CRÓNICAS
DE UN FRIKI X
LOS
CÓMICS (o tebeos); novena parte.
Tener
una tienda, la última frontera. Primera parte.
No
podía ser de otra manera. Una vida dedicada por entero a los cómics, frecuentar
las librerías especializadas, fraternizar con libreros, dependientes,
aficionados, conocer escritores, guionistas, dibujantes, además de
distribuidores, mayoristas, no podía más que conducirme a un destino: poseer mi
propia tienda de cómics. Esta fue una de las mayores aventuras de mi vida,
crear mi propio negocio, con momentos inolvidables, mágicos y muy buenos, y
otros tristes y frustrantes. Fueron unos pocos años, pero muy intensos que
además me dieron el mayor regalo de todos: los amigos.
Más
allá de ser un simple aficionado
Tenemos
que retroceder de nuevo en el tiempo, al siglo XX, a 1993. Apenas pasados los
veinte años de edad, y con la ayuda de mis padres, me enfrasqué en la aventura
de crear mi propio negocio. Dado que entendía bastante de cómics y todo lo
relacionado con ese mundo (juegos de rol, miniaturas, camisetas, cine…), era
lógico que me montara mi propia librería especializada. La ciudad elegida para
abrir la tienda no fue Madrid, puesto que pensé que por entonces la capital
estaba saturada de tiendas de cómics (como así era) y que no podría competir
con ellas. Era consciente de que no podría tener una tienda muy grande, así que
debía buscar un sitio donde no hubiera competencia, un lugar que contara
también con un público potencial. Y ese sitio fue Getafe. ¿Por qué Getafe? Es
una ciudad grande, está cerca de Madrid y del resto de ciudades del sur de la
comunidad y posee una universidad, con lo que ahí tenía ganado a parte de la
clientela (por entonces, únicamente había una universidad en Getafe por esa
zona de Madrid).
El
siguiente paso era encontrar un local adecuado, lo que me llevó un tiempo. Aquí
fue donde me encontré las primeras dificultades, ya que era la época, supuesta
época, de mayor crecimiento económico de España, lo que se traduce en
especulación y sobre inflar los precios de todo aprovechando esa falsa ilusión
de riqueza que, como se ha encargado de demostrar el tiempo, no era más que
humo. La calle Madrid es la arteria principal de Getafe, avenida larga que
separa en dos la ciudad, repleta de locales comerciales, restaurantes, paseos y
frecuentada por los getafenses durante todo el año. Era lógico querer un local
en dicha calle, o al menos en una paralela no muy alejada, pero los precios de
alquiler (no digamos de compra) eran tremendamente caros. Más que alquilar un
local en una calle de una ciudad pequeña parecía que estabas intentando comprar
un piso de lujo en plena Plaza de España de Madrid. En fin, miré muchos
locales, algunos muy buenos, pero todos los tuve que desechar por ser demasiado
caros. Hasta que al fin encontré un local, no muy grande, pero no decididamente
caro (aún así lo era, lo que pasa es que era el menos caro).
Ya
tengo local, ¿y ahora qué?
Aquí
también me encontré con más dificultades. El local se encontraba en una galería
comercial en pleno centro de la calle Madrid, mejor sitio no podía ser. Pero
tenía su pega, que era que el centro no poseía mucha actividad. Era una pequeña
galería con dos o tres bares, muchas tiendas de ropa y complementos, una tienda
de mascotas, otra de regalos y mi local para alquilar. Y el local estaba
dentro, con lo que aunque son miles las personas que pasean por la calle,
ninguna vería la tienda porque estaría dentro de una galería. En fin, asumí el
riesgo confiado en que una buena publicidad y el boca a boca de los clientes
harían que la gente entrara. Y no me equivoqué, el número de clientes se
triplicó en la galería comercial desde que abrí la tienda, pero no nos
precipitemos y sigamos con el relato.
Pero
el local necesitaba arreglos. El anterior inquilino lo había dejado en muy mal
estado. No poseía techo, había que crear un cableado nuevo para la luz,
arreglar las paredes, pintarlo… mucho trabajo y mucho dinero. Mientras los
albañiles hacían los arreglos pertinentes, me dediqué al papeleo.
