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martes, 23 de septiembre de 2014

CRÓNICAS DE UN FRIKI VII



CRÓNICAS DE UN FRIKI VII

LOS CÓMICS (o tebeos); sexta parte.
Los avatares de un coleccionista de cómics

            En la anterior entrada de estas, mis crónicas, hablé sobre Cómics Fórum y como descubrí los tebeos en un quiosco perdido en Fuenlabrada. Comenzaba mi etapa de coleccionista salvaje y con ella unos años maravillosos en cuanto a los cómics, donde mi condición de friki se vio finalmente aupada a todo lo alto. Fue una etapa muy bonita de mi vida que solamente quienes la hayan vivido pueden comprender perfectamente. Es cierto que las vivencias marcan a uno y forjan tanto su carácter como su personalidad, y al igual que existen personas que nutren y mejoran su espíritu e inteligencia con, digamos, la música, otras lo hacemos a través de la lectura o de ciertas aficiones que nos hacen destacar de los demás. Porque leer cómics por entonces no era solamente disfrutar de unas aventuras de héroes vestidos de colorines, sino una afición que te conducía invariablemente a otras: el cine, la literatura, el rol, las miniaturas, los juegos de mesa… Y eso de que los lectores de cómics eran seres solitarios, introvertidos o tontos del bote es de esos mitos que ya hace tiempo, afortunadamente, se desmintieron. Porque los lectores de tebeos suelen buscar a gente que tengan sus mismas aficiones. Suelen ser personas de mente abierta e inteligencia por encima de la media, curiosos, transgresores y con ciertos ideales. No menos claro es que no todos son así, por supuesto, pero sí la inmensa mayoría como han demostrado estudios realizados a lo largo de décadas en diferentes países
A lo que iba que me pierdo. Lo que quiero decir es que leer y coleccionar cómics me hizo mucho bien. Me culturizó y me hizo disfrutar de la Vida, con recuerdos muy agradables, experiencias y sensaciones increíbles. Que no quita que hubo malos momentos, amargos, pero visto ahora todo forma parte de un conjunto que en su suma me ayudó a formarme como persona y que no cambiaría por nada.

La insistencia es la clave

            Como expliqué en la anterior entrada, los cómics Fórum únicamente se vendían en quioscos, ya que no existían las librerías especializadas, los grandes almacenes no vendían ese producto y no había Internet, ni teléfono móvil ni nada de todo eso que ahora damos por sentado que existió siempre. Y en toda Fuenlabrada pasarían al menos dos años hasta que otros quioscos se atrevieron a vender los tebeos. En el quiosco que descubrí se podían encontrar todas las colecciones que Fórum publicaba en ese momento, que no eran muchas, pero en muy pocas cantidades; a lo sumo dos ejemplares de cada colección. Así que el primer problema a solucionar estaba claro: era imperativo que no me quedara sin mi ejemplar. La solución pasaba por acercarme al quiosco un mínimo de dos veces por semana, echar un vistazo a sus vidrieras y procurar llevar siempre encima dinero. Os aseguro que esto puede parecer muy fácil, pero el tal quiosco estaba muy alejado de mi casa, casi veinte minutos andando, y eso me obligaba a meterme unas caminatas que para qué. Y encima se ubicaba en un lateral de Fuenlabrada, con lo que si deseaba ir al centro o al otro lado de la ciudad (que era donde estaba lo divertido, el cine y las discotecas), el paseo era de órdago. Pero no importaba, porque cada vez que compraba el tebeo la satisfacción de poseerlo suplía con creces todos los inconvenientes que pudiera padecer.
            Esta insistencia, que adquirí como un deber sagrado, convirtió por un tiempo aquel quiosco en un lugar de peregrinación. Unos iban al Oráculo de Delfos o a Lourdes, para mí era aquel quiosco de cemento y acero. Pero gracias a eso conseguí que mis colecciones nunca se quedaran cojas ni perderme ningún número. Es más, el dueño del quiosco llegó a conocerme y en ocasiones hasta me guardaba los ejemplares. Más adelante, como he dicho, comenzaron a aparecer otros cómics Fórum en más puntos de venta, sobre todo a raíz de la salida a la venta de La Espada Salvaje de Conan y los Súper Conan, cómics que de inmediato fueron unos éxitos en ventas. La peculiaridad de estos cómics, que eran para gente más adulta, o al menos eso parecía, hizo que muchos quiosqueros se decidieran a hacerle un hueco es sus estantes y al comprobar que se vendía también probaron con otras colecciones. No obstante, seguí siendo fiel a aquel quiosco durante años, incluso hasta cuando se trasladó a la estación de RENFE (para mi alegría, porque aquello ya me pillaba mejor).

