CRÓNICAS
DE UN FRIKI III
LOS
CÓMICS (o tebeos); segunda parte.
LAS
PERIPECIAS DE UN LECTOR DE TEBEOS.
Antes de pasar a hablar de los
cómics Marvel, me gustaría hacer un inciso y tratar sobre un tema que conocemos
todos aquellos que hayamos vivido los años 70 y principio de los 80 del siglo
pasado. Me refiero a los afanes por conseguir nuestros tebeos favoritos y al
ritual que suponía realizar el cambio. Hay que entender que por entonces España
estaba creciendo tanto económica como socialmente, pero de todas formas la
miseria todavía estaba muy extendida incluso en una gran capital como era
Madrid. También hay que tener en cuenta que si bien los cómics, tebeos era como
se les conocía entonces, eran muy conocidos desde hace décadas, no dejaban de
ser un producto marginal para un muy determinado sector de la sociedad: los
niños.
De
hecho, si entrabas en la adolescencia automáticamente debías dejar de leer los
tebeos so pena de que tus padres te regañaran y castigaran o sufrir un
ostracismo por parte de los demás. Ya que, como todo el mundo sabía por
entonces, los tebeos eran cosa exclusiva de los niños y si de mayor los seguías
leyendo es que no habías madurado, eras raro o cosas aún peores.
Siendo
tal el panorama, los tebeos no se encontraban en cualquier sitio, no señor. No
todos los quioscos los tenían, y los que tenían eran más bien los típicos
Mortadelo y Filemón semanales, el TBO y cosas así, o revistas para chicas, que
también eran considerados tebeos. Por fortuna, existía por entonces unos
pequeños negocios que prácticamente han desaparecido o han sido sustituidos por
las tiendas que conocemos como “chinos”, o que simplemente se han convertido en
otras cosas; me refiero a esos templos sagrados que en mi niñez se llamaban
“los frutos secos”.
Los
frutos secos; aquí hay de todo…
Pero, ¿qué es, o era un frutos
secos?
Aunque el nombre nos pueda evocar, hoy en día, a esos comercios donde
podemos comprar patatas fricas, avellanas, palomitas de maíz, almendras,
cortezas de cerdo y otras exquisiteces, o nos hagan pensar en los carteles de
color rojo de los establecimientos regentados por las personas de nacionalidad
china, lo cierto es que en mi niñez un fruto secos era un pequeño local en
donde, por lo general, se solía vender de todo un poco. Y ese de todo un poco
eran golosinas, caramelos, palulú, helados o zumos, pipas, altramuces y quicos
al peso (de ahí el nombre de frutos secos), quizás patatas fritas y cortezas de
cerdo, revistas de toda clase, novelas de a duro o seis pesetas, sobres de
muñequitos de plástico, bien soldados para los chicos, muñecas pequeñas para
las chicas, cromos y álbumes de cromos y puede que también algunos juguetes de
la época como peonzas, chapas, aros, pistolas de plástico o metal, petardos,
canicas y cacharritos de cocinas; también podías encontrar tebeos. Pero lo más
importante, y a lo que voy, es que en esos sitios podías cambiar tus cómics,
costumbre que prácticamente ha desaparecido en toda España.
Mi
lugar de peregrinación habitual cuando
era niño era un pequeño frutos secos ubicado en una esquina de la calle
Francisco Ruiz con la calle Ferroviarios, local que ya no existe. Era Francisco
Ruiz la calle donde vivía, sita en el distrito de Usera, no muy lejos de la
populosa Marcelo Usera, y zona a la que los que nos hemos criado o nacido allí
llamamos Useras, con “s”, sí, y solamente nosotros sabemos por qué. Como decía,
ese frutos secos era mi lugar favorito de crío, porque no solamente tenían
sobres con soldaditos de plástico, otra de mis grandes aficiones de entonces
pero que con el paso del tiempo cambiaria por los Playmobil (y de la que ya
hablaré), o chucherías variadas como las “modernas” castañas de chocolate (todo
un invento que revolucionó a la chiquillería: trozos de galleta en forma de
castaña con un baño de chocolate; para los ositos de goma todavía quedaba un
poco), sino porque allí se cambiaban los tebeos.
