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miércoles, 15 de enero de 2014

CRÓNICAS DE UN FRIKI III



CRÓNICAS DE UN FRIKI III

LOS CÓMICS (o tebeos); segunda parte.
LAS PERIPECIAS DE UN LECTOR DE TEBEOS.


            Antes de pasar a hablar de los cómics Marvel, me gustaría hacer un inciso y tratar sobre un tema que conocemos todos aquellos que hayamos vivido los años 70 y principio de los 80 del siglo pasado. Me refiero a los afanes por conseguir nuestros tebeos favoritos y al ritual que suponía realizar el cambio. Hay que entender que por entonces España estaba creciendo tanto económica como socialmente, pero de todas formas la miseria todavía estaba muy extendida incluso en una gran capital como era Madrid. También hay que tener en cuenta que si bien los cómics, tebeos era como se les conocía entonces, eran muy conocidos desde hace décadas, no dejaban de ser un producto marginal para un muy determinado sector de la sociedad: los niños.
            De hecho, si entrabas en la adolescencia automáticamente debías dejar de leer los tebeos so pena de que tus padres te regañaran y castigaran o sufrir un ostracismo por parte de los demás. Ya que, como todo el mundo sabía por entonces, los tebeos eran cosa exclusiva de los niños y si de mayor los seguías leyendo es que no habías madurado, eras raro o cosas aún peores.
            Siendo tal el panorama, los tebeos no se encontraban en cualquier sitio, no señor. No todos los quioscos los tenían, y los que tenían eran más bien los típicos Mortadelo y Filemón semanales, el TBO y cosas así, o revistas para chicas, que también eran considerados tebeos. Por fortuna, existía por entonces unos pequeños negocios que prácticamente han desaparecido o han sido sustituidos por las tiendas que conocemos como “chinos”, o que simplemente se han convertido en otras cosas; me refiero a esos templos sagrados que en mi niñez se llamaban “los frutos secos”.

Los frutos secos; aquí hay de todo…

            Pero, ¿qué es, o era un frutos secos? 
Aunque el nombre nos pueda evocar, hoy en día, a esos comercios donde podemos comprar patatas fricas, avellanas, palomitas de maíz, almendras, cortezas de cerdo y otras exquisiteces, o nos hagan pensar en los carteles de color rojo de los establecimientos regentados por las personas de nacionalidad china, lo cierto es que en mi niñez un fruto secos era un pequeño local en donde, por lo general, se solía vender de todo un poco. Y ese de todo un poco eran golosinas, caramelos, palulú, helados o zumos, pipas, altramuces y quicos al peso (de ahí el nombre de frutos secos), quizás patatas fritas y cortezas de cerdo, revistas de toda clase, novelas de a duro o seis pesetas, sobres de muñequitos de plástico, bien soldados para los chicos, muñecas pequeñas para las chicas, cromos y álbumes de cromos y puede que también algunos juguetes de la época como peonzas, chapas, aros, pistolas de plástico o metal, petardos, canicas y cacharritos de cocinas; también podías encontrar tebeos. Pero lo más importante, y a lo que voy, es que en esos sitios podías cambiar tus cómics, costumbre que prácticamente ha desaparecido en toda España.
            Mi lugar de peregrinación  habitual cuando era niño era un pequeño frutos secos ubicado en una esquina de la calle Francisco Ruiz con la calle Ferroviarios, local que ya no existe. Era Francisco Ruiz la calle donde vivía, sita en el distrito de Usera, no muy lejos de la populosa Marcelo Usera, y zona a la que los que nos hemos criado o nacido allí llamamos Useras, con “s”, sí, y solamente nosotros sabemos por qué. Como decía, ese frutos secos era mi lugar favorito de crío, porque no solamente tenían sobres con soldaditos de plástico, otra de mis grandes aficiones de entonces pero que con el paso del tiempo cambiaria por los Playmobil (y de la que ya hablaré), o chucherías variadas como las “modernas” castañas de chocolate (todo un invento que revolucionó a la chiquillería: trozos de galleta en forma de castaña con un baño de chocolate; para los ositos de goma todavía quedaba un poco), sino porque allí se cambiaban los tebeos.

El noble arte del cambio.

