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lunes, 4 de mayo de 2015

CRÓNICAS DE UN FRIKI XI



CRÓNICAS DE UN FRIKI XI

LOS CÓMICS (o tebeos); décima parte.
Tener una tienda, la última frontera. Segunda parte.


            En la anterior entrada de mis Crónicas, hablé sobre la dificultad que entrañaba abrir una tienda de cómics y el mantenerla en funcionamiento. Aunque ya comenté que la tienda tuvo sus momentos buenos, leyendo las Crónicas da la impresión de que todo era una desgracia continúa en un mundo repleto de tramposos, filibusteros y personas de mala catadura, por no hablar de trabajar duro para que todas tus ganancias se vayan en pagar impuestos y los excesos de los políticos de turno. Pero tuvo sus cosas buenas, su parte luminosa, y esta eclipsó con grandeza a todo lo malo que pudo haber en Ripley Cómics. En esta entrada, la última dedicada a mi afición a los cómics, os voy a hablar de la experiencia que supuso tener mi propio negocio.

No rindes cuentas a nadie

            Esta es la primera ventaja de tener tu negocio. No tienes que soportar a jefes tontos y pesados que se creen mejores que tu o a frustrados que en cuanto notan que les puedes hacer peligrar su posición la toman contigo y te hacen la vida imposible. Tener tu negocio es eso. Cierto es que tienes que depender de otros factores, y que tienes que agachar la cerviz cuando te encuentras frente a distribuidores o acreedores y similares. Que en ocasiones el control no lo tienes y que los bancos pueden más que tu. Pero al fin y al cabo todo repercute en tu persona y gira alrededor de ti. En última instancia, quien toma las decisiones eres tú, y quien asume las responsabilidades y, por tanto, goza del privilegio de poder decidir sobre su destino. Cuando has comprendido eso y has saboreado la libertad que te da el tener tu negocio, resulta muy difícil más adelante tener que volver a trabajar para otros; pero esa es otra historia.
            La cuestión es que Ripley Cómics fue mi tienda y aquello me llenó de orgullo, porque la vi crecer y con posibilidades, y todo gracias a mi trabajo y a la inestimable ayuda de mis padres, verdaderos pilares en los que me sostuve en aquellos tiempos. Cada mañana o tarde que iba a abrir la tienda era una sensación increíble, algo que siempre recuerdo como estupendo a pesar de los años transcurridos. Abrir la puerta, encender las luces, colocar el material y esperar la entrada de clientes es una experiencia maravillosa que te hace crecer como persona.

El paraíso de un friki

            Una tienda de cómics es un paraíso para un lector de los mismos, y ya tener su tienda el no va más. Me era imposible aburrirme. Primero, porque siempre había clientes a los que atender, o vigilar (a saber lo que me robaron, y eso que pillé a unos cuantos); segundo, porque siempre estaba leyendo. Me leía prácticamente todos los cómics, juegos y novelas gráficas que había en la tienda. Para mi pesar, esto se tradujo en mayor gasto, porque aumenté mi número de colecciones al tener acceso a muchas de ellas que de otra forma nunca hubiera leído. En este sentido, tengo que reconocer que fue cuando Marvel se dedicó a sacar muchas colecciones en un intento de retomar su puesto como líder en ventas y para hacerle la competencia a una por entonces recién creada editorial que iba arrasando en ventas como los hunos arrasaron el Imperio Romano; me refiero a la editorial Image.
            Era la época de los mutantes, con sus nuevas colecciones con diferentes portadas, de los superhéroes oscuros tipo Blade, Punisher, Motorista Fantasma o Cable, de los clones de Spiderman o las sagas cósmicas donde Vengadores y 4 Fantásticos se debían unir para combatir a la amenaza de turno. En realidad, no fue una buena época para Marvel, demasiada colección con personajes muy poco atractivos y guiones bastante mediocres siendo generoso. Pero eso implicaba que la tienda estaba repleta de tebeos de toda clase, y de otras editoriales, que junto a los libros de rol, novelas gráficas, tomos y otras clases de colecciones daba a Ripley Cómics un colorido particular.
            También vendía otras cosas, por supuesto, ya lo dije en la anterior entrada, con especial hincapié en el mundo del cine y la literatura. Así pues, simplemente con ver la tienda repleta de material ya era feliz. Pero el verdadero tesoro que me ofreció Ripley fue otro y que no me esperaba.

