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domingo, 7 de diciembre de 2014

SUCEDIÓ EN LA NOCHE DE LOS REYES MAGOS



SUCEDIÓ EN LA NOCHE DE LOS REYES MAGOS


            Quedaban apenas tres días para la noche más mágica del año en España: la noche de los Tres Reyes Magos. César andaba preocupado, porque todavía no había encontrado el regalo principal que su pequeña hija Sara, de seis años, le había pedido. O más bien había pedido a Baltasar, Melchor y Gaspar, claro, los tres Reyes, porque Sara creía en ellos, por supuesto. César cometió el error de dejar pasar un par de semanas confiado en que encontraría la muñeca a tiempo, pero ahora resulta que el juguete se encontraba agotado en jugueterías y centros comerciales.
            Era la muñeca de moda, por la que todas las niñas ese año suspiraban: Cindy Superstar. Una muñeca creada según los estándares actuales, delgada, muy moderna, con carácter y repleta de detalles y complementos que, como no podía ser menos, se vendían aparte. Bueno, suspiró resignado César, si era la ilusión de Sara él no podría por menos que no defraudarla. Pero un gasto inesperado en casa le había supuesto gastar lo que tenía ahorrado para los Reyes de Sara y tuvo que esperar a recuperar el dinero de otro lado. Para colmo, se había comprometido con su mujer en ser él quien se encargara este año de los regalos, así que no le quedaba otra que cumplir con lo prometido. Sara le había besado en la mejilla y advertido muy seriamente sobre las letales consecuencias de que los Reyes Magos no le trajeran a Cindy Superstar.
            Por eso se encontraba ahora César montado en un autobús viajando por Madrid, de centro comercial en centro comercial y de juguetería en juguetería en busca de la dichosa muñeca. En todas partes le habían dicho lo mismo: agotada y no se repondría hasta pasado al menos dos semanas después de Reyes. Aquello hundió en la desesperación a César, pero pasados los primeros momentos de estupor no dejó que la mala noticia le pudiera y partió a otros sitios. Mediante Internet por el teléfono móvil, logró conectar con foros y páginas Web donde otros padres ponían lugares donde se vendían los juguetes, los mejores descuentos, precios, esas cosas… Así supo que la caja básica donde venía Cindy Superstar tenía dos versiones. Una era la normal, la muñeca, un vestido de recambio y unos pocos complementos; y la versión edición limitada (y más cara) con tres vestidos, complementos especiales, un cómic sobre la muñeca, un CD con la música favorita de Cindy Superstar y otras cosas. Bueno, a César le daba igual la edición limitada que la normal que la cutre. Él quería un maldito ejemplar de la muñeca y santas pascuas.
            Pero por más que había buscado no encontraba el juguete. Una alerta en el móvil le indicó que en una tienda existían algunos ejemplares, por eso viajó hasta la otra punta de Madrid al instante. Cuando llegó tuvo que batirse bravamente con otras madres y padres, avanzando férreamente por los pasillos atestados de compradores de la juguetería hasta llegar a las estanterías donde Cindy Superstar se encontraba. Para su horror ya no quedaba ni una sola muñeca; otra vez tarde. ¿Qué hacer, donde ir, a quien acudir? El tiempo se agotaba, aunque todavía quedaban tres días para la búsqueda.
            No fueron suficientes. Con una celeridad pasmosa los días pasaron y César se encontró con que era el día previo a los Reyes Magos y la esquiva Cindy Superstar no se encontraba con el resto de los regalos de Sara. Todavía había tiempo, se decía a sí mismo César. La noche previa a los Reyes las tiendas permanecen abiertas hasta las 24:00 horas. Enfundado en un grueso abrigo, con bufanda y guantes, con el móvil en la mano y alerta a todo, se lanzó de nuevo a las calles de Madrid, viajando de tienda a tienda dispuesto a encontrar la muñeca. Cuando ya todo parecía indicar que Sara se quedaría sin su juguete deseado, una nueva alerta en el teléfono avisó a César que una gran superficie en un centro comercial había encontrado varios ejemplares de la muñeca y los había puesto a la venta. ¡Qué suerte! César apenas se encontraba a unas pocas paradas de autobús de aquel centro comercial. Es más, si echaba una carrera llegaría antes incluso que el autobús, porque si esperaba la llegada del transporte público más que seguro que perdería mucho tiempo.