            Todo aquel que haya sido coleccionista de cromos sabe de lo que hablo: el cambio. En Madrid, aparte del barrio y el patio del colegio, era muy habitual marchar los domingos por la mañana a El Rastro y buscar los puestos o personas que se dedicaban a cambiar cromos, normalmente de los equipos de fútbol o las fabulosas colecciones de Panrico de caballos, perros, gatos y pájaros. También eran muy famosas las colecciones de las series de dibujos animados de entonces (Mazinger Z, Heidi, Marco, Barrio Sésamo, La abeja Maya…), o las colecciones de los yogures Danone, por lo que era normal ver en las plazas a muchos chavales junto a sus padres efectuando trapicheos varios a los gritos de guerra de: “sile, sile, sile, sile, nole…”, “¡Nole!” (esto era que habías encontrado el último cromo de tu colección o aquel que tanto deseabas tener).
            Para los tebeos la cosa era algo diferente. Como ya he comentado, España, aunque modernizándose a marchas forzadas, todavía quedaba algo lejos de ser un lugar prospero donde el dinero abundara por todas partes (a día de hoy seguimos soñando con esa utopía), así que las economías familiares eran muy precarias y como tal la consecuencia inmediata era que las pagas de los niños, si es que la tenían, no fuera muy alta. Mi paga semanal comenzó siendo de diez pesetas, y si tenemos en cuenta que un sobre de soldaditos (mi inversión inicial casi siempre) costaba un duro, o sea, cinco pesetas, y un cómic Vértice unas treinta pesetas (dependiendo de la colección y formato), uno se hace a la idea de lo difícil que era poder seguir regularmente una colección de tebeos. ¿Cuál era la solución entonces? El cambio.

 
            Los frutos secos, no todos, pero sí muchos, te ofrecían la posibilidad de cambiar tus tebeos a muy módicos precios. Tu ahorrabas y te comprabas uno, que sé yo, un Olé de Mortadelo y Filemón, o un SúperMortadelo, o un Zipi y Zape, o un TBO, o un Roberto Alcázar y Pedrín, o un Spiderman, o un tomo Vértice de La Patrulla-X y cuando lo leías mil veces hasta saberte de memoria los diálogos y amarillear el papel con tus dedos pringados de palulú, entonces ibas al quiosco y lo cambiabas por otro. Pero existían sus reglas.
            Para empezar, no podías ir con un semanal de doce páginas de Mortadelo y cambiarlo por un Olé de Mortadelo y Filemón, como no podías cambiar un TBO por un Spiderman de Vértice y más adelante de Bruguera. El dueño del frutos secos, que no eran tontos, creaba montones de tebeos para cambiar: los Olé por un lado, los Aventuras Ilustradas por otro, los Vértice por aquel y los tomos de Vértice por allí y así con todas las clases de tebeos que existían por entonces; de igual forma se hacía con las novelas y revistas. Dependiendo del tebeo, debías pagar un dinero por realizar el cambio. Pongamos por ejemplo un Olé y un Capitán América de Vértice de treinta y dos páginas a blanco y negro formato colección mensual de grapa. El Olé te podía costar cambiarlo un duro, y el Capitán América diez pesetas. Pagabas, cogías el montón, mirabas y efectuabas el cambio. Dependiendo del frutos secos el precio podía variar, pero ya casi todos costaban lo mismo. Por supuesto, el tebeo que cambiabas debía encontrarse en  unas mínimas condiciones óptimas.

Las ventajas y desventajas del cambio.

            Las principales desventajas consistían en las siguientes. La primera era el estado de los tebeos. Si bien es cierto que el señor, o señora, de los frutos secos te pedía que tuvieras el tebeo en buen estado a la hora del cambio, no menos cierto es que eso no significaba que los cómics que te propusieran para cambiar lo estuvieran tanto. Yo era, y sigo siendo, un lector que cuida dentro de lo posible sus revistas, ahora y cuando tenía diez años, aunque los leyera mil veces y dentro de las posibilidades que era ser un niño, mis tebeos, por norma general, solían estar en buenas condiciones. Se me caía el alma a los pies cuando tenía que cambiar mi tebeo y no encontraba en la pila del cambio ninguno que estuviera a la altura del mío.
            Otra de las desventajas era la circulación de los tebeos, me explico. Si el dueño de los frutos secos no traía novedades o no se molestaba mucho en fomentar el cambio, te podías encontrar con que pasaban tres meses y en la pila del cambio seguían estando los mismos que la primera vez que fuiste a cambiar. Una vez leídos todos, sólo te quedaba la posibilidad de ir a buscar en otro sitio. Afortunadamente, recuerdo que los frutos secos de mi barrio sí cambiaba bastante los cómics y además no era el único chaval que hacía lo mismo. Pero claro, yo soy un lector ávido y solía estar, si no todos los días, al menos una o dos veces por semana en los frutos secos en busca de nuevos cómics. Me tiré buenas temporadas sin poder cambiar.