Mis amigos

            Cuando abrí Ripley Cómics pasaba por una especie de transición en mi vida. Atrás había dejado una etapa y ante mí se abría una nueva, simbolizada sobre todo en la tienda. Mis amigos de la infancia marcharon por otro sendero de la Vida diferente al mío y sencillamente perdí el contacto con ellos. También estaba solo, sin pareja, y era muy poco dado a salir de juerga por entonces. Esto se traducía en que casi no tenía vida social. Cuando abrí el negocio no tenía, pues, problemas a la hora de tener que estar prácticamente todo el día en la tienda.
            A medida que fueron transcurriendo las semanas fui consiguiendo una clientela habitual y tal como yo mismo había hecho cuando era un cliente en otras librerías, los clientes acudían a mí para pedirme información, opiniones o simplemente charlar. Fui logrando tener un grupo de personas que se convirtieron en mis amigos, con los que compartía gustos y aficiones. Aunque no fueran a comprar nada, se pasaban por la tienda para saludar, estar un rato y hablar. Conversábamos de todo, ya se sabe, desde las novedades de los X-Men, pasando por la película de Jurassic Park (de moda por entonces), a las cartas de Magic y Doomtrooper (para mi, el mejor juego de cartas) y, por supuesto, como salvar al mundo. Aunque para eso yo siempre he sido más del estilo de Víctor Von Muerte.


            En un principio estas nuevas amistades fueron cada una por un lado. Es decir, conocía a Iván Gil y a Miguel y ambos no se conocían, pero también ellos fueron coincidiendo en las visitas y se terminaron por conocer, formándose un grupo bastante curioso y divertido porque estaba formado por personalidades que a pesar de tener un hilo común (los cómics, el rol, el cine, la literatura…) eran muy diferentes, y además con distintas edades. Esto lejos de separar, hizo que aquel grupo se compenetrara mejor. Fue durante esta etapa de mi vida cuando conocí a mis amigos de verdad: Oli, Miguel, Mike, Dani, Iván, Antonio, Miguel hermano perro… Y otros tantos, y perdonadme si no pongo vuestros nombres, pero de todos guardo grato recuerdo; de aquellos de los que perdí contacto, claro.

Nuevos e inconfesables vicios

            Estos nuevos amigos me abrieron las puertas a otras aficiones que aunque ya había oído hablar de ellas, nunca tuve la oportunidad de conocerlas. Así, Miguel (el señor Maikel, apóstol de Nurgle para nosotros) fue quien me inició en el arte de montar y pintar miniaturas y en el apocalíptico mundo de Warhammer 40.000, mientras que Iván Gil en los juegos de mesa por poner unos ejemplos. También le di a las cartas, aunque no al Magic, juego que siempre he odiado, sino al Doomtrooper, un fabuloso juego de cartas basado en un universo algo semejante al de W40K.


            Otro momento increíble de mi etapa con Ripley Cómics fue el nacimiento de El círculo del Dragón, un grupo formado por unos cuantos de los amigos mencionados para jugar al rol. Prácticamente todos éramos inexpertos en este tema y fuimos descubriendo este fascinante juego a medida que nos echábamos las partidas. Cada sábado, lloviera o nevara, nos reuníamos en la tienda entre las horas que iban del cierre de por la mañana a la apertura de por la tarde. Yo me compraba una pizza, una coca-cola y hale, a jugar hasta que llegara la hora de abrir la tienda. Que magnificas tardes fueron aquellas, dándole duramente a la imaginación y a los dados, viviendo aventuras en El Señor de los Anillos, La llamada de Cthulhu, Vampiro la mascarada, Aliens y otros juegos. Fueron unos años increíbles donde no solamente tuve mi negocio, sino que disfruté de la amistad y de momentos que se quedarán para siempre grabados en mi memoria. No en vano no me canso de repetir que la etapa de Ripley fue una de las mejores de mi vida.