            Sin pensarlo más, César corrió durante más de veinte minutos hasta llegar al centro comercial. Sin parar para recuperar el aliento se internó en las galerías comerciales para llegar al supermercado y su sección de juguetes. Esquivó personas, carritos de la compra y alguna que otra empleada que le gritó a saber qué. ¡Maldición! La estantería de la muñeca otra vez vacía. ¡No! Quedaba una caja. Lanzando un grito de triunfo César agarró la caja con fuerza. ¡Ya era suya!
—¡Oiga! —exclamó una mujer regordeta y con la cara excesivamente cargada de maquillaje— Esa muñeca es mía. Yo la vi primero.
—Con todos mis respetos, señora, pero la he cogido antes —respondió César agarrando más fuerte la caja.
—¡Qué maleducado! Es usted un gamberro. Esa muñeca me pertenece. La vi antes…
—Aquí no se trata de quien la vea antes, sino quien la agarra antes.
—¡Qué me la de le digo!
—¡Señora! ¡Suelte la muñeca!
            La mujer enganchó la caja con fuerza a la vez que se puso a gritar como una loca, pero César no estaba dispuesto a soltar su codiciado botín. Así que tras la sorpresa inicial dio un fuerte tirón y logró que la señora soltara la caja. A los gritos acudieron dos guardias de seguridad que demandaron saber qué pasaba. César se explicó, pero la señora seguía berreando y exigiendo la muñeca.
—Señora, cálmese —intentaba razonar uno de los guardias—. Este señor llegó antes y tiene derecho a la muñeca…
            Pero aquella mujer ni razonaba ni se callaba. César se escabulló entre la confusión y el gentío dejando a los dos pobres guardias de seguridad capear el temporal. Para eso les pagaban.

            Más tarde, y muy satisfecho consigo mismo, César viajaba en el Metro hacia casa, ya era muy tarde, casi la hora de cenar, pero todos los esfuerzos habían merecido la pena. Cindy Superstar estaba en su poder y Sara tendría su juguete soñado. Era la versión normal, pero a estas alturas era todo lo que se podría conseguir. A Sara le daría lo mismo. El vagón de Metro contaba con pocos viajeros, ya casi todos los madrileños estaban en sus casas cenando, o comiendo el Roscón o preparando los juguetes. Además, hacía mucho frio y la noche invitaba a estar entre los tuyos. Justo enfrente de César estaban sentadas una madre de unos treinta años y su hijita de una edad parecida a Sara. Eran latinas, de pelo negro y ojos oscuros y muy expresivos. A juzgar por la ropa debían de ser condición humilde. La mujer llevaba una bolsa con lápices de colores y unos cuadernos para dibujar.
—Mami, pero yo quiero una muñeca para Reyes… —decía la niña con su voz infantil y los ojitos medio llorosos.
—Ya, cariño, pero mami te ha explicado que no tenemos dinero para otra cosa. Tendrás que conformarte con unos lápices para dibujar —explicaba la madre con mucha paciencia y sincero pesar en su voz, pero mirando con mucho amor y ternura a su hija.
—Pero mamá, si son los Reyes Magos quienes traen los regalos, ¿qué tiene que ver el dinero con esto? —argumentaba la chiquita con su aplastante lógica infantil.
—Hija, no es todo como piensas.
—Mamá, en mi clase mis amigas tienen muñecas y juguetes bonitos, y me preguntarán que me han traído los Reyes y no tendré ninguna muñeca que enseñarles. Se ríen de mi porque tengo remendones en la ropa, son malas…
—No les hagas caso, corazón.
—No importa, mamá, sé que los Reyes me traerán una muñeca. He sido buena todo el año y sé que ellos son buenos, ¿verdad, mamá?
—Sí, hija —respondió la madre con la voz quebrada por el dolor.
            César no pretendía espiar la conversación, pero no pudo evitar escucharla y comprendió muchas cosas. Comprendió que aquella buena mujer pasaba por un mal momento económico y que no podía comprarle juguetes a su hija. Y supo también que aquella niña de cara ingenua se llevaría al día siguiente una tremenda desilusión al descubrir que los Reyes, finalmente, no le habían traído esa muñeca tan deseada. Y con ello en el corazón de la niña se rompería algo y perdería esa ilusión que hace tan maravillosa y mágica la infancia, sobre todo en Navidad. César supo entonces que estaba en sus manos impedir que la chiquita pasara por un mal trance que podría marcarle para el resto de su vida. Eran cosas materiales, cierto, pero a estas edades un detalle así podía apuñalar la ilusión de una niña y hacer que la perdiera para siempre, creciendo en edad mental incluso antes de lo esperado y deseado. No, los niños han de ser niños todo el tiempo que puedan. Llevado por un poderoso impulso interno, César se levantó y se acercó a la mujer.
—Perdone, hum… —al principio no supo que decir, pero de inmediato a la mente le vino una idea y rápidamente se las ingenió para componer una pequeña mentira—. Señora, les he escuchado hablar, perdone mi osadía, y creo que tengo una solución.
—Señor, ¿qué dice? —dijo la mujer tomando a su hija de la mano.
—Vera… hum… soy voluntario en una asociación que se dedica a recoger juguetes para las familias más necesitadas. Precisamente voy a la asociación para llevar esta muñeca y donarla. Bueno, pues creo que usted necesita esta muñeca, ¿verdad?
—Señor, no puedo permitir tal cosa. Otros niños necesitarán juguetes y…
—Señora, no me rechace un regalo. Se lo doy de buena fe, téngalo y no lo piense más.
—Señor, yo… —la mujer se quedó asombrada al contemplar la bolsa con la caja de Cindy Superstar envuelta en papel de regalo—. No sé qué decir…
—No diga nada, acéptelo y Feliz Navidad, aunque en este caso toca mejor decir felices Reyes Magos.
—¿Es usted un Rey Mago? —preguntó la niña con una luminosa sonrisa.
—No —contestó César guiñando un ojo—. Sólo soy uno de sus ayudantes.