            La más clara de las desventajas era la continuidad. Esto no se aplicaba a ciertos tebeos. Por ejemplo, te leías un Olé de Mortadelo y Filemón con una aventura completa, digamos “La máquina del cambiazo” o “El caso del calcetín” y no importaba mucho. Lo malo era cuando lograbas cambiar un cómic de Spiderman de Lee y Ditko, llegaba el Duende Verde y le metía una paliza a Spiderman que no podía luchar porque Tía May estaba enferma y debía ir corriendo a verla. Spiderman huye del Duende Verde y todos creen que era un cobarde. ¡Dios mío! ¡Peter Parker no era un cobarde! ¿Cómo terminaba la aventura? A correr al frutos secos sólo para darte cuenta, horrible situación, que no está la continuación de ese cómic. Pasaron años hasta que supe como continuaba. Creo que este ejemplo aclara lo que digo.
            Pero las ventajas eran muy obvias. Primero, te ahorrabas un montón de dinero con el cambio. No era lo mismo conseguir un tebeo por cinco pesetas que tener que soltar treinta o cuarenta y cinco, precios muy alejados de mi exiguo presupuesto. Además, siempre tenías la posibilidad de comprar los cómics, y dado que eran usados, su precio era mucho menor.
            Aparte del bajo coste, la ventaja que también me solía entusiasmar era la posibilidad de encontrar un tebeo alucinante. Por ejemplo, los cómics de Superman y Batman de la época no me gustaban nada y poder cambiarlos por unos de Los Vengadores, Spiderman o La Patrulla X era, al menos para mí, una ventaja considerable. Lo mismo pasaba con los tebeos Olé de Zipi y Zape, Carpanta o El Botones Sacarino, que aún siendo divertidos no me gustaban tanto como Mortadelo y Filemón o El 13 rue del Percebe. Mi estrategia se basaba en intentar conseguir esos tebeos a muy buen precio y luego cambiarlos por los que realmente me gustaban, formando poco a poco un fondo de cómics que solía mantener más o menos fijo. Tampoco tantos, no creáis, que la cosa estaba muy pachucha.


            Y la gran ventaja consistía en encontrar el chollo, la ganga, el milagro. Era difícil, pero en contadas ocasiones te topabas con una oportunidad única. No todos los dependientes de los frutos secos controlaban esto de los tebeos. Para la inmensa mayoría solamente eran eso, revistas, y los colocaban en montones más o menos iguales sin tener exactamente ni idea de lo que estaban haciendo o el valor del cómic (tanto material como de interés para el lector y/o coleccionista). La señora del frutos secos de mi barrio sabía muy bien lo que se hacía con los cómics (el marido se los traía de otras partes o de El Rastro), pero ya le enganché el ojo a otro par de frutos secos allende mi barrio que no tenían tanto control. Así, yendo en una ocasión con un cómic inglés que publicaba Vértice por entonces (no me acuerdo del título, pero sé que no me gustaba nada), logré cambiarlo por cinco pesetas por un tomo Vértice de Spiderman donde se recopilaba de forma cronológica seis números de la edición americana de Spiderman de la etapa de Stan Lee y Steve Ditko, en concreto la primera aparición de Kraven el Cazador, los Forzadores aliados con el Duendecillo Verde y la huida de Spiderman antes comentada, en una edición de tapa semi rígida alucinante. En otro frutos secos logré cambiar un Mortadelo semanal de apenas veinte páginas por un Súper Olé con cuatro aventuras largas de Mortadelo y Filemón por el módico precio de seis pesetas, y también conseguí tebeos de Los Pitufos por un cambio de dos pesetas porque una señora se equivocó con los precios. Es decir, había que ser una hiena, un fenicio, un ferengui, pero esto era una pelea a vida o muerte, señores y señoras.
            Ya sabéis las peripecias de los lectores de tebeos en mi época, allá por finales de los 70 y principios de los 80 del siglo XX. Afortunados eran aquellos que poseían suficiente estipendio económico para poder costearse una o varias colecciones regulares. El resto de pobres mortales, a contentarse con los cambios, los chollos y las peripecias varias. No obstante, era increíblemente divertido y gratificante.

            Y ahora sí, ahora puedo hablar de cómo me inicie en los tebeos que cambiarían para siempre mi concepto del mundo de los cómics y me haría posicionarme en determinados gustos. Hablamos de los cómics Marvel. Pero, ah, esto ya para la próxima entrega de mis Crónicas de un Friki. ¡No te las pierdas!



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