Los cómics por entonces

            Como he dicho, fue por los años 90 del siglo pasado cuanto Ripley Cómics brillaba cuan rutilante estrella en el firmamento. Marvel pasaba por una mala racha, puesto que Image simplemente barría en ventas y estilo. DC tampoco es que lo estuviera pasando excesivamente bien, pero al menos se mantenía gracias a su profunda renovación de Batman y sobre todo al gran impacto que supuso la muerte de Superman, que se reveló como una de las mejores campañas publicitarias y económicas para DC (aunque sostengo que fue más por suerte que por premeditación). Los autores de Image, Jim Lee, Tod McFarlane, Rob Liefeld entre otros, habían revolucionado el mundo del cómic con sus atrevidos, sugestivos y muy modernos dibujos, dinamitando el concepto visual de una forma similar, aunque las comparativas sean odiosas, a lo que hicieron Stan Lee y Jack Kirby muchos años atrás. Pero aunque el dibujo era realmente espectacular, los guiones eran sencillamente espantosos. Personajes planos, calcados unos de otros, situaciones absurdas y tramas que se eternizaban y que no llegaban a ningún lado. Por un lado teníamos a unos dibujantes magníficos pero que como guionistas eran de lo peor, pero por el otro teníamos a una gran masa de aficionados que acudieron a los cómics de Image como el que atraviesa un ardiente desierto va al agua fresca y limpia.
            ¿Pero qué tenían los cómics Image que no tenían los de Marvel y DC? Pues aparte del dibujo nada más. Pero dieron con el gusto del aficionado medio de por entonces: personajes musculosamente hipertrofiados, mujeres despampanantes repletas de curvas y con poca ropa equipadas con enormes armas (y prácticamente todas con escoliosis), diálogos banales pero muy “duros” y acción a raudales, todo eso combinado con espectaculares portadas y viñetas que ocupaban hasta dos páginas completas una sola. El cómic en cuestión se podía leer en cinco o menos minutos. Pero la fórmula funcionó, hasta tal punto que los cómics Image se vendían por millones y los de Marvel y DC comenzaron a caer en ventas de forma estrepitosa. Fue tal, que Marvel estuvo a punto de desaparecer, aunque hoy en día esto parezca increíble.
            Marvel se dividió en varios departamentos independientes unos de otros (mutantes, vengadores, Spiderman, héroes solitarios, poderes cósmicos…) en un intento de relanzar sus cómics y personajes, pero dado que cada departamento fue por su lado con escasa o nula comunicación con el resto, el resultado fue un desastre. Pero aún, quisieron imitar el estilo Image (que es como se conoce desde entonces dicho estilo) y no lo consiguieron. El gran éxito de Marvel por entonces eran los mutantes, a los que estrujaron de todas las formas posibles. Hay que tener en cuenta que todos esos autores de Image trabajaron previamente en Marvel, de ahí su éxito, y en Marvel creyeron que podrían seguir adelante sin ellos. Obviamente, el universo Marvel es una entidad por sí misma, pero necesita aposentarse sobre buenos pilares, sino, no hay nada que hacer. Marvel contrató dibujantes que claramente eran una copia de los Lee, Liefeld y McFarlane de turno, pero mucho peores, y multiplicó las colecciones de los personajes o grupos de mayor éxito. Por si fuera poco, cada año sacaba una macro saga que continuaba de una colección a otra, de tal manera que el lector se veía obligado a comprar números de otras colecciones que no seguía si quería seguir la historia de la macro saga. Sagas que en realidad tampoco eran nada del otro mundo, pero que te las publicitaban como si te fueras a leer El Señor de los Anillos. Así, a bote pronto, recuerdo las sagas de La canción del Verdugo, La era de Apocalipsis, Onslaught y otras similares, a cada cual más mala. Esto por parte de los mutantes, pero también teníamos sagas en otras aéreas de Marvel, como en la llamada parte sobrenatural, con colecciones como Espíritus de Venganza, Motorista Fantasma o Blade, o en Los Vengadores, o en Spiderman con la mencionada Saga del Clon.
            Esto no quiere decir que todo lo que hiciera Marvel por entonces fuera malo, pues hubo pequeñas maravillas, como el Hulk de Peter David o los Vengadores de Roger Stern. Mas en líneas generales los noventa fue de lo peorcito de Marvel. Afortunadamente, Image fue como la espuma, y tal como subió bajó igual de rápido. Sus autores, sin dejar de trabajar en sus propios cómics (Image seguiría vendiendo durante mucho tiempo, pero ya no volvería a estar nunca más arriba), volvieron a Marvel en un intento de relanzar la editorial y a sus personajes más carismáticos en una saga que duró un año conocida como Héroes Reborn. También, afortunadamente, dicha saga fue un mero experimento (era mala, realmente mala) y las aguas volvieron a su cauce. Marvel cerró colecciones, reestructuró los departamentos, puso orden y poco a poco fue subiendo puestos en ventas hasta ser el gigante que es en la actualidad.
            Pero no solamente de Marvel o Image vivía un aficionado. Por entonces una pequeña pero pujante editorial española que ya llevaba unos años funcionando comenzó a sacar unas colecciones muy interesantes. Dicha editorial era Norma, y las colecciones eran Terminator, Depredador, Aliens, Indiana Jones y unas cuantas más. Eran colecciones de una editorial norteamericana llamada Dark Horse (que sigue funcionando y entre otras cosas es la que edita Conan el bárbaro al hacerse con los derechos) que en realidad eran series limitadas de cuatro o seis números con diferentes autores en las que se exploraba los universos de las criaturas que provenían del mundo del cine. Eran aventuras e historias muy, pero que muy interesantes. Pero por desgracia, Norma siempre se caracterizó por ser una editorial muy cara, muy irregular y con mucha falta de respeto al lector. Todas las colecciones terminaron por ir cerrando.