* * *

            Tras haber entregado la muñeca a la niña, César sintió una profunda sensación de bienestar en su interior, orgullo por haber hecho lo correcto y una gran paz, a lo que se sumaba una intensa alegría. César pensó mucho en su acción, porque no era alguien dispuesto a estar pendiente de los problemas de los demás, bastante tenía con los suyos. Pero se alegraba. Pensaba que no tendría que quedar todo ahí, algo que ocurre únicamente en Navidad, sino que podía hacer algo similar el resto del año. A lo mejor podía acercarse a una asociación, una ONG o una parroquia y apuntarse como voluntario para colaborar en asuntos sociales. Tal vez podría dedicarse a guardar juguetes todo el año y luego donarlos en Navidad. Sí, eso haría, se prometió a sí mismo con mucha solemnidad.
            Pero cuando llegó a casa y se enfrentó a la ira de su mujer, a César todos los pensamientos filántropos se le fueron al traste. Su mujer se enfadó mucho con él, ya que se había comprometido a encontrar a Cindy Superstar y había fallado. ¿Cómo se lo tomaría Sara? Porque la niña no dejaba de hablar de la muñeca y de la ilusión que le daba el tenerla; porque los Reyes Magos se la traerían seguro. César debía hablar con su hija, pero no pudo reunir el valor necesario para hacerlo.
            Esa noche fue muy dura para él, enfrentándose por un lado a las miradas acusadoras de su mujer y por el otro a la ilusión de su hija. César se sentía muy mal, con la sensación del fracaso presionando sus espaldas. ¿Qué le diría a Sara a la mañana siguiente cuando descubriera que Cindy Superstar no se encontraba con el resto de regalos? ¿Pero por qué demonios regalaría la muñeca? En menudo lío se había metido…
            Le costó mucho conciliar el sueño, y su mujer ni tan siquiera le deseó buenas noches. Muy de temprano le despertaron los gritos, risas y ruidos de Sara que, como casi todos los niños en aquel día, se había despertado muy de mañana para ir a todo correr al salón en busca de los regalos que los Reyes le habían traído.
—Ahora a ver que le dices a tu hija —fue el saludo mañanero de su mujer.
            César marchó despacio al salón, bostezando y pensando a toda prisa en una excusa que contar a Sara.
—¡Mira, papá! ¡Me la han traído! ¡Los Reyes Magos me han traído a Cindy! —exclamaba loca de alegría Sara alzando la muñeca a lo alto y sin dejar de correr de un lado a otro del salón— ¡Y es la edición mega especial limitada platino!
—¿Eh? Pe… pero… pero… —balbuceó César sin dar crédito a lo que veía.
—Ah, cariño, que tonta he sido, como me has engañado —su mujer se abrazó a su cuello y le dio tiernos besos—. Ya sabía que no nos fallarías. Eres el mejor. Qué gran sorpresa.
—¿Eh? Pe… pero… pero… —¿de dónde infiernos había salido esa muñeca?
            Sara daba vueltas por el salón haciendo volar a la muñeca y enseñándosela a su madre. César se acercó y cogió la caja de la muñeca. Efectivamente, era una edición muy especial, únicamente tres mil unidades en toda Europa, con muchos más complementos y detalles especiales. Pero todo esto no respondía a la inquietante pregunta.
            Fue entonces cuando César reparó en un sobre al pie del árbol de Navidad. Se agachó, lo tomó y pudo leer “Para César”. Extrañado, lo abrió y leyó la nota que había en su interior.
“Las buenas acciones tienen su recompensa.
G, M & B
P.d.: no se te olvide cumplir tu promesa.”
            César casi se desmayó. Pero que caray, es la noche más mágica del año.