El tormento y el éxtasis

            Otro de los grandes problemas al que nos enfrentábamos los coleccionistas era el estado del cómic que comprábamos. Hay que entender la situación antes que nada. Siendo un chaval, me costaba un mundo de sacrificios el ahorrar dinero para el vicio, así que una vez que adquiría un ejemplar me gustaba que este estuviera en óptimas condiciones. Nada de esquinas dobladas, portadas sucias o tebeos doblados por la torpeza de los vendedores. Así que cada vez que compraba el cómic lo primero que hacía, delante del quiosquero mientras me devolvía las vueltas, era comprobar el impoluto estado del ejemplar. Una vez que todo estaba en orden, aquel cómic era para mí para siempre. Si no, le decía que me lo cambiara. Hay que hacer constar que más de una vez (y más de tres y de cuatro y de cinco…) me he topado con algún que otro vendedor que se negaba a darme otro cómic, pero en ese sentido nunca me he dejado atropellar ni aunque tuviera doce años. Si pagaba por un producto, quería dicho producto en perfectas condiciones. O eso, o no lo compraba. Este farol siempre me salió bien.
            Pero en ocasiones ocurría que daba igual, porque todos los ejemplares estaban hechos una pena. Y es que, por regla general, los vendedores no tenían ni idea del producto que estaban vendiendo y daban por sentado que era lectura para niños y daba igual el estado en el que estuviera. Cómics puestos al Sol a través de vidrieras, con lo que los colores de la portada se borraban. Colgados de cuerdas con pinzas, con lo que se quedaba para siempre la marca en el papel o se rompían. Pintados por encima porque el señor del quiosco o el conductor de la furgoneta hacían las cuentas en la portada del último número de Los 4 Fantásticos. Tebeos colocados de mala manera, doblados, rajados o manoseados hasta la saciedad. Marcas en los cuatro lados por las cuerdas con los que sujetaban los paquetes de revistas y cómics (apretada a conciencia la cuerda, por si las revistas se escapaban). Cortes provocados por navajas, cuchillos o cúter al cortar las mencionadas cuerdas. Manchas de café, del bocata de chorizo… En fin, toda una serie de torturas que a los coleccionistas nos ponían los pelos de punta por el horror. Lo malo es que no se podía hacer nada, porque los distribuidores eran los primeros en tratar mal el producto y en ocasiones incluso no llegaron a repartir los cómics porque existían otras prioridades o las furgonetas estaban llenas. Cada vez que llegaba la época que salían a la venta las colecciones por fascículos los coleccionistas nos echábamos a temblar. Esto no es una exageración, me lo explicaron varios vendedores y por eso lo sé. Anda que no he tenido que recorrer quioscos en busca de mi número de Los Vengadores por culpa de los distribuidores.
            Y por si fuera poco bregar con todos estos problemas, todavía nos teníamos que enfrentar a la ignorancia de los vendedores. Cuando Cómics Fórum comenzó a sacar más colecciones y ampliar la demanda, era un sin vivir intentar convencer al quiosquero para que trajera la colección de Daredevil o El Hombre de Hierro. “Mire usted, que le pienso comprar las dos colecciones todos los meses”. “No sé, no sé, que esto de los tebeos no creo que me dé mucho dinero”. La solución pasaba por seguir buscando quioscos donde vendieran esas colecciones, por eso con el paso del tiempo mi radio de compra se amplió a varios lugares. Un cómic aquí, dos allí… Lo que fuera con tal de mantener el vicio. Como anécdota divertida también puedo narrar cuando a Fórum le dio por sacar varias colecciones en inglés, como The New Warrior, Silver Surfer, X-Men, etc. Era gracioso pedirle al pobre vendedor que me diera tal colección ya que no entendía lo que le quería decir en mi inglés castizo. “Deme usted el Niu Guarrior, por favor” “¿Lo qué?” “Ese, deme ese, el de la portada en rojo” señalaba con el dedo. Tanto coleccionistas como vendedores nos tuvimos que modernizar mucho.