El final

            Curiosamente, cuando Marvel comenzó a ver la luz al final de un túnel oscuro que le lastró duramente muchos años, Ripley Cómics cayó. Tras cuatro años y medio de lucha perpetua, finalmente no pude más y tuve que tomar la dolorosa decisión de cerrar la librería. Hice todo lo que estuvo en mis manos, pero sinceramente me encontré ante una difícil encrucijada de la que hablaré un poco más adelante. ¿Cuáles fueron los motivos para cerrar? Varios.
            Lo que más rabia me dio fue que tenía clientes y tenía ventas, pero el porcentaje de beneficio de la venta de cómics es más bien pequeño. Si un cómic de esos años valía 1,95 euros y la tienda se quedaba con un 30% de beneficio de la venta, os podéis imaginar cuantos cómics son necesarios vender para poder vivir de ello. Los beneficios lo daba la venta de números atrasados, donde se podía especular y en muchas ocasiones sacar incluso un 500% de beneficio si eras un ladrón de los buenos, cosa que sucedía en muchas otras librerías. El problema de la venta de números atrasados es que necesitabas tener un buen fondo de años y eso era una enorme inversión de dinero. En Ripley había números atrasados, pero como mucho de tres o cuatro meses anteriores, y nunca cobraba más que cinco céntimos de más por aquello de la bolsa donde estaban metidos. Otra cuestión es que apenas vendía miniaturas porque las tiendas en Madrid me hacían mucho la competencia. Sobre el tema del merchandising me pasaba algo igual. Aunque en ventas de juegos de rol prácticamente ganaba bastante (era de las pocas librerías donde se seguía vendiendo rol), aunque poseía camisetas, posters, figuras, etc., seguía sin poder competir con las grandes librerías que iban abriendo en Madrid.
            Con todo, todavía podía seguir con la librería abierta, pues como digo, tenía una buena cartera de clientes que me eran fieles y me permitían seguir reponiendo material. Pero había otra cosa que también me lastraba: los impuestos. Como dije en la anterior entrada, que nadie se llame a engaño. Aunque te digan que vives en una democracia esta no tiene porque ser tal, y España es uno de los peores países del mundo para montar un negocio (no lo digo yo, lo dicen multitud de organizaciones internacionales, incluidas Bruselas y la ONU). El poco beneficio que obtenía se me iba en pagar impuestos y más impuestos, que encima no dejaban de subir, pues a las pequeñas empresas nos trataban como a las grandes solamente que sin sus beneficios y ayudas. Todos los días del año trabajando casi doce horas diarias para que luego no vieras nada de beneficios. Pero la tienda necesitaba material si quería seguir atrayendo clientes y asegurarme que no se me fueran los que ya tenía. Así que estuve entre la espada y la pared, pues no podía dejar de pagar y a la vez necesitaba ese dinero para poder meter un impulso a la tienda.
            Hice de todo. Dejé de cobrar mi sueldo, tuve que prescindir de mi hermana (que también trabajaba en la tienda), me eliminé mi contrato y dejé de pagar la Seguridad Social (error que estaría pagando durante años), por no decir que tiré de todos mis ahorros duramente conseguidos durante años. Y no sirvió de nada, porque la voracidad administrativa, la tiranía en la que seguimos inmersos, me devoró. Y entonces llegué a la encrucijada que antes os comenté. Ya no podía más, debía cerrar la tienda. Pero todavía me quedaba un último cartucho. Podía pedir un gran préstamo a un banco, coger un local más grande, comprar muchísimo material y abrir una nueva y más poderosa Ripley Cómics. Si salía mal el banco me crucificaría. Pero si lograba aguantar otros cuatro años calculaba que para entonces ya habría devuelto el crédito al banco.
            Pero la realidad me dio una bofetada. Ya no tenía más dinero en mi cuenta corriente y las grandes librerías de Madrid se habían convertido en Sociedades Anónimas con múltiples inversores y otras grandes empresas por detrás. Para colmo, FNAC, El Corte Inglés y otras grandes superficies entraron también en el mundo del cómic y el merchandising… Contra eso mi modesta Ripley Cómics no podía competir. Y para hacerlo el préstamo a pedir al banco tendría que ser astronómico. Para colmo de males, la Seguridad Social me pilló y me multó por el tema de dejar de pagar (ya sabéis, en Andalucía políticos y sindicatos pueden estar treinta años robando que no pasa nada y ni se entera nadie, pero, ay, del pobre infeliz autónomo que dejé de pagar uno o dos meses la cuota…), lo que terminó de hundirme.
            Sí, amigos míos, llegó el momento tan temido por cualquier autónomo: finiquitar tu negocio. Tras sopesar todas las opciones tomé la que considero fue la más acertada: cerrar. Aún me quedaba algo de dinero y pagué todas las deudas, evitando así mayores problemas y dejando mi conciencia tranquila. Nadie pudo decir que le dejé a deber nada, pero todo lo perdí. Fue un duro varapalo económico del que ya no logré recuperarme. Pero como he dicho varias veces, también fueron de los mejores años de mi vida. ¿Volvería a abrir Ripley Cómics a sabiendas que cerraría? Sí, lo volvería a hacer.
            Ripley me dio mucho, experiencia y amigos, y la oportunidad de luchar por un sueño, de saber que lo intenté por todos los medios y que mi lucha fue honesta. ¿Qué más se puede pedir?