El
noble arte del cambio.
Todo
aquel que haya sido coleccionista de cromos sabe de lo que hablo: el cambio. En
Madrid, aparte del barrio y el patio del colegio, era muy habitual marchar los
domingos por la mañana a El Rastro y buscar los puestos o personas que se
dedicaban a cambiar cromos, normalmente de los equipos de fútbol o las
fabulosas colecciones de Panrico de caballos, perros, gatos y pájaros. También eran
muy famosas las colecciones de las series de dibujos animados de entonces
(Mazinger Z, Heidi, Marco, Barrio Sésamo, La abeja Maya…), o las colecciones de
los yogures Danone, por lo que era normal ver en las plazas a muchos chavales
junto a sus padres efectuando trapicheos varios a los gritos de guerra de:
“sile, sile, sile, sile, nole…”, “¡Nole!” (esto era que habías encontrado el
último cromo de tu colección o aquel que tanto deseabas tener).
Para
los tebeos la cosa era algo diferente. Como ya he comentado, España, aunque
modernizándose a marchas forzadas, todavía quedaba algo lejos de ser un lugar
prospero donde el dinero abundara por todas partes (a día de hoy seguimos
soñando con esa utopía), así que las economías familiares eran muy precarias y
como tal la consecuencia inmediata era que las pagas de los niños, si es que la
tenían, no fuera muy alta. Mi paga semanal comenzó siendo de diez pesetas, y si
tenemos en cuenta que un sobre de soldaditos (mi inversión inicial casi
siempre) costaba un duro, o sea, cinco pesetas, y un cómic Vértice unas treinta
pesetas (dependiendo de la colección y formato), uno se hace a la idea de lo
difícil que era poder seguir regularmente una colección de tebeos. ¿Cuál era la
solución entonces? El cambio.
Los
frutos secos, no todos, pero sí muchos, te ofrecían la posibilidad de cambiar
tus tebeos a muy módicos precios. Tu ahorrabas y te comprabas uno, que sé yo,
un Olé de Mortadelo y Filemón, o un SúperMortadelo, o un Zipi y Zape, o un TBO,
o un Roberto Alcázar y Pedrín, o un Spiderman, o un tomo Vértice de La
Patrulla-X y cuando lo leías mil veces hasta saberte de memoria los diálogos y
amarillear el papel con tus dedos pringados de palulú, entonces ibas al quiosco
y lo cambiabas por otro. Pero existían sus reglas.
Para
empezar, no podías ir con un semanal de doce páginas de Mortadelo y cambiarlo
por un Olé de Mortadelo y Filemón, como no podías cambiar un TBO por un
Spiderman de Vértice y más adelante de Bruguera. El dueño del frutos secos, que
no eran tontos, creaba montones de tebeos para cambiar: los Olé por un lado,
los Aventuras Ilustradas por otro, los Vértice por aquel y los tomos de Vértice
por allí y así con todas las clases de tebeos que existían por entonces; de
igual forma se hacía con las novelas y revistas. Dependiendo del tebeo, debías
pagar un dinero por realizar el cambio. Pongamos por ejemplo un Olé y un
Capitán América de Vértice de treinta y dos páginas a blanco y negro formato
colección mensual de grapa. El Olé te podía costar cambiarlo un duro, y el
Capitán América diez pesetas. Pagabas, cogías el montón, mirabas y efectuabas
el cambio. Dependiendo del frutos secos el precio podía variar, pero ya casi
todos costaban lo mismo. Por supuesto, el tebeo que cambiabas debía encontrarse
en unas mínimas condiciones óptimas.
Las
ventajas y desventajas del cambio.