La
plaga de la burocracia. Ríete tu de la peste negra
Aunque
no viene a cuento, dejadme que os diga, amables lectores, que en España vivimos
engañados creyendo que lo hacemos en libertad. Lo siento, pero no, y es cuando
vas a montar un negocio que descubres que no eres tan libre como te pensabas.
Uno de los baremos que indica el grado de libertad que tiene un ciudadano es
precisamente la libertad, flexibilidad, independencia y facilidad para montar
su negocio, competir y prosperar sin injerencia alguna, y mucho menos de los
poderes estatales sean cuales sean estos. Si creéis que hoy en día montar un
negocio es tarea de titanes, hace más de veinte años era sencillamente como
tomar Troya. Lo primero que tuve que hacer fue crear la empresa, o sea,
rellenar papeles aquí y allá y pagar tasas, impuestos, más tasas, números
fiscales y pagar y pagar y pagar. Y todo esto con demoras de días, semanas e
incluso meses. Hasta los dos meses no tuve los papeles necesarios y en orden
para poder iniciar mi actividad comercial. Una vez realizado esto, a seguir
viajando a la Comunidad de Madrid, al Ayuntamiento de Getafe, al Ministerio de
Hacienda, a la Secretaria de no sé qué y a la Oficina de Te Vamos a Sacar Hasta
la Última Moneda para solicitar permisos, licencias, rellenar más papeles,
pagar más tasas y más licencias, pagar, pagar y pagar y mientras el tiempo que
sigue pasando. Total, que desde que adquirí el local hasta que abrí ya con todo
dispuesto pasaron pues casi tres meses. Tres meses en donde solté dinero como
un loco, donde me explotaron y estrujaron hasta que creía que me lo gastaría
todo y que incluso antes de abrir tendría que cerrar; y todavía faltaba por
adquirir el material. Y queda lo mejor. A partir de abrir el negocio y crear la
empresa, tendría que estar pagando todos los meses el alquiler, los impuestos
al Ayuntamiento de Getafe, a la Comunidad de Madrid y al Estado y el IRPF, y
los autónomos y de cuando en cuando impuestos especiales de tasas de basuras,
de luz, agua, etc. Vamos, ¿seguís pensando que sois libres? ¿O qué únicamente
trabajáis para alimentar a una horda infinita de parásitos que medran gracias a
vuestros esfuerzos?
Pero
la cuestión es que a pesar de la burocracia, de la tiranía de los que mandan
sin que importe un carajo la ideología a la que pertenezcan, tuve mi tienda de
cómics y el local ya preparado. Los siguientes pasos serían poner un nombre,
comprar material y la publicidad.
Ripley
Cómics
Sí,
señoras y señores, Ripley Cómics. Ese fue el nombre de mi tienda. Un nombre que
a día de hoy todavía le suena a muchos clientes y a muchos aficionados les hace
exclamar: “Eh, yo compraba ahí”.
Ripley viene de la película de James Cameron “Aliens, el regreso” y es el
nombre de su protagonista: la teniente Ellen Ripley (Sigourney Weaver), mujer de
armas tomar capaz de enfrentarse a los aliens y a su reina y vencer. El nombre
de Ripley era un claro mensaje de cómo afrontaba el desafío de tener mi propia
tienda. Y vaya si fue todo un desafío, porque me quedaba por sufrir muchísimo
más. Llegados a este punto, tengo que añadir que si logré salir adelante fue
gracias a la inestimable ayuda de mis padres que lo dieron todo por mí,
ayudándome siempre y solucionándome muchos problemas.
Con
el local ya a punto la siguiente cuestión era surtir de cómics y material la
tienda. Para eso contacté con un distribuidor de cómics en Madrid que me hizo
dar cuenta de la dificultad de vender cómics. Trabajar directamente con las
editoriales (Norma y Cómics Fórum sobre todo y por entonces) era una locura,
porque te pedían enormes fianzas económicas que luego casi nunca te devolvían y
te la jugaban constantemente haciéndote mal los pedidos. Lo que hacían muchas
tiendas era unirse y pagar a medias esas fianzas y realizar los pedidos
conjuntos. Luego cada tienda se repartía su cuota y todos tan contentos. Eso
tuve que hacer yo, pero con la mala fortuna de ir a parar a las garras de un
ser despreciable y ladrón como pocos. Y ese ser no es otro que el dueño de una
librería situada en la calle Luna. Podría poner el nombre, pero no se lo merece
y porque ignoro siquiera si sigue siendo el dueño y tampoco porque no es
cuestión de andar con polémicas que décadas después no sirven de nada. Pero os
puedo dar pistas, je, je, je. Fue una de las primeras librerías en abrir y lo hizo
después de Crisis Cómics, y no está, o estaba, muy lejos de dicha tienda. El
que sepa, comprende.