Poderoso caballero es don dinero

            El segundo gran problema al que me tenía que enfrentar para poder comprar puntualmente mis colecciones era el dinero; o más bien la escasez del mismo. Con mi exigua paga y sin trabajar (era todavía muy joven), debía hacer frente a varias colecciones, siendo dos de ellas encima quincenales. Aunque ahora no lo pueda parecer, tener que gastar todos los meses de seiscientas a ochocientas pesetas (unos cinco euros, ojo, que estamos hablando de los ochenta del siglo XX) era todo un drama para un chaval que comenzaba a entrar a la adolescencia (y con otras áreas de la vida por explorar). Era imperativo poder encontrar fuentes de financiación y descartado el pedir aumento a mi madre (bastantes agobios monetarios padecía la pobre), no me quedaba otra que tirar de un estricto autocontrol en cuanto a los gastos y una férrea actitud sobre las preferencias. Ante mi se abría una duda existencial: ¿me gastaba el dinero en comprar cómics, o lo gastaba en alcohol, tabaco, discotecas y de fiestas de fin de semana? No fue una decisión fácil, ya sabemos cómo nos las gastamos los adolescentes: si no bebes eres poco hombre, si no fumas se te deja de lado, si vas a la discoteca es que eres raro… En fin, ganaron los cómics. En realidad tampoco lo pensé mucho.
            Tuve que agudizar el ingenio para sacar dinero hasta debajo de las piedras y estirar mi paga hasta límites insospechados. Fue a partir de esta etapa de mi vida donde forjé del todo mi personalidad de mercader, fenicio, ferengi, ya alimentada en mi niñez de cuando iba a los frutos secos a cambiar los tebeos. Todo fueron sacrificios. Si mis amigos iban al cine y se compraban palomitas, patatas y refrescos, yo me tenía que conformar con la entrada y gracias. Si iban a comer hamburguesas, yo me excusaba y no iba. ¿Fumar? No, eso cuesta dinero. ¿Beber? No, con lo que cuesta un litro de cerveza me compro un Spiderman. ¿Drogas? ¡Por favor! ¿Si ni bebo, ni fumo, me voy a drogar? No solamente es un vicio caro que me impediría comprar tebeos, sino que además es un vicio estúpido, que no conduce más que a desastres y quema neuronas; neuromas que necesito para poder leer mis maravillosos cómics. Al respecto de las drogas, tengo una divertida anécdota con mi madre. Siempre me alentó a leer y comprar tebeos, pero con lógica preocupación notó que mis gastos en colecciones aumentaban de forma exponencial. Un día me dijo: “Hijo, ¿es bueno que te gastes tanto dinero en tebeos?”. Y le respondí: “O me gasto el dinero en cómics o me lo gasto en drogas. Elige”. “Toma dinero y cómprate más tebeos”. Nunca más mi madre me dijo nada sobre el tema.
            Las argucias para seguir ahorrando dinero y mantenerme en el vicio fueron dignas de Ulises algunas, por su astucia, y de Hércules otras, por su sacrificio físico. Por poner un par de ejemplos y no extenderme más en el asunto, cuando iba a la discoteca con los amigos y sacábamos las entradas, recuerdo que con la entrada te daban además una consumición o dos, depende de la discoteca y del precio de la entrada. Eran consumiciones en las que podías pedir alcohol, claro, y por entonces la moda era el whisky y el Licor 43. Pues bien, lo que hacía era vender, una vez ya dentro de la discoteca, a mis amigos mi entrada con las consumiciones a la mitad de lo que te cobraban en la barra de la discoteca. Ni que decir que mis amigos, borrachillos ellos, accedían encantados a mis tejemanejes. De esta forma recuperaba dinero con el que comprar tebeos. Otra forma era ir andando a todos los sitios. En una época en la que no existían todavía los abones mensuales ni los billetes múltiples o de varios viajes para el transporte público, siempre que viajabas en Metro, Bus o Tren debías sacar un billete. Era bastante barato, pero un trayecto de ida y vuelta eran casi dos cómics. Nada, nada, con tiempo y salero caminata para ahorrarse el billete y más dinerito para las colecciones. De aquí vino mi afición al senderismo y pateo diario.
            Como se puede leer, dura era la vida del aficionado a los cómics, más dura todavía la del coleccionista. Y todavía quedaban otras adversidades que superar o sufrir, como la ignorancia de los demás o el desprecio que se padecía por leer cómics, sobre todo por parte de las chicas, las enemigas más terribles que friki masculino alguno pueda tener. Pero de esto hablaré en mi próxima entrada. De esto, y del descubrimiento de la primera librería especializada en España, en Madrid. Nos “vemos”. Continuará…


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