Las
principales desventajas consistían en las siguientes. La primera era el estado
de los tebeos. Si bien es cierto que el señor, o señora, de los frutos secos te
pedía que tuvieras el tebeo en buen estado a la hora del cambio, no menos
cierto es que eso no significaba que los cómics que te propusieran para cambiar
lo estuvieran tanto. Yo era, y sigo siendo, un lector que cuida dentro de lo
posible sus revistas, ahora y cuando tenía diez años, aunque los leyera mil
veces y dentro de las posibilidades que era ser un niño, mis tebeos, por norma
general, solían estar en buenas condiciones. Se me caía el alma a los pies
cuando tenía que cambiar mi tebeo y no encontraba en la pila del cambio ninguno
que estuviera a la altura del mío.
Otra
de las desventajas era la circulación de los tebeos, me explico. Si el dueño de
los frutos secos no traía novedades o no se molestaba mucho en fomentar el
cambio, te podías encontrar con que pasaban tres meses y en la pila del cambio
seguían estando los mismos que la primera vez que fuiste a cambiar. Una vez
leídos todos, sólo te quedaba la posibilidad de ir a buscar en otro sitio.
Afortunadamente, recuerdo que los frutos secos de mi barrio sí cambiaba
bastante los cómics y además no era el único chaval que hacía lo mismo. Pero
claro, yo soy un lector ávido y solía estar, si no todos los días, al menos una
o dos veces por semana en los frutos secos en busca de nuevos cómics. Me tiré
buenas temporadas sin poder cambiar.
La más clara de las desventajas era
la continuidad. Esto no se aplicaba a ciertos tebeos. Por ejemplo, te leías un
Olé de Mortadelo y Filemón con una aventura completa, digamos “La máquina del
cambiazo” o “El caso del calcetín” y no importaba mucho. Lo malo era cuando
lograbas cambiar un cómic de Spiderman de Lee y Ditko, llegaba el Duende Verde
y le metía una paliza a Spiderman que no podía luchar porque Tía May estaba
enferma y debía ir corriendo a verla. Spiderman huye del Duende Verde y todos
creen que era un cobarde. ¡Dios mío! ¡Peter Parker no era un cobarde! ¿Cómo
terminaba la aventura? A correr al frutos secos sólo para darte cuenta,
horrible situación, que no está la continuación de ese cómic. Pasaron años
hasta que supe como continuaba. Creo que este ejemplo aclara lo que digo.
Pero
las ventajas eran muy obvias. Primero, te ahorrabas un montón de dinero con el
cambio. No era lo mismo conseguir un tebeo por cinco pesetas que tener que
soltar treinta o cuarenta y cinco, precios muy alejados de mi exiguo
presupuesto. Además, siempre tenías la posibilidad de comprar los cómics, y
dado que eran usados, su precio era mucho menor.
Aparte
del bajo coste, la ventaja que también me solía entusiasmar era la posibilidad
de encontrar un tebeo alucinante. Por ejemplo, los cómics de Superman y Batman
de la época no me gustaban nada y poder cambiarlos por unos de Los Vengadores,
Spiderman o La Patrulla X era, al menos para mí, una ventaja considerable. Lo
mismo pasaba con los tebeos Olé de Zipi y Zape, Carpanta o El Botones Sacarino,
que aún siendo divertidos no me gustaban tanto como Mortadelo y Filemón o El 13
rue del Percebe. Mi estrategia se basaba en intentar conseguir esos tebeos a
muy buen precio y luego cambiarlos por los que realmente me gustaban, formando poco
a poco un fondo de cómics que solía mantener más o menos fijo. Tampoco tantos,
no creáis, que la cosa estaba muy pachucha.