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Este relato ha sido escrito por Juan Carlos Sánchez Clemares, a quien pertenecen todos los derechos de autor y de publicación. Si deseas colgar este relato en alguna página, o tomar una parte de él, antes pide permiso al autor.  





lunes, 17 de noviembre de 2014

CRÓNICAS DE UN FRIKI VIII



CRÓNICAS DE UN FRIKI VIII

LOS CÓMICS (o tebeos); séptima parte.
Del infierno al paraíso.

Seguimos adelante con la historia de un friki intentando superar los problemas que le surgen a la hora de intentar seguir adelante con su afición de leer y coleccionar cómics. O sea, mi historia, pero que pienso es similar en algunas cuestiones a las de tantas otras personas que hayan tenido mis mismas o parecidas aficiones. Ya en la anterior entrada comenté lo difícil que era, siendo un adolescente y encima en plenos años 80 del siglo XX en Madrid, el poder reunir dinero y seguir puntualmente las colección de cómics. Los puntos de venta eran los quioscos, pero estos normalmente no se preocupaban mucho del estado de los ejemplares o de si se los traían o no. Yo tuve la suerte de contar con un punto de venta donde el señor quiosquero al menos se preocupaba mínimamente por su material, procurando que ningún número faltara o pidiendo las novedades que salieran. Claro que esto era lo inusual. Lo normal era que se saltaran los números (con lo que tus colecciones se quedaban cojas) mes sí, mes no, o que los cómics estuvieran en un lamentable estado tras pasar por las despreocupadas manos de repartidores y quiosqueros. Además, los coleccionistas aumentábamos en número y, como era de prever, nuestras demandas también. Durante un tiempo fui prácticamente el único cliente de cómics del quiosco al que acudía, pero eso cambió y pronto tuve que espabilarme para ser siempre de los primeros en comprar los ejemplares so pena de quedarme sin el número de mis colecciones mensuales o quincenales. Y es que al quiosco llegaban dos ejemplares de Spiderman o Los Vengadores y resulta que ya éramos cuatro o cinco los coleccionistas que los deseábamos; que situación más chunga.
A la falta angustiosa de dinero para mantener el vicio se le sumaba la falta de ejemplares para contentar al personal. Pero también el lector de tebeos debía enfrentarse a otro gran problema que le supuso, nos supuso, quebraderos constantes de cabeza: el desprecio, la ignorancia y la falta de tolerancia de los demás.

¿Pero a tu edad todavía leyendo tebeos?