¿Qué fue de mi afición a los cómics después de Ripley?

            Continué leyéndolos, claro, pero tuve que prescindir de muchas colecciones. Prácticamente me quedé con las de siempre: Spiderman, Los 4 Fantásticos, Conan, Los Vengadores, La Patrulla-X… Pero con el paso del tiempo fui dejando de lado las colecciones regulares hasta prácticamente no volver a coleccionar ninguna. ¿Por qué? Porque el universo Marvel evolucionó por unos derroteros que nunca me gustaron. No voy a decir que fuera malo, simplemente que no me gustaba. Crecí con los cómics de Stan Lee, Jack Kirby, Steve Ditko. John Buscema, Roy Thomas, George Perez, John Byrne, Frank Miller, Chris Claremont, Ross Andru, Gil Kane, John Romita padre e hijo, Roger Stern y otros tantos guionistas y dibujantes, con un estilo de superhéroe muy especifico. Si leo un tebeo de cuando era niño, adolescente y ya un hombre entrando en la madurez me puedo sentir identificado y disfruto con ello. Con los cómics de hoy en día y su punto de vista no. Es así, pero ya en mi casa tengo más cómics que varias librerías juntas y puedo pasar el resto de mi vida leyéndolos tranquilamente que nunca me cansaré.
            En la actualidad me dedico a comprar tomos donde se recopilan sagas enteras, hitos de la historia Marvel, o algo moderno que me llame la atención, bien por los autores, bien por la historia. El cine me ha dado otra oportunidad de seguir atentamente las aventuras de mis héroes favoritos solo que por otro medio. Es decir, no he dejado de lado los cómics. También sigo comprando tebeos de Mortadelo y Filemón, de Johan y Pirluit (de los tebeos de Los Pitufos), Conan el bárbaro, novelas graficas históricas…
            Y es que una vez friki, se es friki hasta la tumba.


            Hasta aquí hemos llegado con Crónicas de un Friki dedicado a los cómics. En las próximas crónicas, que tardarán un poco en ser puestas, hablaré de mi otra gran afición: los Playmobil. Os espero. Mike mine Marvel!! Nuff said!!


Si te gustan las Crónicas de un Friki, aquí tienes los enlaces para ir a la primera entrega y la penúltima. Únicamente pincha en los nombres.
También puedes leer:
Son mi iniciación en el mundo del Warhammer 40.000 y digamos una continuación de Crónicas de un Friki a partir del cierre de la tienda.