El
mundo de las librerías especializadas. Un mundo podrido y cruel
A
lo mejor a muchos de los que leáis esta entrada os puede sonar duro lo que voy
a narrar, pero es la verdad, y hay que tener en cuenta que esto era así hace
muchos años y que en la actualidad ha cambiado bastante la cosa para mejor.
Antes la competencia entre las librerías en Madrid era feroz, hasta el punto
que muchos libreros no se hablaban entre ellos e incluso tenían pleitos
judiciales. No eran raros los casos de robos de material, puñaladas traperas y desbaratar
negocios. Para que os hagáis una idea de lo que os digo, un dueño de una de las
primeras librerías en abrir en Madrid, gran amigo mío, tuvo que afrontar una
tremenda crisis producto, entre otros factores, de que su socio se marchó
llevándose mucho material y dinero que había ido robando durante meses y que le
sirvió para montar una tienda de cómics y hacerle la competencia. Y este es
únicamente un ejemplo no de los más duros precisamente.
Dado
que por entonces el mercado del cómic en España todavía no había calado
demasiado, el número de clientes no era muy elevado cuando en nuestro país
comenzaron a aparecer las primeras librerías. La competencia para hacerse un
hueco y captar la clientela era feroz, agravándose el hecho de que en Madrid
las librerías estuvieran casi todas muy cerca unas de otras, en el centro de la
capital. Esto supuso rencillas, recelos, competencia desleal en algunos casos e
incluso desfalcos, robos y otras villanías como en el ejemplo citado un poco
más arriba.
No
os confundáis. No quiero decir que en esos años todo fuera así, pero sí que más
allá de los mostradores y de las estanterías de cómics existía un mundo donde
los libreros se mostraban bastante furibundos defendiendo lo que cada uno
consideraba era su parcela. Y en este mundo medraron los tramposos, embusteros
y ladrones que hicieron su negocio a costa de ingenuos, ignorantes o bien
intencionados, como fue mi caso. Como he dicho, una forma de ahorrar dinero y
poseer material era unirse a otros libreros y realizar encargos grandes donde
compartir gastos y material. Pues bien, me uní a un librero que durante meses
me enviaba tanto los cómics como material a la tienda (juegos de rol,
miniaturas, camisetas, posters…) y yo le pagaba por ello. El problema era que
siempre me enviaba menos cómics de lo pactado o el material llegaba tarde, mal
y nunca en la cantidad necesaria. Cuando preguntaba qué era lo que pasaba se me
respondía que era a que mucho del material era de importación y solía tardar en
venir, y respecto a los cómics que las distribuidoras o las editoriales no
distribuían bien. Fueron unos meses muy angustiosos, porque no podía atender la
demanda de los clientes y eso significa perderlos y perder potencial económico.
No había pasado ni un año desde que abriera Ripley y ya me enfrentaba a la más
dura y angustiosa de las pruebas: tener que cerrar.
La
venganza es un plato que se sirve frío
Lo
que descubrí mediante otras personas, es que el librero sencillamente me estaba
estafando. Se quedaba con parte del material que me correspondía y me inflaba
además los precios. Llevado por mi confianza y desconocimiento de lo que era el
verdadero mundo de las librerías especializadas, nunca se me pasó por la cabeza
que me pudiera hacer eso. Hasta que abrí los ojos. No sé exactamente la
cantidad de dinero que se me pudo quitar, quizás no pasara de los tres mil
euros, aparte de mucho material que nunca me llegó, pero hace más de veinte
años eso era mucho dinero y más para una tienda pequeña como la mía.
Afortunadamente, Miguel, dueño de Crisis, se fijó en el potencial de Ripley y
se unió a mí, teniendo desde entonces el suministro de cómics y material
asegurado mes a mes, aparte que ya pude, por fin, tener la tienda repleta de
todo tipo de cosas.