            Ese era el comentario más frecuente que escuchaba en las personas cuando me veían leyendo un cómic. Daba igual que les intentara explicar que un adolescente, o ya un muchacho de dieciocho años, tenía el derecho a leer lo que le diera la gana y que los cómics no eran para niños, y que incluso adultos los leían, pero era lo mismo. Hablar con una pared y con esta clase de gente era la misma cuestión. Automáticamente enlazaban el tebeo con la niñez y para ellos únicamente los niños (entiéndase de cinco a diez años como mucho) podían leer historietas. Una vez superada la edad que ellos “creían la correcta”, debías dejar de lado los cómics y centrarte en otra cosa; los libros, por ejemplo. Lo curioso de todo esto es que quienes me tachaban de niño por leer tebeos y me aconsejaban leer libros (los clásicos de la literatura española a ser posible) luego no leyeran ni un carajo; vamos, que eran unos analfabetos disfuncionales. Allá donde fuera siempre me tope con estas personas: en la escuela, en el instituto, en el trabajo, entre las amistades, entre los familiares… Siempre con la misma canción e intentando amargarme la vida. Mas ni caso que les hacía, porque para mí estar al tanto de las aventuras de Peter Parker, Conan, Reed Richards, Mortadelo y Filemón o Superlópez era lo más alucinante que me podía pasar aparte de ser nutriente para el cerebro. Y comentar que también leía muchos libros, cosa que no pueden decir la mayoría de individuos que me “aconsejaban” que dejara de leer cómics para leer libros.
            Lo más sangrante del asunto era cuando me topaba con mi círculo de amistades, donde también me encontraba con estos prejuicios de forma constante. Y cuando conocía chicas nuevas y estas se enteraban que leía cómics la cosa se complicaba. Más de una, cuando intentaba convencerla para que fuera mi novia, me echaba la bronca y me decía aquello de “o los tebeos o yo; elige”. Y seguía soltero, que le vamos a hacer. Durante muchos años tuve que soportar estas tonteras, y aunque uno era de hierro (y sigo siéndolo) también tenía su corazoncito y sufría con estos ataques injustificados.
            Afortunadamente, las opiniones que más me importaban, la de mis padres, eran positivas y siempre me alentaron a seguir leyendo cómics y coleccionarlos. De cuando en cuando mi madre alzaba una ceja ante los gastos monetarios, pero dado que era eso o darle duramente a las drogas, pues finalmente me dejaba hacer. Así que seguí, sigo, coleccionando y leyendo con avidez mis tebeos.
            Con la llegada de mi edad laboral (más pronto de lo que siempre me hubiera gustado, debido sobre todo a los graves apuros económicos de mi familia) prácticamente el problema monetario para los cómics se había solucionado. Seguía sin poder comprarme todos los que quisiera, y puesto que debía dar casi todo el sueldo a mi madre para ayudar en casa, tampoco tenía todo el dinero que deseara, pero sabiendo administrar bien y poseyendo paciencia a puñados pues todos los meses conseguía tener mi dosis de lectura. Pero todavía quedaba un grave problema por resolver: asegurar los ejemplares y no perder ni un número de las colecciones.