Y
la gran ventaja consistía en encontrar el chollo, la ganga, el milagro. Era
difícil, pero en contadas ocasiones te topabas con una oportunidad única. No
todos los dependientes de los frutos secos controlaban esto de los tebeos. Para
la inmensa mayoría solamente eran eso, revistas, y los colocaban en montones
más o menos iguales sin tener exactamente ni idea de lo que estaban haciendo o
el valor del cómic (tanto material como de interés para el lector y/o
coleccionista). La señora del frutos secos de mi barrio sabía muy bien lo que
se hacía con los cómics (el marido se los traía de otras partes o de El
Rastro), pero ya le enganché el ojo a otro par de frutos secos allende mi
barrio que no tenían tanto control. Así, yendo en una ocasión con un cómic
inglés que publicaba Vértice por entonces (no me acuerdo del título, pero sé
que no me gustaba nada), logré cambiarlo por cinco pesetas por un tomo Vértice
de Spiderman donde se recopilaba de forma cronológica seis números de la
edición americana de Spiderman de la etapa de Stan Lee y Steve Ditko, en
concreto la primera aparición de Kraven el Cazador, los Forzadores aliados con
el Duendecillo Verde y la huida de Spiderman antes comentada, en una edición de
tapa semi rígida alucinante. En otro frutos secos logré cambiar un Mortadelo
semanal de apenas veinte páginas por un Súper Olé con cuatro aventuras largas
de Mortadelo y Filemón por el módico precio de seis pesetas, y también conseguí
tebeos de Los Pitufos por un cambio de dos pesetas porque una señora se
equivocó con los precios. Es decir, había que ser una hiena, un fenicio, un
ferengui, pero esto era una pelea a vida o muerte, señores y señoras.
Ya
sabéis las peripecias de los lectores de tebeos en mi época, allá por finales
de los 70 y principios de los 80 del siglo XX. Afortunados eran aquellos que
poseían suficiente estipendio económico para poder costearse una o varias
colecciones regulares. El resto de pobres mortales, a contentarse con los
cambios, los chollos y las peripecias varias. No obstante, era increíblemente
divertido y gratificante.
Y
ahora sí, ahora puedo hablar de cómo me inicie en los tebeos que cambiarían
para siempre mi concepto del mundo de los cómics y me haría posicionarme en
determinados gustos. Hablamos de los cómics Marvel. Pero, ah, esto ya para la
próxima entrega de mis Crónicas de un Friki. ¡No te las pierdas!
Si
te gustan Crónicas de un Friki, no te puedes perder el siguiente enlace a mi
blog:
Y
estos son los enlaces para ir a:
CRÓNICAS DE UN FRIKI (primer capítulo)
Pincha en los nombres e irás allí.
Gran entrada! como friki y amante de la fantasía y la ciencia ficción me ha encantado! :)
ResponderEliminarTe inivito a pasar y suscribirte a mi blog sobre fantasía épica, leyendas y ciencia ficción, creo que puede ser de tu agrado:
http://donde-los-valientes-viven-eternamente.blogspot.com.es/
Un saludo, nos leemos!!
Muchas gracias, Hammer Pain, por tus palabras. Atento a los capítulos que iré colocando sobre Crónicas de un friki, serán más nostálgicas y divertidas si cabe.
EliminarHecho, ya estoy suscrito a tu blog y leeré, con tiempo, claro, todo lo que por allí tienes, ya que también soy un aficionado a la fantasía y la ciencia-ficción. Un gran saludo.
Buenisima entrada amigo !!!!! Seguiré con tus actualizaciones sin lugar a dudas. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Idolidia Glez., por tus palabras. Me alegra que te gusten mis Crónicas de un Friki. Habrá muchas más entregas. Un saludo.
EliminarLo mas parecido que recuerdo en mi pueblo era un kiosko en el parque que cambiaba bolsilibros, de terror mis favoritos tenían mas bien pocos, casi todos eran del oeste. Te gustaba ese tipo de literatura de evasión?
ResponderEliminarHola, sí, me encantaba ese tipo de novelas de a seis pesetas y que terminaron valiendo veinticinco pesetas. En mi casa todavía tengo unas cuantas de ellas. Mis favoritas eran del Oeste y Ciencia-Ficción, y había autores que me gustaban mucho, como Silver Kane, Keit Luger, David Carradine, Lou Carrigan, Steph Barby… ¿Sabías que todos ellos eran españoles que escribían con seudónimo? Esas novelillas, literatura de evasión como bien las llamas, me sirvieron como puente a la literatura más “seria”. Que de horas he pasado leyendo esas novelas…
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