Respecto
al asunto de la persona que me estafó, aunque este feo, no queda más remedio
que consignarlo pues las Crónicas son de una parte de mi vida, para bien o para
mal, y hay que reseñarlo todo. Meses más tarde tuve la oportunidad de
desquitarme, de saborear la venganza. A través de una tercera persona que me
ayudó, hice creer al estafador que una nueva librería iba a abrir en una ciudad
cercana a Getafe y que necesitaba con urgencia mucho material de importación
para abrir al público cuanto antes. Al menos iba a gastarse seis mil euros en
un primer pedido al que seguirían otros. Por supuesto, el hombre se frotó las
manos pensando en el negocio que iba a hacer pues se llevaría una comisión por
el pedido aparte de lo que seguramente ya andaría pensando que iría a estafar
de nuevo. Hizo el pedido, se trajo de Estados Unidos y cuando fue a cobrarlo se
le comunicó que la tienda finalmente no se abriría y que el material no se
necesitaría. Se le envió una carta por correo para avisarle de la cancelación
del pedido.
El
hombre se puso furioso, porque el pedido lo había pagado él previamente y no se
podía devolver (nunca se puede devolver lo que se pide de importación) y
amenazó con demandarnos. La respuesta, siempre a través de una empresa
ficticia, fue que nos demandara. Nos veríamos ante el juez. No se podía hacer
tal cosa, porque la cuestión es que esta persona trabajaba con dinero negro,
sin facturas, sin pagar impuestos y con facturas falsas, de ahí es donde
obtenía sus beneficios. Obviamente, no se podía plantar ante un juez y decir
que él, un estafador, había sido a su vez estafado. Eso sí, nos aseguró que
pagaríamos muy caro lo que le habíamos hecho. ¡Ja! En realidad nunca llegó a
saber que detrás de esa venganza estuvo mi persona. Y años más tarde todavía le
pude hacer otra jugarreta al conseguir que jamás le cedieran un sitio para
colocar el stand de su librería en los diferentes salones de cómics de
Barcelona al denunciar, de forma anónima, los diferentes trapicheos ilegales
que seguía haciendo. Ignoro que ha sido de esta persona, aunque sé que continúa
con sus negocios relacionados con el mundo del cómic, pero no sé si seguirá
siendo un tramposo o retornó a la buena senda. En cuanto a mí, digno lector de
Conan el bárbaro, me di por satisfecho con mi venganza, dando más de lo que
recibiera, solamente lamentando no haber tenido nunca a mano un barril de
amontillado.
¿Pero
fue todo tan malo en Ripley?
La
respuesta es un rotundo NO. Los años que pasé trabajando en Ripley fueron
algunos de los mejores de mi vida. La satisfacción que da el tener tu propia
empresa es algo que desconocen los que nunca se han arriesgado a tenerla. Ser
tu propio jefe es lo más, y estaba tan a gusto que a pesar de los altibajos,
depresiones y mil disgustos deseaba que fuera lunes para ir a la tienda, abrir
y trabajar. Esto jamás me ha vuelto a pasar con ningún otro trabajo (lo más
parecido cuando estuve en Medea Ediciones junto al gran José A. Márquez
Periano). Otra de las grandes recompensas fue que la tienda me dio la
oportunidad de conocer a mucha gente maravillosa, algunos se convirtieron en
mis amigos, y fue en Ripley donde me inicié en los juegos de rol y el Warhammer
40.000.
Fueron
días gloriosos, tardes magnificas rodeado de amigos, con muchas anécdotas. De
la parte luminosa de Ripley hablaré en la siguiente entrega de estas, mis
Crónicas, así como de su final y la evolución de las tiendas de cómics para
cuando Ripley cerró. Esta es una entrada un poco más larga de lo habitual, por
eso me he visto obligado a escribir dos partes. No te pierdas la segunda y
definitiva…
Si te gustan las Crónicas de un Friki,
aquí tienes los enlaces para ir a la primera entrega y la penúltima. Únicamente
pincha en los nombres.
También puedes leer:
Son mi iniciación en el mundo del
Warhammer 40.000 y digamos una continuación de Crónicas de un Friki a partir
del cierre de la tienda.
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