero. El
funcionario nos comentó que faltaban sellos del Ayuntamiento y del Centro
Cívico y que teníamos que volver otro día con los estatutos sellados. A la
semana siguiente volvimos, con la paciencia como el codo de mi cazadora,
gastado, con los estatutos sellados, perdiendo tiempo, dinero y trabajo. Esta
vez sí, se nos aceptaron los estatutos, pero nos dijeron que tardarían varias
semanas en tramitarlos. Se nos enviarían por correo, en caso de que fueran
aceptados, y una vez que los tuviéramos, teníamos que ir a la sede de la
Comunidad de Madrid para que los sellaran. Huelga decir, que todas estas
operaciones tienen un coste en dinero por tasas y sellos, claro está.
Estuvimos
esperando unas semanas la llegada de los estatutos, y transcurrieron cosas
interesantes en ese periodo de tiempo, pero eso ya lo narraré en el próximo
capítulo; ahora nos centraremos en la parte burocrática. Una vez que los
estatutos estuvieron de nuevo en nuestro poder, sellados y aceptados, fuimos
una mañana a la sede de la Comunidad, que se encontraba justo debajo del famoso
reloj de Sol, perdiendo tiempo, dinero, trabajo y paciencia. Una vez allí, tras
esperar un par de horitas en una cola, se nos informó que para tramitar la
asociación debíamos ir a cierta sección, pedir día y hora y esperar. Hala, a
buscar esa dichosa sección y a pedir cita; por supuesto, nos dieron cita para
unas semanas más tarde.
Semanas más
tarde, acudimos a la cita con los estatutos, sellados y firmados, perdiendo
tiempo, dinero, trabajo, paciencia y rechinando los dientes con furia homicida
mal contenida, y una funcionaria nos dijo que para que la asociación tuviera
curso legal, debíamos comprar unos libros que sirvieran como base jurídica: uno
para tesorería, otro para socios y otro para incidencias. Con esos libros, ya
nos podríamos asociar en la Comunidad. ¿Libros de qué? Nos preguntamos. Hala, a
pedir cita para otro día, a la semana siguiente.
Claro, los
libros, nos dijo Juanma, son unos libros especiales, que tienen todas las
empresas, los famosos libros de cuentas pueden ser un buen ejemplo, y debíamos
comprar tres. Pero, bueno, sólo son libros, ¿son muy caros? Pues sí, porque no
valen cualquier cuaderno, deben ser esos y sólo esos. Hala, a poner pasta
gansa, porque cada librico de las narices nos costó un buen dinero. Volvimos a
la semana siguiente a la Comunidad, con justa cólera ardiendo en nuestros
pechos y un lanzallamas pesado en la mano, dispuestos a purificar semejante
nido de ratas en nombre del Emperador. Pero por la gracia divina, se nos
sellaron los libros, los estatutos y todo pareció estar correcto; eso sí,
tuvimos que pagar nuevos costes por tasas.
Semanas más
tarde, nos vino la notificación de la Comunidad de Madrid: ya estábamos
constituidos como asociación legal e inscritos en el registro oficial. “El Ojo
del Terror” iniciaba su andadura de una vez por todas. Continuará…
También puedes
seguir las Crónicas Lupinas en el Foro de la asociación Ojo del Terror.
Crónicas Lupinas están escritas por Juan Carlos Sánchez Clemares y debidamente
registradas a su nombre (así que ojito o Crom te puede patear el trasero).
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