El hallazgo del siglo

            Como decía más arriba, el número de aficionados aumentaba pero no el de ejemplares de las colecciones de cómics, con lo que el problema estaba planteado. Al ser de Fuenlabrada, una gris y monótona ciudad-dormitorio del sur de la capital, ese problema era menos grave, porque no éramos tantos los coleccionistas. Pero a su vez, eran menos los quioscos donde se vendían los tebeos. A la que te despistaras te quedabas sin tu número y con la colección coja; problemón de los gordos. Más de una vez me ha pasado y tuve que solucionar el embrollo marchando a Madrid en busca de quioscos, dándome buenos paseos por sus calles hasta encontrar el cómic ansiado. Era necesaria una solución y esta llegó de manos de algunos pequeños empresarios audaces que importaron la idea de países como Estados Unidos o Inglaterra.
            Otra de las aficiones por aquel entonces, cuando tenía entre dieciséis y veinte años, era comprar discos de vinilo, LP o Maxi-Singles de mis grupos favoritos, que normalmente eran de música pop, disco y sobre todo house (que fue por esa época cuando comenzó a entrar en España) (y para que os ubiquéis temporalmente, fue cuando salió el “Bad” de Michael Jackson). Durante un buen tiempo, cogí la costumbre de acercarme al centro de Madrid una vez por mes, haciendo un recorrido que lo disfrutaba sobremanera. Era un paseo por la Gran Vía, comprar uno o varios Maxi-Singles, pasear por Sol, bajar por Atocha hasta la estación de RENFE y por el camino comprarme un par de donuts de chocolate (los de toda la vida) y un refresco de naranja y zamparlo todo sentado en la estación leyendo un libro o un cómic. Los Maxi-Singles y los LP los compraba en una tienda de discos que era referencia en toda la comunidad de Madrid, que se encontraba en lo que se conocía coloquialmente como los bajos de Gran Vía.
            Los bajos era en realidad un pequeño centro comercial que se encontraba en un edificio conocido (y que sigue existiendo) como Los Sótanos, un enorme bloque de diez plantas con hoteles, oficinas y tiendas. Poseía un nivel bajo, por debajo del nivel de la calle, al que se accedía por escaleras. Era un espacio diáfano con tiendas, locales de ocio, algún que otro restaurante y también salones de juegos. Fue muy famoso por la época y en los años 80 una de las referencias de “la movida” madrileña, ya que por allí los jóvenes solían acercarse mucho para escuchar música, jugar a las máquinas recreativas o tomar algo en los bares. El lugar fue tan famoso, que incluso salió en varias películas. Bueno, pues la tienda de discos era Discoplay y durante muchos años la tienda lugar de peregrinaje para todos los amantes de la música. Siempre me acordaré de entrar por las escaleras y contemplar una nube de humo en el techo por culpa del tabaco (antes éramos gente muy dura; se fumaba a todo pasto en todas partes y a tomar por saco la salud; del norte, tu), oler a humanidad y sentir que aquello era un sitio especial. Pues bien, erase una vez que yendo hacia Discoplay en busca del Pup up the volumen, de MARRS (pedazo temazo de house que fue el número uno durante meses y una de las canciones más versionadas de la música), al acercarme a la tienda de discos y girar el cuello a la derecha, así como si nada, mis ojos contemplaron algo que me cambiaría para siempre.
           Sonaron fanfarrias, las trompetas tocaron y arpas celestiales se escucharon mientras querubines descendían de los cielos junto a luces divinas, cayendo sobre mi persona el maná divino y los ángeles extendían una túnica blanca donde rezaba: “Enganchado para siempre”. Porque allí, ante mi persona, en una humilde esquina de aquellos sótanos de Gran Vía se encontraba ni más ni menos que la primera tienda especializada de cómics de Madrid que, como no podía ser de otra manera, se llamaba Madrid Cómics. Sí, amigos míos frikis, aquella era la respuesta para los coleccionistas. Era una tienda diminuta, como digo, en un local que era literalmente una esquina (mi cuarto de baño era más grande) con tebeos por todas partes, en cajones, cajas, estanterías, apilados hasta el techo porque aquel espacio no daba más de sí. No solamente te vendían los números del mes, sino que… ¡también los números atrasados! ¡Todos! ¡De todas las colecciones! (más música celestial y más querubines). Aquello era un sueño. Y también tenían posters, chapas, pegatinas, los primeros pasos en España de aquello que luego sonaría como marketing del bueno. Y los dependientes entendían de tebeos, eran capaces de seguirte la conversación y encima eran personas mayores, que sabían más que tu.
            Claro que no todo era tan bueno, porque ya desde el primer momento el mercado negro y la especulación en torno a los cómics nació junto con las primeras librerías especializadas. En Madrid Cómics descubrí que tenían todos los tomos de la colección Súper Conan, pero cada tomo te lo vendían por una barbaridad, en torno entre las tres y cinco mil pesetas, que para la época era muchísimo. Para que os hagáis una idea de lo que os digo, es como si hoy os compráis un X-Men por 1,90 euros, se agota ese número y cuando lo vais a comprar a una tienda os piden por él 10 euros; así, por la cara. Y es que Conan era el personaje que arrasaba en ventas y de ahí que sus tebeos fueran los más demandados, cosa que muchos vendedores aprovecharon para lucrarse. No todos fueron así, por supuesto, los hubo de todos los colores. Unos que subían un poco los precios porque al fin y al cabo era un negocio, y otros que se comportaban como auténticos usureros especuladores que abusaron de los aficionados. Muchos chalets y yates de lujo se han comprado estos fenicios a costa de los coleccionistas.
            Pero en general, las tiendas especializadas de cómics aportaron al mundo de los lectores y coleccionistas un lugar donde poder reunirse no solamente para comprar, sino para charlar de sus aficiones, conocer gente, realizar actividades lúdicas, conocer material y estar al día de las noticias acerca de sus gustos y personajes favoritos. En la próxima entrada de las Crónicas os hablaré de los primeros años de las tiendas especializadas en Madrid, el cambio sustancial que supuso, la expansión de Cómics Fórum y la proliferación de las tiendas sobre todo en el centro de Madrid. Esto iba evolucionando y nadie sabía hasta donde podríamos llegar (hasta que la burbuja se rompió). Continuará…

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